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Curioso es que el triunfo tecnocrático de la gran Norteamérica, el gran paso para la Humanidad consistente en situar al primer hombre en la Luna, coincidiera en el tiempo con ese otro ángulo del gran debate nacional americano de la época que no era otro ... que el impulsado por la contracultura y los movimientos sociales, es decir, el que aludía a los derechos civiles, al pacifismo y a muchas libertades personales siempre asociadas a la peculiar filosofía del 'flower power': sexo, drogas y rock and roll. Es posible que la carrera espacial, el programa Apolo y la contracultura fueran también respuestas y consecuencias recíprocas de un mismo debate con dos focos divergentes, cuyo desenlace final no excluyó la evolución respectiva en diferentes sentidos.
El alunizaje del 'Apolo 11' había sido precedido ese mismo año por el escándalo de Ted Kennedy en Chappaquiddick y por algunos de los crímenes de Charles Manson, y fue seguido pocas semanas después por el festival de Woodstock, el gran icono de la generación hastiada que convirtió a la libertad de experimentación y a la rebeldía en productos e instrumentos exportables para propiciar en todo occidente el cambio social. Las dos tendencias antitéticas, progreso tecnológico y carrera espacial versus contracultura, siguieron sus respectivos caminos con la indudable virtud de asentar el antagonismo en los límites sólidos de la cultura cívica de los años 60. Después, el programa Apolo culminó, la carrera espacial siguió otros derroteros y esa Era de Acuario que se asoció con el movimiento de la contracultura se terminó primero y se adaptó después a la mercadotecnia, dejando en todo caso muchos rastros para la nostalgia. Entonces, cincuenta años después, sería tan inexacto negar la importancia científica y tecnológica de la llegada del hombre a la luna como refutar la conversión conjunta de la memoria del 'Apolo 11' y de la estética y la retórica hippie en un icono de la actual cultura pop que ahora se adorna con el 'Space Oddity' de David Bowie, con el estilo espacial con el que Courreges vistió a Jane Fonda en 'Barbarella' y, por supuesto, con la música de Woodstock y con todo el recuerdo de esa efímera contracultura que ya solo es historia.
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