Las consecuencias del Covid-19 son terribles desde todo punto de vista. El coronavirus ha conseguido que la salud en su dimensión pública e individual sea para todas las personas la preocupación principal y el objetivo prioritario de los poderes públicos.

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La pandemia está actuando ... como un auténtico tsunami continuado, produciendo efectos devastadores en la economía, con innumerables centros productivos afectados y la pérdida definitiva o temporal de muchísimos puestos de trabajo, lo que supone para millones de personas la pérdida de su única fuente de ingresos. La lesión social, sencillamente, es gigantesca. Hace dos días se conocía un informe del FMI, que prevé una contracción del 3% de la economía mundial, con colapso importante para la zona euro. Las previsiones para España son más dolorosas con una reducción del PIB superior al 8% e incremento brutal del desempleo. La economía vasca también sufrirá un golpe duro tanto en términos de contracción del PIB como de mercado laboral. Adiós, por ahora, al objetivo que ya se había logrado de situar el desempleo por debajo del 10%.

En esta situación la actividad política no puede desarrollarse según modelos basados en la dinámica de confrontación total entre Gobierno y oposición, sin espacios para el acuerdo. Debe adecuarse a las exigencias del interés general, que en este caso, más que nunca, coincide con el sentido común, que demanda a las formaciones políticas que establezcan un cuadro de prioridades básicas y objetivos indiscutibles. No se trata ahora de entrar en debates sobre el modelo de Estado ni del modelo de sociedad que deberá surgir tras la crisis. Tampoco es admisible que se condicione la disposición al acuerdo con exigencias de exclusión en la composición del Gobierno de España, tratando de conseguir gracias al virus lo que no supieron lograr tras las elecciones.

¿Qué deberíamos hacer en Euskadi? En el fondo tenemos los mismos problemas. Sin embargo, no podemos ignorar que estamos en una situación de periodo electoral suspendido, con el Parlamento disuelto y un Gobierno en funciones. Parece indiscutible, también aquí, que la política debería conducirse según las exigencias del sentido común. Resulta imprescindible establecer un modelo nuevo de relación entre Gobierno y oposición, donde sea posible compatibilizar espacios de acuerdo y colaboración con otros de confrontación. Y ello con independencia del resultado electoral concreto.

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¿Estarán las formaciones vascas a la altura para asumir el desafío de país que representa la catástrofe sanitaria, social y económica que ha provocado un elemento tan natural, propio de nuestro mundo, como es un virus? Es la hora de la responsabilidad y de los liderazgos que merecen ser recordados.

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