Fue 2017 un ejercicio de una destacada fortaleza económica en todo el planeta y 2018 debía tomar el relevo de la esperanza que aquel había despertado. Pero ya en enero, las instituciones internacionales advertían que el crecimiento registrado en años anteriores estaba llamado a ralentizarse. ... Las primeras profecías se cumplieron pronto, cuando a nivel mundial la producción industrial, el comercio y la confianza empresarial comenzaron a decaer.
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Dejando de lado la economía real y recordando que ésta no es hermana siamesa de la economía financiera, los primeros episodios de desencanto se registraron cuando 2018 apenas tenía un mes de vida y las bolsas de valores registraban caídas notables acompañadas de una significativa alza de la volatilidad. En el último trimestre del año una nueva oleada de movimientos erráticos ha vuelto a azotar los mercados globales de valores hasta el mismo día de hoy. La aversión al riesgo bursátil ha dominado el año como lo demuestra el hecho de que, con la intrigante excepción de Brasil (+14%), todas las bolsas del mundo han cerrado en negativo, algunas con caídas dramáticas como Shanghái (-25%) y la mayoría por encima de los dos dígitos, como Frankfurt (-18%), Milán (-16%) o Madrid (-15%). Si estos retrocesos se prolongasen y se despertara la voluntad de retrasar las decisiones de gasto por parte de familias o empresarios –consumo e inversión–, el contagio entre economía financiera y economía real se habría comenzado a producir, acelerando así la caída del PIB y amenazando la recuperación del empleo.
2018 ha contemplado, asimismo, el retorno de las crisis de algunos países emergentes, aunque sin aparente contagio global, lo que es una buena noticia. Primero Argentina, en mayo, que debió apelar al más repudiado de sus benefactores, el Fondo Monetario Internacional, en busca del ineludible rescate. En agosto le tocó el turno a la libra turca.
En EE UU ha resultado ser el año en que los exabruptos tuiteros del presidente Trump se han tornado en acciones agresivas para el orden comercial mundial, con la adopción de una beligerante política arancelaria sobre el aluminio y el acero, que puede extenderse a otras importaciones americanas con la consiguiente reacción por parte de los países exportadores afectados. Las consecuencias sobre el volumen del comercio mundial aún no son patentes, pero el precio del proteccionismo se está dejando sentir precisamente en EE UU, aunque compensado por los estímulos fiscales derivados de los recortes del impuesto de sociedades de finales de 2017. Las sucesivas subidas de los tipos de interés adoptadas desde aquel año por la Reserva Federal también han provocado cierto desánimo en los inversores tradicionales en renta variable, al tiempo que han encarecido el coste del endeudamiento, sobre todo en países emergentes.
El pulso fiscal italiano ante la Comisión Europea ha supuesto para la UE y el euro un problema no menor. Por su parte, el gigante alemán sufrió un desvanecimiento puntual de su PIB, hecho insólito, provocado por los recortes en la producción automovilística derivados del nuevo karma mundial sobre emisiones contaminantes. Poco cabe añadir acerca del fiasco del 'Brexit', salvo que el último capítulo de la serie está pendiente de rodarse y el relato podría incluir un número indeterminado de siniestros catastróficos.
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La recaída del petróleo Brent hasta los 50 dólares nos lleva a la economía española, tan dependiente de la energía exterior y tan sensible a su influencia en el coste de la vida. Todo lo dicho nos afecta en un mundo abierto e interrelacionado, pero en nuestro caso debemos agregar la fragilidad política del país y la lastimosa opera bufa declamada cansinamente en Cataluña, aspectos ambos que han añadido un fondo gris oscuro a nuestro 2018. Un gobierno matemáticamente incapaz de acometer reformas estructurales que ensanchen nuestro crecimiento potencial y nos lancen a converger con Europa en términos de renta y empleo.
Para terminar, Euskadi ha cerrado su relato particular del ejercicio con un brochazo de optimismo. Según Confebask, la tasa de paro a finales de 2019 caerá entre nosotros hasta el 7,5%. Muy lejos aún del 3,2% de 2007, pero a reconfortantes niveles de la UE.
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