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L. I.
Viernes, 10 de junio 2016, 12:40
El corsé aprisionó a las mujeres durante más de tres siglos. En el XVI, iban envarillados por delante y, en el XVII, se ceñían con unos cordones sobre el plexo solar hasta que el cuerpo aguante. Cien años después se ajustaron por detrás, lo que ... exigía la ayuda del servicio. Para solucionar esa dependencia, nació el corsé de la perezosa: gracias a su ingenioso mecanismo, la dueña lo acoplaba al cuerpo sola. Hubo piezas de auténtica ingeniería que mezclaban ballenas, refuerzos, brocados y sedas. Los hacían los sastres, a quienes se adjudicaba la fuerza necesaria para coser las rígidas estructuras y tejidos. Ellos decidían el aspecto, la postura y la incomodidad final de las mujeres, y tenían un total acceso a su intimidad en la toma de medidas y las pruebas, lo que daba pie a bromas y burlas de todo tipo. Ésta será una de las razones por las que, a partir de 1675, a las modistas se les otorgue licencia para hacer corsés: ya no está bien visto que a las mujeres las vista el sexo opuesto. En 1782 las costureras ya pueden trabajar sin restricciones y se adueñan de las vestimentas femeninas mientras los sastres se centran en las de los hombres.
La Revolución francesa de 1789 elimina el corselette, símbolo de la aristocracia, que Napoleón llama «el asesino de la raza humana». Se impone la libertad, en la vida y la ropa. Surgen las Merveilleuses, mujeres revolucionarias con trajes finos, pegados al cuerpo, semitransparentes y sin corpiño. Con el Directorio, triunfan los vestidos de talle imperio, sueltos, vaporosos y con un corte bajo el pecho, que recuerdan la diáfana sensualidad del clasicismo griego y romano. Pero muchas no renuncian a las apreturas. Las damas victorianas del XVIII solo se consideran decentemente vestidas si llevan un corsé, con el que otras muchas potencian su belleza incorporándole rellenos. La Revolucion Industrial democratiza la moda y populariza el corsé: cualquier mujer puede tener uno. Lo llevan también los hombres para lucir tipo en las ocasiones especiales, para hacer deporte y por razones médicas; los dandis eran usuarios habituales.
En 1917, Estados Unidos entra en la Primera Guerra Mundial y pide a las mujeres quitarse el corsé y dedicar su metal a la fabricación de armas. Se consiguen 28.000 toneladas de acero para aviones de combate. Ellas asumen los trabajos de los hombres destacados en el frente. Son labores duras que exigen libertad de movimientos. El bustier está herido de muerte. Desaparece del armario femenino. Pero no del todo.
Cathie Jung vive en Connecticut (EE UU), tiene 79 años y la cintura más pequeña del mundo (38 centímetros) porque ha llevado corsé durante 25 años, día y noche. Entró en el Libro Guiness en 2011. Sustituyó a Ethel Granger, que murió en 1982 con un talle de 32,5 centímetros. El de su homólogo masculino, Mark Pullin (Sudáfrica, 1962), apodado Mr. Pearl, es de 46 centímetros. Lo consigue gracias al corsé que usa y también ha fabricado para modistos como Jean Paul Gaultier, Thierry Mugler, John Galliano, Alexander McQueen, Christian Lacroix y Vivienne Westwood, y que Dita Von Teece usa en sus representaciones.
Hoy la lencería es ante todo un gran negocio: mueve 22.000 millones de euros al año. Y también refleja la época actual. Hay aplicaciones para móvil que indican a la usuaria la talla y modelo de sujetador ideal y dónde encontrarlo. Otras ofrecen imprimir en 3D un brassier personalizado por unos 100 dólares. Debe enviarse previamente una panorámica del torso desnudo para el diseño; esa información se almacena en la nube y la empresa asegura garantizar la confidencialidad.
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