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Josu Eguren
Martes, 29 de diciembre 2015, 13:51
De regreso a este miniciclo que inauguramos con un breve dossier-homenaje al maestro John Carpenter elijo al japonés Nobuhiko Ôbayashi para celebrar mi amistad con una futura directora de fotografía que me ha confiado la misión de desafiar los límites de su ... relación con el audiovisual. Primero lo intenté con Jean-Pierre Melville ('El círculo rojo'), más adelante vinieron Francesco Barilli ('El perfume de la dama de negro'), Dario Argento ('Inferno'), William Cameron Menzies ('La vida futura') y Mitchell Leisen ('Medianoche'), pero no fue hasta que nos enfrentamos al visionado de 'Jigoku', de Nobuo Nakagawa (1960), que pulsé el resorte de un mecanismo que poco después saltó por los aires tras el pase de 'Hausu', de Nobuhiko Ôbayashi, la obra cumbre del cine sensorial.
Ôbayashi nace en el seno de una familia con una larga tradición dentro de la profesión médica en la ciudad de Onomichi, el 9 de enero de 1938. En 1955, y a instancias de su padre, inicia los trámites para ingresar en la facultad de Medicina, una carrera que abandona para perseguir sus inquietudes artísticas lo que le lleva a solicitar una plaza en el departamento de arte de la Universidad de Seijo, en 1956. A lo largo de la década de los 60, Ôbayashi se convierte en una figura clave de la vanguardia artística japonesa junto a Shûji Terayama, Yoichi Takabayashi y Toshio Matsumoto (directores en contacto con figuras destacadas de otras disciplinas entre los que habría que destacar a Yoko Ono y Genpei Akasegawa), todos ellos bajo el amparo de la Art Theatre Guild, la célebre productora que dio visibilidad al trabajo de un grupo de autores hermanados por la radicalidad del cine experimental, al tiempo que sirvió como casa matriz de la nueva ola del cine japonés. Paralelamente, Ôbayashi entra a formar parte del grupo de cineastas japoneses independientes integrado por Takahiko Iimura, Yoichi Takabayashi, Kenji Kanesaka, Jushin Sato, Koichiro Ishizaki y Donald Richie (los ensayos del productor, director y crítico americano son imprescindibles para profundizar en este periodo histórico) inaugurando lo que será una breve etapa caracterizada por la utilización de películas de 8 mms (una medida extraña entre sus compañeros de generación por la que se decantó atendiendo a lo económico que resultaba este tipo de celuloide) para filmar una primera serie de cortometrajes que formaron parte de una proyección pública organizada por el colectivo en 1964.
El arte de la experimentación
Navegando entre dos etiquetas distintas, la del angura o cine underground (véanse 'Funeral Parade of Roses', de Toshio Matsumoto y 'Emperor Tomato Ketchup', de Shûji Terayama) y la de la Nberu bgu o nueva ola del cine japonés (donde encajan autores tan dispares como Seijun Suzuki, Nagisha Oshima, Masao Adachi e Hiroshi Teshigahara) la primera mitad de los 60 es una etapa en la que Ôbayashi trasciende el amateurismo a través de una colección de ensayos y errores que le sirven para profundizar en el arte del cine experimental. A este período pertenecen 'Dandanko' (1960), 'La chica de la foto' / 'E no Naka no Shoujo' (1960), 'La mujer devorada' / 'Tabeta Hito' (1963) y 'Emotion' (1966), siendo esta última una obra que toma la literatura vampírica de Sheridan LeFanu y 'Blood and Roses' (1960), de Roger Vadim, como referentes para edificar un nostálgico cuento de terror en el que se identifica claramente el mix de experimentación formal y profunda carga melodramática que llevaría al paroxismo en 'Hausu'.
Indagando en la complejidad de su identidad estética, que desde muy pronto se verá marcada por las alteraciones constantes del raccord, el montaje sincopado y una profusión de técnicas que van desde el collage hasta la stop motion, pasando por la animación tradicional, Ôbayashi encuentra un fértil territorio de experimentación en el seno del cine comercial al que accede de la mano del productor de una gran agencia que ve en el cineasta japonés al visionario capaz de revolucionar el lenguaje publicitario en el que impondrá sus nociones de estilo durante dos décadas. Más de 2000 spots, en los que participan estrellas de la talla de Charles Bronson, Sophia Loren, Catherine Deneuve, Kirk Douglas y Ringo Starr testimonian la influencia de Ôbayashi en un campo donde cultivó pequeñas joyas del género como el inclasificable comercial para una compañía de desodorantes en el que el impulso de la avant garde se funde con un espectacular despliegue de imaginería propia de la corriente camp.
Hausu: La casa infernal
Previo a la que hoy sigue siendo su película más conocida, en 1971 estrena 'Confesión' / 'Confession', su primer largometraje, un racconto autobiográfico con el que rememora su etapa de juventud en Onomichi tiñendo el relato de una profunda melancolía en la que hurga por medio de una banda sonora con la que vuelve a manifestar su profunda inclinación hacia las melodías románticas (con especial atención a la obra de Franz Liszt y Johannes Brahms). Pero si estamos hoy aquí es principalmente por devoción a 'Hausu', una obra de difícil catalogación que podría haberse tejido en las pesadillas de Jean Arp, Hugo Ball y el grupo de dadaístas reunidos en el Cabaret Voltaire. Espoleado por un encargo de la mítica productora Toho (alarmada por los sucesivos fracasos en taquilla de sus producciones convencionales más recientes), y en una etapa en la que las viejas fórmulas del cine de terror comenzaban a dar signos de agotamiento ('Village of Eight Gravestones' / 'Yatsuhaka-mura', de Yoshitarô Nomura, es la excepción a una regla confirmada por la trilogía que forman 'Vampire doll' / 'Yûrei yashiki no kyôfu: Chi wo sû ningyô', 'Lake of Dracula' / 'Noroi no yakata: Chi o sû me' y 'Evil of Dracula / Chi o suu bara'), Ôbayashi alumbra una historia sobrenatural que toma como inspiración los terrores infantiles de Chigumi, su hija menor (el japonés es uno de los directores que mejor han sabido caminar sobre la línea que separa la sensibilidad infantil de la pueril ingenuidad). Tras un proceso de gestación extremadamente tortuoso, que puso el rodaje de la película en dique seco durante más de dos años, y gracias la presión de un grupo de entusiastas que forzaron a la productora llevar el proyecto adelante, 'Hausu' vio por fin la luz en 1977 para erigirse en una de las catedrales de la forma más impactantes y sobrecogedoras del siglo XX.
La alegre excursión estival de una niña huérfana y su grupo de amigas a un viejo caserón en el que habita su tía materna, se despliega ante nuestros ojos como un pop up incesante de imágenes alucinadas, estremecedoras figuras poéticas e insertos publicitarios. Siempre por delante del espectador, la dinámica del asombro arrastra nuestra mirada hacia el punto central de un torbellino psicodélico en el que convergen el kitsch, el fulgor de la explosión atómica sobre Hiroshima y un surrealismo plástico que remite a la remota mansión Usher de Jean Epstein. Si el cine del futuro pudiese mapearse en relación una serie de coordenadas concretas 'Hausu' debería ser el centro de su universo.
No es extraño la admiración que le profesan directores como Nacho Vigalondo, Ti West ('La casa del diablo' / 'House of the Devil') y Edgar Wright, que en su adaptación de 'Scott Pilgrim contra el mundo' / 'Scott Pilgrim vs. The World', hizo una clara evocación a la 'La escuela marcada' / 'School in the Crosshairs' / 'Nerawareta gakuen' de Ôbayashi.
La complejidad del relato edípico y la explosión formal en el marco de una narración aterradoramente divertida que se mueve al ritmo de una partitura para piano compuesta por Asei Kobayashi sobre la que se yuxtaponen capas de terror y humor matizadas por una fuerte dosis de nostalgia.
El rayo que no cesa
Si la crítica insiste en que recordar que la filmografía posterior de Ôbayashi no está a la altura de su obra maestra es porque la memoria de 'Hausu' contamina la lectura de títulos tan interesantes como 'I Are You, You Am Me' / 'Tenksei' (1982) y 'Bound for the Fields, the Mountains, and the Seacoast' / 'Noyuki yamayuki umibe yuki' (1986), en la que hace un duro repaso a la cruda etapa de posguerra.
Los francotiradores le reconocerán de inmediato como el director de la primera adaptación de 'La chica que saltaba a través del tiempo' (que conoció una versión posterior a cargo del Mamoru Hosoda), y en el repaso de 'Verano con un extraño' / 'Ijin-tachi to no natsu' (1988), una historia de amor, fantasmas y viajes en el tiempo teñida de la melancolía de su primeros trabajos (véase 'La chica de la foto' / 'E no Naka no Shoujo'), pero si tuviese que rescatar una sola de sus películas quizá elegiría 'Chizuko's Younger Sister' / 'Futari' (1991), el emotivo viaje hacia la adolescencia de una niña traumatizada por la muerte de su hermana mayor. En 'Futari' Ôbayashi pule sus habilidades hasta el extremo, manejando un relato a dos voces y tres tiempos trufado de elementos sobrenaturales y enmarcado por una puesta en escena en la que podrían cohabitar la poética de Sion Sono y la sensibilidad de Hirokazu Koreeda.
Un año después rueda 'The Rocking Horsemen' / 'Seishun dendekedekedeke' (1992), seguida de una febril entrega de sólidos y singulares dramas de época que culmina con la entrega de la espléndida 'Sada' (1998). En 'Sada' Ôbayashi recrea uno de los episodios más famosos del folklore contemporáneo japonés, la historia de Sada Abe una prostituta cuya enfermiza relación con uno de sus amantes desembocó en una desenfrenada orgía de destrucción mutua con consecuencias atroces. Otros autores excepcionales como Yasuzo Masumura ('Blind Beast' / 'Môjû', 1969), Noboru Tanaka ('A Woman Called Sada Abe' / 'Jitsuroku Abe Sada', 1975) y Nagisha Oshima ('El imperio de los sentidos' / Ai no korîda, 1976) han tratado una historia que en manos de Ôbayashi se convierte en una fantasía romántica tan violenta como alucinante.
Sin despreciar la filmografía que media entre 'Sada' y 'Casting Blossoms to the Sky' / 'Kono sora no hana: Nagaoka hanabi monogatari' (2012) -vista en el Festival de Sitges- una película solo al alcance de los completistas más aplicados, hay que saltar hasta 2014, 'Seven Weeks' / 'No no nanananoka' para enfrentarse al magistral último trabajo de un director cuya fecundidad nunca ha encontrado respuesta en España. Si el cine de culto oriental tiene sus apóstoles, el trono lo ocupa Nobuhiko Ôbayashi, flanqueado por Kji Wakamatsu, Shûji Terayama y Teinosuke Kinugasa.
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