El proyecto nacional vasco que escandalizó a los nacionalistas
Tiempo de historias ·
Hace un siglo, don Ramón de Belausteguigoitia, jugador del Athletic durante cinco temporadas, provocó un gran revuelo entre los discípulos más ortodoxos de Sabino Arana con una propuesta de nación muy novedosa
El 21 de noviembre de 1918, el diario 'Euzkadi' alertaba a sus lectores acerca de un folleto, obra de don Ramón de Belausteguigoitia, titulado 'Las bases de un gobierno nacional vasco'. «Sin haberlo leído en su integridad –señalaba el órgano nacionalista-, nos creemos obligados a prevenir a nuestros amigos, ya que vemos que en algunos puntos como Donostia, se vende en centros nacionalistas, que no pueden ser suscritas por los discípulos de Sabino gravísimas afirmaciones del folleto».
¿Qué había en aquel escrito del señor Belausteguigoitia, nacionalista confeso, que sin haberlo sometido a un exhaustivo análisis era considerado como pernicioso? Al parecer, tal y como se indicaba, el escándalo surgía de uno de los apartados del trabajo. El titulado 'Derechos individuales', ante el que ningún católico vasco podía mostrarse indiferente. ¿Qué había de malo? El que fuera jugador del Athletic durante cinco temporadas, campeón de la Liga española en los años 1914 y 1916 y hermano del mítico José María 'Belauste', había escrito que la «psicología de nuestro país es de una grandísima tolerancia hacia las opiniones y creencias ajenas».
A su entender, a la largo de la historia, los vascos habían mostrado un respeto máximo por las libertades individuales. No importaba el pensamiento político ni la elección religiosa, pues los vascos mostraban deferencia ante las convicciones de cada uno. Para el autor, la «cuestión de la intransigencia religiosa no se debate ya en ninguna parte». Ni en Francia, ni en Inglaterra, ni en Irlanda o América se negaban en esos momentos los derechos sociales de otras creencias a ser toleradas. Tan pernicioso era el clericalismo a ultranza como el anticlericalismo intolerante y violento. «La libertad plena en todo y para todo; he aquí una fórmula indispensable». Para don Ramón, esa tolerancia ancestral de los vascos era una garantía para el respeto total de la libertad individual.
Católicos ante todo
Ahí estaba el pecado. Intolerable. El diario nacionalista dejaba las cosas claras y afirmaba, en línea con lo establecido por la encíclica 'Quanta cura' que, «negamos con todo el alma que la libertad de conciencia y de culto es un derecho propio de todo hombre». El pueblo vasco era un pueblo profundamente católico, característica ésta que transcendía de las voluntades individuales. No cabía, pues, discusión al respecto. Cualquier reclamación sobre la libertad de conciencia no podía, ni siquiera, ser consideraba. Por ello, el folleto en cuestión debía de ser retirado.
Dos días más tarde, el 23, 'El Liberal' se hacía eco de estas apreciaciones. Munición perfecta para sus redactores. La negativa de los nacionalistas a reconocer los derechos individuales en toda su plenitud convertían a la futura democracia vascongada en un imposible. «Ni ese Euzkadi absurdo –señalaba-, ni Marruecos, podrían pertenecer a la Sociedad de las naciones propuesta por Wilson como fórmula de un nuevo orden internacional». Para el diario progresista estaba claro. Los nacionalistas renegaban de España porque en España sí se reconocían los derechos individuales y si ellos querían la independencia era, precisamente, para prohibirlos, «para proclamar el reinado del absolutismo, para vincular en la Iglesia católica todo el Poder y toda la Soberanía nacional». Ningún Estado moderno y democrático que pretendiera ser homologado por la comunidad de naciones podía abjurar del respeto máximo hacia la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa. No podía ser de otro modo.
El debate abierto entre ambos periódicosocultó en buena medida el resto del trabajo escrito por el señor Belausteguigoitia. Las aportaciones hechas en el mismo por el que, hasta no hacía mucho, había sido corresponsal de guerra, se situaban en la línea de lo señalado por 'El Liberal'. A su juicio, el pueblo vasco tenía una disposición clara hacia la democracia con el consiguiente respeto hacia todas las ideas y creencias. Esta afirmación se subrayada incluso cuando en otra parte del folleto se reclamaba un Estado vasco confesionalmente católico ya que la mayor parte del pueblo lo era, «sin que esto se oponga a cuanto dejamos dicho anteriormente», en clara alusión al respeto de los derechos individuales. Para el autor, la confesionalidad del Estado tendría como fin, además de ratificar la creencia mayoritaria, el control de la jerarquía eclesial vasca, algo que ya se hacía en otros lugares del mundo tales como Irlanda o Quebec.
Fuera de estas consideraciones, el trabajo elaborado por don Ramón de Belausteguigoitia, aportaba aspectos novedosos para el nacionalismo. Su planteamiento, en el que se hallaba la petición de la derogación de la ley de 25 de octubre de 1839, partía de la creencia de que las leyes que habían conformado la foralidad vasca, mantenían su validez. De hecho, no eran pocos los países que contaban con constituciones antiguas: Estados Unidos, Gran Bretaña, Suiza y hasta Francia. «Vascos: nuestra Constitución nos da unas bases de un envidiable espíritu democrático y de una gran dirección social; nuestro estado de progreso nos permite entrar en él sin tránsitos ni desviaciones». Esta base democrática, en la que el uso y la costumbre se le antojaban tremendamente importantes, habría de ser adaptada a la hora de establecer los mecanismos de organización de los nuevos poderes. En esta línea, el autor propuso la creación de una especie de federación vasca gobernada por un Directorio que ostentaría el poder ejecutivo y que vendría a ser la primera propuesta clara de un Gobierno Vasco.
Por otro lado, señalaba la importancia de organizar una justicia mucho más rápida, eficaz y cercana en la que habría de primar el derecho consuetudinario, al modo lo de los sistemas judiciales anglosajones. También exponía las ventajas que a nivel económico supondría en hecho volver a la situación anterior de la ley de 25 de octubre de 1839. Para él, sin duda, el País Vasco ganaría en todos los sentidos pues la política económica se planificaría por y para los vascos.
De alguna manera, el folleto de don Ramón Belausteguigoitia sentaba las bases de un proyecto nacionalista mucho más democrático en el que hasta la relación con España quedaba exenta de medidas traumáticas, ya que planteaba la creación de una confederación. Indudablemente, toda una novedad en su momento y un auténtico adelanto profético en el tiempo.
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