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María Ángeles Crespo
Viernes, 14 de febrero 2020, 09:28
El Mirandés tiene jugadores sobresalientes, no cabe duda, y en ocasiones es una genialidad de alguno de ellos lo que propicia que se consigan grandes resultados, pero tienen los de Anduva, sobre todo, un arma que les hace ser cada día mejores, el concepto ... de equipo.
Y es ahí donde ninguno de los que salta al terreno de juego ya sea de inicio o para aportar algo entrando desde el banquillo, regatea esfuerzos. El bloque defiende junto y ataca junto y ayer esa volvió a ser la seña de identidad del Mirandés que demostró que está en la semifinal de la Copa por méritos propios.
Llegados a este punto podía pensarse que los nervios iban a atenazar a los de Iraola, pero ya apuntaba en los días previos el técnico rojillo que si alguna ventaja había en este enfrentamiento de ida de la semifinal copera era que «nosotros no tenemos ninguna presión».
Pronto pudo verse que el Reale Arena no se hizo grande para el Mirandés, y quien sí se creció en ese escenario fue el equipo rojillo que salió con descaro, sin complejos y buscando la portería contraria con la intención de obtener un gol que con su doble valor es casa ajena podrá tener una vital importancia en el choque de vuelta.
Para intentar sorprender a la Real Sociedad había primero que desajustar al rival, era preciso desactivar a los hombres capaces de crear juego y servir balones a los peligrosísimos atacantes que visten las elástica blanquiazul, y ahí es donde quienes son los encargados en el Mirandés de hacer que los partidos tengan el ritmo que más interesa, emergieron. Guridi, Antonio Sánchez y Malsa se complementaron a la perfección y cada uno con sus características, visión de juego, pulmón, fuerza, precisión en el pase.... fueron desactivando y hasta desesperando por momentos a los rivales que no daban con la tecla.
La indiscutible calidad que atesoran los donostiarras se reflejó en algunas hilvanadas jugadas, pero no acabaron de encontrarse tan cómodos como habrían deseado porque ese centro del campo rojillo les impedía trenzar sus habituales jugadas de tiralíneas. Y si en algunos momentos superaban la medular acababan encontrándose después con una zaga que acababa taponando sus incursiones.
Además, los realistas tuvieron en múltiples ocasiones que recurrir a los envíos largos porque también los atacantes rojillos presionaban sus salidas con el balón controlado. Lo dicho, todo el equipo hizo un partido como equipo, con ayudas constantes, y generosidad en el esfuerzo.
Si solidario y compacto estuvo el equipo en las tareas defensivas, también en ataque participaron desde el primero al último. Con descaro y valentía salió el Mirandés y afianzada la zaga los laterales, especialmente Kijera, se incorporaron con asiduidad para forzar a los donostiarras a relegarse para evitar males mayores.
Aun cuando hay que insistir en que los rojillos fueron todos uno, arriba el protagonismo volvió a adquirirlo Matheus, tocado por la fortuna en la competición copera, una tuvo y una convirtió. Hizo ese gol que no sólo da vida a los de Iraola para la vuelta en Anduva, sino que abre la puerta a la esperanza y propicia que el sueño continúe.
En el partido de ayer todos los que jugaron estuvieron sobresalientes, y la misma calificación merece también el técnico, Andoni Iraola, que supo infundir a los suyos el espíritu competitivo que se precisa y que partido a partido aflora jueguen los rojillos donde lo hagan.
El Mirandés jugó de tú a tú a la Real Sociedad y ofreció a los rojillos sobre todo, pero a todo buen aficionado al fútbol también, una lección más de competitividad. El esfuerzo, el trabajo colectivo y la convicción dan fruto; gracias Mirandés.
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