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SILVIA DE DIEGO
Viernes, 14 de febrero 2020, 10:04
«Ganen o pierdan son los mejores, ¡aúpa Mirandés!», con esta frase resumía emocionada el final del encuentro de ida de la semifinal de la Copa del Rey entre la Real Sociedad y el Mirandés Cristina Álvarez, quien nerviosa seguía a través de la ... pantalla grande de La Madre el partido. Las pipas eran sus uñas y no le quedó una viva.
Noventa minutos en los que no paró de animar a su equipo del alma porque, como ella dice, su corazón es rojo y negro al cien por cien. Mil cien aficionados acompañaron a los rojillos en la inmensidad del Reale Arena pero aquí, en la ciudad, todos empujaron con el corazón;y es que parecía que los jugadores de Iraola podían escuchar a 133 kilómetros de distancia los numerosos mensajes de ánimo que su incondicional afición les mandaba en un partido de auténtico infarto.
Las calles estaban literalmente desiertas porque los rojillos que no estaban en Donosti estaban dándolo todo o en los bares o en sus propias casas. Olivia Vadillo estaba rodeada de siete pequeños, con pintura de guerra incluida, que lo daban todo siguiendo a los rojillos también en pantalla grande. «Los padres están allí viendo el partido en vivo y en directo. Aunque mañana es día de escuela aquí la afición lo puede todo. En la jornada pasada estuvieron en Anduva. Un día es un día y hay que disfrutarlo porque esto es historia», recalcaba.
En el Donald, Elena Vélez, vivía con mucha emoción el encuentro y empujaba con lo que podía al equipo. «Todo el mundo que conozco, tanto familiares como amigos, están allí. Yo me he quedado porque venía mi hermana hoy de Edimburgo y la teníamos que recibir, así que aquí a darlo todo».
Algunos bares también cerrados a cal y canto, puesto que habían decidido seguir como buenos jabatos a los artífices de haber obrado la magia durante estas semanas. «Sabíamos que ellos eran un hueso duro de roer pero el penalti ha sido injusto», comentaba Isidro, de 76 años; quien confesaba sentir agujetas por todo el ejercicio que había hecho durante el encuentro.
«Uff qué tensión, no he parado de mover las piernas», repetía una y otra vez. Su compañero de mesa más tranquilo mandaba un mensaje a los jugadores. «Gracias por lo permitidnos seguir soñando una vez más».
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