Aurora Ugalde de 52 años, y Edith Rivero, de 55, se se conocieron en la sala de hemodiálisis y fueron trasplantadas con meses de diferencia. Avelino Gómez

Cuando la vida vale un riñón

Diálisis y trasplante. ·

Edith Rivero y Aurora Ugalde dejaron atrás, gracias a un nuevo órgano, sus tres visitas semanales al hospital, al van 24 enfermos renales

Viernes, 7 de abril 2023, 00:01

Aurora Ugalde y Edith Rivero forman parte de ese 10% de la población española aquejada de una enfermedad renal crónica -según los datos que maneja Alcer-, una patología que las llevó a diálisis, primero, y al quirófano, después, para recibir un órgano 'nuevo'. Pero también ... son un ejemplo del éxito de un sistema de trasplantes reconocido internacionalmente y de la propia superación personal a la hora de afrontar un problema de salud que te 'ancla' a una máquina para sobrevivir y condiciona tu día a día más allá de las horas del tratamiento.

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De hecho, para ninguna de las dos fue fácil asumir, en un principio, su nueva realidad. Edith reconoce que los dos primeros meses se los pasó llorando, sin consuelo. De hecho, había pensado que cuando le plantearan que tenía que ir a diálisis iba a decir que no porque «morirme me iba a morir igual»; pero acabó yendo. Y pasado el sock inicial y el rechazo se dijo a sí misma que tenía que cambiar de actitud y lo hizo.

En datos

  • Hemodiálisis. El servicio se implantó en el Santiago Apóstol hace 15 años. Funciona doce horas, de 7.30 a 19.30, con dos turnos, de pacientes.

  • Usuarios. 24 enfermos, en dos turnos, acuden 3 veces por semana a diálisis (lunes, miércoles y viernes). Están 'enchufados' unas cuatro horas en cada sesión. Hay dos personas más que van a Burgos porque en Miranda no hay espacio; aunque si el número de derivaciones creciera se podría abrir un tercer turno hasta las 22.00 horas.

  • Personal. Hay una enfermera cada cuatro pacientes. El servicio cuenta con 3, además de un médico nefrólogo que viene de Burgos y 2 TCAEs.

  • Trasplantes. El pasado año recibieron un riñón 4 pacientes del Santiago Apóstol, 2 hombres y dos mujeres.

Llegó a estar cinco años en diálisis, donde reconoce que, en cierto modo, fue una paciente rebelde. «Llegaba siempre con mucho líquido. No hay que tomar agua y yo bebía, así que me pesaban y siempre tenía entre 5 y 7 kilos. Al principio siempre me echaban la bronca, pero luego ya me dejaban por imposible».

Hasta que un día, al ver que a otra persona que llevaba poco tiempo la llamaron para un trasplante. «Entonces pregunté por qué a mi no y, me dijeron que porque traía mucho líquido. Era una mentirijilla pero me la creí y me lo tomé muy en serio». Fue lo único que cambió, porque durante todo el tiempo que estuvo en diálisis no dejó de trabajar y mantuvo su vitalidad.

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Llevó bien el proceso, pero lo que le ha devuelto su vida ha sido el trasplante que recibió en Salamanca hace menos de un año, el 8 de junio de 2022. Una operación a la que acudió tranquila, era algo deseado. Lo peor llegó después, porque pasaban los días y el nuevo riñón seguía sin funcionar. Al principio para quitarle hierro al asunto, «le decía a mi hija que el hombre que me había donado era un vago y este riñón a mí no me va a servir». Lo cierto es que temió que se produjera un rechazo. De hecho llegaron a hacerle una biopsia para descartarlo. Pero el 23 de junio, fecha de su cumpleaños, el órgano reaccionó, aunque le hizo pasar un día muy malo con vómitos y diarrea. «Pensé que me moría, pero volví a nacer por segunda vez el mismo día».

El arranque de la historia de Aurora es casi un calco de la de su compañera de 'fatigas'. Cuando le informaron en Burgos, donde estaba ingresada por su problema renal, que el riñón no funcionaba y que la solución pasaba por la diálisis «pensé que no podía ser, que eso no me podía estar pasando. También me dijeron que podía tener un trasplante, pero no lo quise ni valorar. Me parecía aún peor opción. Qué miedo, qué miedo. Ni me hable de eso, le dije al médico».

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Por tanto, sólo quedaba conectarse a la máquina, a la que reconoce que, desde el principio, trato de «ir con la mejor actitud, porque no me quedaba otra». Aunque el tratamiento la dejaba muy tocada, hasta el punto que el resto del día se lo pasaba en la cama. Su semana quedó reducida casi a la mitad, a los 4 días en los que no tenía que ir al hospital e intentaba hacer algo.

Vitalidad

Nada que ver con su día a día actual y sus ganas de hacer cosas. Y es que para ella la vida también cambió tras el trasplante, ése que al principio ni se planteaba pero que llegó en julio del pasado año, tras año y medio de diálisis, meses de concienciación sobre la mejora que en su calidad de vida podría suponer un riñón que funcionara y el empuje de su compañera. «Ella me animaba mucho y acabé pensando que por qué no lo iba a hacer. Total, a mi me meten para dentro y que sea lo que Dios quiera».

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Una forma de verlo que, reconocía Aurora, le transmitió Edith. «Ella es muy positiva». Pero llegaron a llamarla 3 veces de Salamanca. En las dos primeras se volvió de vacío. Fue a la tercera cuando el riñón fue para ella. La operaron el 12 de julio, mes y medio después que a su amiga y recibió un órgano algo más 'ágil' que tardó sólo una semana en funcionar en su cuerpo, evitándolo así la diálisis pero también el malestar que le generaba durante horas y la apatía. Ahora, asegura que «me he vuelto mucho más positiva ante la vida. Afronto los problemas de otra manera. Pienso también un poco más en mi y no me dejo caer tanto como antes. Todo tiene solución menos la muerte y, hasta ahora, hemos salido de todas».

También Edith asegura que ahora está «más contenta. Antes, a veces, hacía como que estaba bien aunque no lo estuviera, para que mis hijas no sufrieran. Nunca he dicho que estaba mal. Siempre decía que muy bien».

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Enchufados

81 años Begoña Saeta

«Mi salud está mucho mejor, pero te ves muy atada»

Aunque acudir tres veces por semana a la sala de diálisis forma parte de su rutina desde hace algo más de cuatro años, reconoce que sigue sin acostumbrarse. «Te ves muy atada». Por eso tacha los días en el calendario a la espera de un trasplante que confía en que no tarde en llegar, una vez hechas todas las prueba y metida en lista.

Una operación que a sus 81 años afronta con ilusión, convencida de que, además de mejorar su salud, podrá disponer de su tiempo, algo que ahora no puede hacer por las limitaciones de un tratamiento que, eso sí, reconoce que le ha ayudado a tener una mejor calidad de vida que la que tenía cuando llegó. Antes llevaba un década con controles periódicos en Burgos por su insuficiencia renal y si no tuvo que dializarse antes fue porque cuidaba al extremo su alimentación. «Pensaban que iba a aguantar 3 o 4 años y pasaron diez. Pero los últimos no estuve nada bien».

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De hecho, para ella la diálisis supuso una gran mejora en su día a día. «Mi salud está mucho mejor. Además sabes que te puedes pasar un poco en la comida y, por ejemplo, comer un plátano, porque al día siguiente te depuran la orina. Me sigo cuidando mucho, pero no tanto como antes». Aunque en su nevera sigue pegada una hoja con lo que puede y no comer. Son muchos los alimentos prohibidos. «Pasas necesidad de muchas cosas que te gustan, pero no hambre», recordó.

62 años José Ramón González

«Yo ya vi que se puede salir y quiero conseguirlo de nuevo»

Cuando en agosto del pasado año llegó a la sala de hemodiálisis, ya sabía qué le esperaba. No era nuevo para él. Era su segunda vez. Ya había estado en 2019 pero había conseguido 'desengancharse' de la máquina a la que ha tenido que volver por una infección derivada de unas piedras en el único riñón que tiene y que no le pudieron quitar porque otra enfermedad crónica hacía inviable una intervención. «Todo el sistema digestivo dejó de funcionar. Fue un palo muy gordo».

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Así que confía en que con la diálisis el sistema renal vaya mejorando -algo ya lo ha hecho en estos meses- y consiga, de nuevo, dejar de ir 3 días por semana a que le depuren la orina. «El objetivo, teniendo en cuenta todos los problemas que tengo, es no estar enganchado a la máquina, si puede ser. Te limita mucho».

De todos modos tiene claro que las personas se amoldan a todo, aunque la primera vez, que empezó en Burgos, le costó mucho (estaba 12 horas fuera para 3 de diálisis). «El ser humano ha sobrevivido por la forma que tiene de adaptarse a sus circunstancias. Hay muchas cosas contra las que no puedes luchar. Hay que centrarse en lo que tienes y aprovecharlo al máximo y esforzarte por lo que puedes lograr. Yo ya vi que se puede salir y quiero conseguirlo de nuevo».

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68 años Gregorio Llarena

«El día que me llamen para el transplante será una ilusión

La noticia de que necesitaba diálisis fue toda una sorpresa para él. No se lo esperaba, pese a los problemas de salud que arrastraba hacía algún tiempo. Desde entonces ha pasado casi un año y esa sala del hospital se ha convertido en parte de su vida. Se ha acostumbrado sin mucho problema. Quizá porque es «una persona conformista». Eso sí, también reconoce que muchas veces «me culpo de haber acabado aquí. Los médicos ya me habían advertido que me cuidara por la tensión, pero hemos hecho lo que nos ha dado la gana. Hemos comido, bebido... Como es una enfermedad silenciosa, en la que no te duele nada, no la tomas muy en serio. Luego muchas veces he pensado, si hubiera hecho caso...».

Pero ya no hay vuelta atrás, por lo que toca es adaptarse a la hemodiálisis y «tener esperanza en el transplante». Lleva un mes en lista de espera, se lo comunicaron en febrero en Salamanca, por lo que ahora se trata de esperar, pero teniendo ya «más esperanza de vida. Es otra cosa. El día que me llamen será una ilusión grande».

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En su momento, cuando le dijeron que necesitaba un transplante su mujer se ofreció a donarle un riñón, pero lo descartaron porque también tiene problemas de salud. Lo mismo hizo su hija, pero eso es algo que no quiso ni valorar. «No voy a sacrificarla. Es muy joven y no sabe si luego va a tener algún problema».

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