el correo
Domingo, 12 de septiembre 2021, 05:18
No es extraño que La Ventilla sea, a día de hoy, la arteria que mayor flujo circulatorio absorbe en la ciudad y la que más dinámica social y comercial reúne. Siempre fue así, a pesar de ser considerada hasta los cincuenta un arrabal más allá ... de la Calle Arrabal que entonces daba en llamarse 19 de julio (el golpe militar llegó, al parecer, con un día de retraso a Haro).
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Se entraba a ella, memoriza Félix Castrillo, desde el Frontón Carrasco que albergó manifestaciones políticas de enorme calado porque contaba con 1.000 localidades, y vio jugar a mitos de la pelota como Barberito, los hermanos García Ariño, Retegui, Bergara… Y hasta estrellas del celuloide porque llegó a convertirse en cine donde se proyectaban las películas que se 'echaban' en el Bretón y llevaba en rollos y bicicleta de un lado para otro Gregorio Ruiz, a quien le conocían los amigos como 'El Gordi'. También verbenas, al ladito mismo de la entrada a la fábrica de jamones y chorizos que identificaban dos cerdos situados en los pilares de su imponente puerta de entrada y que llegó a repartir el Gordo de Navidad años atrás.
Bien cerca de allí, por lo que hoy es Fernández Ollero, bullía el carbónico y se refrigeraba el hielo de Gaseosas Peña, el personal y los pacientes del Hospital Madre de Dios, una de las cinco casetas de consumo donde se cobraba el impuesto municipal a quienes llegaban desde fuera para vender dentro «legumbres, huevos, hogazas de pan…» La más importante, la que mayor recaudación obtenía, era la de La Ventilla que hasta 1979 se llamó General Mola.
«Era una arteria con mucho tráfico porque también hacía de carretera nacional N-124. Así que todos los coches y camiones que iban a Logroño o a Vitoria tenían que pasar obligatoriamente por el centro de la ciudad. Y era una calle con mucha industria», refuerza el hostelero.
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Frente a su bar estaba la destilería de Rafael Estefanía, «donde se vendían los famosos anís y brandy Aro, y todo tipo de licores a granel». En el edificio de los hermanos Oñate, que se construyó al tiempo que se edificaba el asilo de la Casa Cuna en 1948, la fábrica de achicoria y malte El Faisán. Y enfrente unos grandes pabellones donde se almacenaba el grano que producían los pueblos de alrededor, al tratarse del Servicio Nacional del Trigo que dejó espacio años después a las Vinagrerías Leopoldo García.
Y en la otra margen, una fábrica de mosaicos, la de Víctor Delgado, donde el producto se hacía a mano y se convirtió en ferretería, aún en servicio.
La memoria prodigiosa de Félix habla del almacén de patatas de Teófilo Cárcamo, la serrería y fábrica de muebles de Baldomero Lacuesta, el concesionario de cosechadores y tractores de Mariano del Hierro, los talleres de Domingo Estefanía y Castillo y Orbañanos, el Colegio de los Hermanos Maristas, el taller de agricultura Ajuria, la entrada a Bodegas Martínea Lacuesta, la vaquería de Pucheros y el Colegio de las Hermanas Franciscanas, la carpintería Sagredo, los talleres de Roque Serrano, la pescadería de Primi, la funeraria La Soledad, las motos y bicis de Gildos, el taller mecánico de Ángel Alútiz, el molino de harinas Alonso, la tiendecita de Catalina, la carbonería de Alegría, la botería de Arnáez, la armería de Hermanos Vadillo y muchos más negocios.
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De principio a fin de la calle, del extrarradio hacia la plaza.
Se mira a sus pupilas y se ve en ellas el pasado, y se establece parangón con el presente, confirmando que esa calle tiene vida aún y la operan a corazón abierto en medio del verano. Nada es comparable, sin embargo, a repasar el relato de Castrillo que algún día asomará a la luz. Éste, de suyo, es un preámbulo acelerado que justifica el hecho de que a La Ventilla traten de ponerla guapa, aunque a destiempo. Quiera Dios que acierten esta vez. Hasta la fecha no ha habido suerte.
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