El menú diario de casi 150 personas con domicilio en la ciudad depende en estos momentos, en gran medida, de Cáritas y de su economato Mercamir, establecimiento por el que semanalmente pasan entre 20 y 25 familias para poder llenar la nevera y disponer ... también de productos de limpieza y aseo personal, a los que no pueden acceder en un establecimiento comercial al uso por carecer de recursos económicos.
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Un problema que en buena medida han esquivado en los últimos tres meses, gracias al apoyo de esta organización social, 46 familias que suman 143 personas. De ellas, 90 son adultos y 53, menores. Un colectivo en el que predominan los extranjeros, con 41 hogares formados por inmigrantes; a los que se suman otros 5 más de españoles.
Proporción que no sorprende a los responsables de Cáritas, ya que aquellos que no cuentan con papeles y tienen pendiente regularizar su situación administrativa no pueden acceder a otros recursos o ayudas oficiales. Y los trabajos precarios que tenían antes de la pandemia han desaparecido. «Muchos no tienen papeles. La mayoría. Además de no tener recursos, en este momento tampoco tienen posibilidad de acceder al mercado laboral. Si los que lo tienen todo en regla, lo tienen difícil; los que no, todavía más», reconoció el presidente de Cáritas, Jesús Ponce.
La economía sumergida de la que muchos dependían para vivir, se ha reducido de manera importante por el temor a los contagios y la recomendación de que se reduzcan al mínimo los contactos. De hecho, esa situación ha llevado a una pareja en la que los dos trabajaban a quedarse ambos sin empleo y, por tanto, sin ninguna fuente de ingresos, tal y como recordaba.
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«El miedo también está jugando una baza muy fuerte a la hora de encontrar un trabajo» aunque sea al margen del sistema reglamentario. No hay prestaciones a las que poder acogerse y tampoco ahorros. Algo impensable para quien ya antes tenía problemas para llegar a fin de mes.
Poder acceder a un empleo que reporte algún tipo de ingreso al domicilio es esencial para un colectivo formado mayoritariamente por gente joven y con cargas familiares. Pero a algunos, tal y como apuntaba el presidente de Cáritas, ni siquiera les dio tiempo a empezar a buscar trabajo porque «estaban recién llegados cuando se decretó el estado de alarma. Lo mismo les ocurrió a otros que acababan de iniciar el papeleo para solicitar el reconocimiento de refugiado».
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Dejando al margen a los menores, la mayoría de los que recurren a Mercamir tienen entre 20 y 50 años. A estos se suma un grupo mucho más reducido de personas que superan los 60 y a los que ya se brindaba algún tipo de apoyo antes del coronavirus y con los que se continúa trabajando porque con la pandemia su situación no ha hecho sino empeorar.
De hecho, si se toma como referencia mediados de marzo, cuanto se confinó a la población en casa, se eleva hasta 80 el número de las familias a las que se ha atendido a través de este servicio de alimentos y productos básicos. Para entrar en la 'lista' de beneficiarios de estas ayudas primero hay que pasar por la sede de Cáritas en la calle Río Ebro, donde sus trabajadores sociales valoran si realmente necesitan esa ayuda y para dar el visto bueno, como contraprestación, se pide a los destinatarios que participen en talleres y actividades sociales. Y es que la intervención desde Cáritas no se limita únicamente a dar una manutención. Se hace un seguimiento personalizado de cada familia, con las que se trabaja también la búsqueda de empleo.
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Pero para poder entregar a las familias comida, antes hay que llenar de alimentos de todo tipo la sede del economato en la calle Sorribas, en locales parroquiales del Espíritu Santo. Parte de los productos proceden de excedentes de supermercados, donantes ciudadanos que les acercan productos y empresas productoras del sector alimentario de la ciudad, que también aportan.
De igual manera, cuentan con el respaldo de alguna tienda que se ha comprometido a llevarles, incluso todas las semanas, productos frescos. A todo ello también se suman más productos que se adquieren con recursos propios de Cáritas, ya sea en Miranda, o en Burgos; y donativos en dinero, que se invierten en comprar aquello que echan en falta. Y es que además de comida, se demandan productos de aseo y limpieza y en ese ámbito «es donde más se flaquea», valoró.
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Todo lo que llega se organiza y clasifica en la sede de Mercamir antes de dar salida a los distintos productos, atendiendo a varios criterios: desde la fecha de caducidad, a la disponibilidad mayor o menor de algo, así como a las peticiones trasladadas por las familias. De toda la logística en el economato se encargan cinco voluntarias, mujeres todas ellas, que se turnan para que la instalación abra sus puertas de lunes a jueves, de 9.30 a 13.30 horas, y se organicen y optimicen todos los recursos; además de prever lo necesario para cumplir las medidas decretadas por el Covid. Hay que tener en cuenta que, como se hace en cualquier otro establecimiento en el que se vende comida, ellos también reciben la visita de inspectores de Sanidad.
53 niños y niñas integran las familias que reciben el apoyo de Cáritas para disponer de alimentos y productos básicos, a los que acceden a través del economato Mercamir, abierto hace cuatro meses.
María Ángeles Vereas Jubilada
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