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raúl canales
Miércoles, 28 de septiembre 2022, 00:01
Agustín Herrero lleva cinco años en la cárcel por matar a su mujer y podría pasar casi el resto de su vida en prisión si es considerado culpable del brutal ataque sufrido por otras dos mujeres en Miranda. El asesino confeso de Ana Belén Jiménez, ... crimen por el que fue condenado a 21 años, se enfrenta ahora a cargos por intento de asesinato por los que la Fiscalía le pide otros 36 años más. El juicio quedó ayer visto para sentencia en una sesión en la que la defensa pidió rebajar la calificación a un delito de lesiones, mientras que la acusación ejercida por la asociación Clara Campoamor solicitó incluir la agravante de género.
Según la acusación pública, no hay dudas de que Herrero era el 'loco del martillo', un perturbado que durante unas semanas mantuvo en vilo a la población mirandesa por dejar inconsciente en plena calle a mujeres que estaban solas, a las que atacaba con un objeto contundente, sin previo aviso y por la espalda. Los hechos tuvieron lugar pocos días antes del asesinato de Ana Belén, y a pesar de que en aquel momento las fuerzas de seguridad no relacionaron los casos, la detención de Herrero permitió atar cabos.
Lo que parecía obra de un trastornado, era parte de la coartada del asesino. Su intención era generar pánico y que los focos señalaran en otra dirección cuando matara a su mujer, pero el plan no salió como esperaba y todas las pistas le apuntan como autor de los ataques que a punto estuvieron de acabar con la vida de Teresa y Pilar. La primera estaba sentada en un banco esperando que llegara la hora de entrar a trabajar, cuando de pronto sintió un mazazo en la cabeza. Despertó en el hospital. «Me destrozó la vida», aseguraba ayer entre sollozos en la declaración ante el jurado. Y es que, tras una larga internación para recuperarse de las heridas y cuatro meses de rehabilitación en una residencia, las secuelas aún son evidentes. Para caminar necesita ayudarse de una muleta, tiene problemas de concentración y pierde el equilibrio. Esas son algunas de las lesiones físicas por las que le han concedido la incapacidad absoluta, pero psicológicamente aquel 3 de octubre ha dejado una huella imborrable en su cabeza. «Tengo miedo a salir a la calle; salgo lo justo y siempre acompañada», remarcaba.
Días antes, concretamente el 27 de septiembre, el 'loco del martillo' había cometido su primer ataque. En aquella ocasión le tocó a Pilar, que regresaba a casa tras tomar algo con sus amigos. A escasos metros de su portal, recibió un golpe brutal que la destrozó el parietal. Ha tenido que pasar dos veces por el quirófano para colocarle una placa de titanio, pero los ataques epilépticos y los problemas de visión no han remitido. Tampoco el temor a salir de casa. «Siempre voy acompañada y si oigo pasos detrás mío me vuelvo asustada», explicaba ante las preguntas de los magistrados.
Tanto Teresa como Pilar fueron escogidas al azar. Herrero, el único sospechoso y acusado, no las conocía de nada. «Su objetivo era encubrir el posterior asesinato de su mujer y deambuló por la zona a la espera de una persona y una oportunidad. Cuando vio a mujeres solas y que no había nadie más en la calle que le pudiera delatar, atacó», aseguraba uno de los agentes encargados de la instrucción del caso que declaró ayer.
¿Realmente quería matar a estas dos mujeres? «Los ataques podían haber sido mortales porque nadie es capaz de controlar la fuerza con un martillo para romper el cráneo solo de forma superficial», matizaba el perito forense.
Por estos motivos, la acusación considera que es autor de dos delitos de intento de asesinato, lo que podría duplicar los años que Herrero deberá pasar en prisión. Su abogado hizo hincapié en su defensa en las diferencias entra estos ataques, en los que solo hay un golpe, y el sufrido por Ana Belén en su casa de Turiso, donde Herrero le asestó hasta quince martillazos. «No hay un solo asesinato con martillo en el que solo haya habido un golpe; no he encontrado ninguno», remarcaba el letrado para exculpar a Herrero del intento de asesinato o al menos rebajar la pena a un delito de lesiones.
«Uno de los casos de mayor crueldad y frialdad que he visto en 25 años de profesión». Así comenzaba su alegato final el fiscal, para poner de manifiesto que Herrero no solo fue capaz de matar a su mujer, sino que para encubrir ese crimen no tuvo «ningún freno moral» ni inconveniente en perpetrar otros dos ataques que podían haber costado otras dos vidas.
A diferencia del otro proceso en el que se sentó en el banquillo, en esta ocasión Herrero sí respondió a preguntas. Su primera intervención fue, para en tono desafiante, reprochar al fiscal que le interrogara sobre el caso de Ana Belén al entender que no guardaban relación. A partir de ahí, mayoritariamente se limitó a contestar vagamente o directamente alegar que no recordaba detalles cuando la acusación pública le planteaba interrogantes incómodos. «Tengo la conciencia tranquila porque yo no he hecho nada a estas dos mujeres», aseguraba en su turno de palabra final.
Durante las tres horas que duró la sesión, Herrero permaneció impasible escuchando a las víctimas, abogados y expertos. Únicamente hizo una leve mueca cuando escuchó decir que había matado a su mujer porque se sentía superior o cuando un agente dijo que Ana Belén estaba «muerta en vida» por los celos patológicos de su marido.
La reacción que tuvo cuando la policía acudió a su puesto de trabajo a comunicarle la muerte de su mujer fue una de las primeras cosas que hizo sospechar a los agentes. Ayer salió a relucir nuevamente ese momento. «No preguntaba cómo había sido, ni por sus hijos, forzó el llanto,...», rememoraba uno de los efectivos que fue a la fábrica de Mercedes y que también participó del registro a la vivienda.
«Limpió todo a conciencia pero dejó restos de sangre en un dibujo que habían hecho sus hijos. Él sabía que lo habíamos encontrado porque estaba presente, y tras una noche en el calabozo, decidió confesar porque creía que era mejor», apuntaba para ayudar a esbozar el perfil de un asesino que tenía todo premeditado.
Agustín Herrero estaba en la zona de Condado de Treviño cuando se cometieron los dos ataques del 'loco del martillo'. ¿Casualidad? Según el acusado sí, «porque estaría buscando las llaves de algún cliente del lavadero de coches o visitando a mi mujer en la tienda que trabajaba», aseguraba para justificar su sospechosa presencia. Para la acusación, demasiadas casualidades, sobre todo porque el GPS del teléfono móvil no solo permite ubicarlo en el lugar, sino que ayudó a reconstruir minuto a minuto toda su ruta en las horas claves.
Así está probado que deambuló por la zona más de una hora y que minutos después de cada ataque pasó otra vez por esa calle en coche «a comprobar si habían encontrado a las víctimas», afirmaba el fiscal. Lo hacía a bordo de un Mercedes que tenía en renting «y que no es muy común en Miranda». Posteriormente fue a Rivabellosa a tomar algo. «Los testigos suelen recordar que han visto a alguien pero no las horas; él necesitaba esa coartada y por eso fue allí», explicaba uno d los policías.
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