salvador arroyo
Sábado, 26 de marzo 2016, 14:56
La mirandesa María Gloria Arana Sáez decidió el pasado martes coger media hora más tarde de lo habitual el metro de Bruselas. En su rutina laboral lo hacía entre las ocho y las ocho y media de la mañana. Pero fue a las nueve cuando ... tomó uno de los convoyes en la estación de Delta. Su destino era Art-Loi la parada que sigue en el recorrido de esa línea a la ya fatídica de Maalbeek. Luego tenía que hacer transbordo y coger otro metro hasta Rogier, donde se encuentra el edificio de la Comisión Europea, en el que trabaja desde hace años. No pudo llegar.
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«Todo iba bien, hasta que en la parada de Maalbeek, una vez que se bajo y subió gente, ocurrió la explosión». Es el testimonio de primera mano de una de las personas que figuraban en la lista de nueve españoles heridos, aunque no de gravedad, por la cadena de atentados que ha causado una masacre en la capital belga. Arana recibió el alta 24 horas después de su ingreso hospitalario. Magulladuras, contusiones y problemas de audición son las secuelas físicas que arrastra.
«Hablar me cuesta más y además tengo los tímpanos reventados», asegura en una comunicación escrita con EL CORREO, que se puso en contacto con ella cuando ya se encontraba en su domicilio. Aún debe digerir los recuerdos de aquella mañana del 22 de marzo que nunca olvidará. La deflagración la pilló dentro del tren, sentada, y no en la boca de la parada, como se creía en un primer momento por la confusión lógica con la que llegaban a España las noticias de lo sucedido en el corazón de Europa. «Yo supe al momento que era un atentando, pero vi que estaba consciente, así que pude reaccionar y salir rápidamente del vagón. Estaba todo lleno de humo, que recuerdo blanco, con un olor muy fuerte y no había más que unas luces pequeñas de emergencia, pero apenas se veía nada».
«Estábamos perdidos»
Gloria plantea que, cuando se recompuso, se limitó a seguir al resto de los pasajeros, «a los pocos que salían. Las escaleras mecánicas no funcionaban y faltaban algunos peldaños». Como pudo, consiguió llegar hasta el hall del metro. «Estábamos perdidos y desorientados, hasta que alguien con una linterna de móvil nos grito por donde estaba la salida, situada un piso más arriba y solo accesible por esas escaleras. Luego supe que era una española que estaba abandonando el metro cuando la explosión, y decidió regresar para ayudar a la gente».
Lo primero que hizo nada más ver la luz fue intentar ponerse en contacto con su marido «para decirle lo que había ocurrido y que yo estaba bien». Una vez en la calle recuerda que se encontró con dos escenarios totalmente opuestos. El primero, el de la comprensión y la ayuda inmediata. El segundo, el de la pura curiosidad. «La gente de los hoteles, bares nos vieron y se desvivieron con nosotros. Enseguida nos ayudaron con botellines de agua, toallas...» Pero, «desgraciadamente, no toda la gente es así». Porque explica que mientras recibían esa asistencia de algunos de los ciudadanos que en ese momento se encontraban en la zona «otros se dedicaban a mirarnos y sacarnos fotos con sus móviles. Sin comentarios».
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Pasados unos minutos, en ese mismo lugar, en medio del caos, los servicios de Emergencia fueron clasificando a los heridos. «Nos fueron dando cartulinas de colores dependiendo de nuestra gravedad y nos fueron llevando a otros edificios de las instituciones para que nos atendiesen». Gloria reconoce que «fueron momentos difíciles porque asegura se había informado de que había otra amenaza de bomba en la zona, por lo que tenían que asegurarse previamente del lugar al que nos tenían que llevar».
Pasó por el hall de dos edificios distintos. Posteriormente, fue subida a un autobús junto «con otros heridos y agentes»; vehículo que fue escoltado con motos y coches policiales «hasta llegar a un hotel que había improvisado la Cruz Roja». Ya en ese lugar volvieron a recibir asistencia médica. «Yo de ahí ya fui directamente al hospital, donde me hicieron todo tipo de reconocimientos, y por suerte nada es grave, así que me tuvieron la noche en observación y ya he regresado a casa».
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Desde el miércoles se encuentra tranquila en su domicilio, situado a unos 9 kilómetros de la estación en la que tuvo lugar la explosión de la tercera bomba. «Ahora toca descansar y recuperarme poco a poco». Hace suya la frase con la que su madre, la poetisa y pintora Gloria Sáez Tobía, expresó el alivio que sentía en la noche del martes, después de haber conversado ya con su hija por teléfono. Unas palabras que lo dicen todo: «Creo que he vuelto a nacer».
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