En uno de sus poemas, José Manuel Caballero Bonald se planteaba si es cierto que los sueños son respuestas a todas las preguntas que estuvimos haciéndonos antes de nacer. Los padres de Eneko e Iker Pou se conocieron en Formigal. «Nuestras primeras montañas fueron ... en la tripa de mi madre. Y después de nacer, a hombros o en la espalda de mi padre», relata Eneko. ¿Se puede percibir dentro de la madre el perfume mojado de la tierra o el silencio de una cumbre o el rayo dorado y flotante de un atardecer? Parece, según el poeta, que ahí está el material de los sueños. Caballero Bonald, eso decía, se dedicó a la literatura porque era una «aventurero frustrado». Exploró con tinta y papel. Eneko e Iker Pou, con 47 y 44 años, han palpado cimas y paredes de todos los continentes. La aventura es el fermento de su vida; y los sueños, la cuerda que nunca se rompe. Aún les quedan preguntas por cumplir.
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La humanidad tardó milenios en darse cuenta de que la Tierra no era horizontal. Luego pisó cada esquina del planeta y empezó a descubrir otro mundo, el vertical. La vista arriba. De una de las paredes de la habitación que compartían de adolescentes en Vitoria, colgaba un póster del Totem Pole, un columna de basalto de 75 metros que surge del mar en Tasmania. La imagen reflejaba la escalada de dos hermanos murcianos, los Gallego. Durante años, al cerrar los ojos y dormirse subieron por la piel de piedra de esa aguja. «Guardamos los pósters de la gente que nos hizo soñar. La vida es un juego de sueños. A nosotros nos hizo soñar un montón de gente y nosotros hacemos soñar ahora a otros. Así vamos hacia delante», coinciden.
Quieren dejar un «legado». Su huella en el sendero. «La montaña es mucho más que una actividad deportiva. Toda nuestra vida gira en torno a ella. Los amigos, todo. Es nuestra aventura diaria», asegura Eneko. Pronuncia esa palabra mágica, 'aventura', y se le acelera la voz: «Para nosotros, la aventura es algo de lo que no encuentras casi información en Internet. En las montañas que conocemos todos, poco se puede innovar. Se puede copiar un cuadro de Picasso o de Van Gogh, pero ellos fueron únicos. Nosotros vamos detrás de esa excelencia. Respetamos todo, pero la aventura no está en hacer algo que se ha hecho muchas veces. Se te pueden congelar los dedos, te puedes morir... pero la aventura es otra cosa. Como ir a Bulnes y meterte en una vía extrema inédita. O escalar en estilo libre con el riesgo de abrirte la cabeza», compara.
como los pioneros
En ese particular viaje a la Luna, han recorrido más de 1.300.000 metros verticales. Alpinismo, escalada, esquí extremo... Himalaya, Andes, Alpes, Patagonia, las selvas de la Amazonía. Unidos por la misma cuerda han abierto rutas que otros pisarán o de las que se colgarán. A su proyecto de mayor envergadura lo llamaron '7 paredes 7 continentes' y duró cinco años de plena aventura. Han dejado ese rastro fieles a su estilo, inspirado en los pioneros. «La montaña no se mide en altitud, sino en dificultad. Nosotros vamos al Himalaya o a los Andes con nuestras botas de trekking, nuestros juegos de material, empotradores, dos cuerdas y nos metemos en una pared de mil metros sin saber por dónde vamos a bajar». «Plantarse en un campo base -añade Eneko- con miles de personas, con un montón de sherpas, con gente sin experiencia... eso no le aporta nada al alpinismo».
Como todo lo que han hecho, acaban de publicar un libro a cuatro manos, 'Aúpa Pou. Una vida encordados'. «Le hemos tenido más miedo al libro que a la montaña», confiesa Eneko. Desde la primera página aparece la pasión familiar por la naturaleza. Su padre participó en la segunda expedición alavesa al Aconcagua y colaboró en el asalto al Cho Oyu, el primer capítulo de la carrera por los catorce ochomiles que completó Juanito Oiarzabal. El último fue el Annapurna. Y ahí, en 1999, ya estuvo Eneko. Casi no vuelve.
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«Había dos buenas razones para no haber aceptado aquella invitación de Juanito. La primera era que mi única experiencia previa en altitud era el Mont Blanc (menos de 5.000 metros). Y la segunda es que el Annapurna era entonces, y es hoy, la montaña más peligrosa del mundo». Eneko aceptó, claro. Sobrevivió a dos avalanchas, pero sucumbió a la altitud en el campo base III, a 7.400 metros. «Llegué más muerto que vivo. Era un muñeco incapaz de gobernar mis actos». Sonámbulo por un edema cerebral. Con ayuda bajó, casi a gatas, al campo II, luego al I. Llegó con 11 kilos menos, con apenas 55. Mientras, Oiarzabal completaba su histórica colección, los catorce techos del mundo. Aquello pudo ser el «funeral» de Eneko, pero fue la «boda» de los hermanos Pou con la montaña. Se pusieron a buscar los bordes del planeta. Inventaron su propia aventura.
Nada iba a frenarles. Ni el infortunio. Eneko estaba en la discoteca Erne (Oiartzun) cuando en medio del concierto de 'Bad Religion' se hundió el suelo de la sala. Acabó en el quirófano con una fractura de tobillo. Hubo infección. Casi le cuesta la pierna. Y le alejó año y medio de la montaña. Aunque no del todo: «Escalaba con escayola. Iba con muletas». Desde entonces tiene que agujerear las botas para embutir su tobillo de elefante. Los médicos le dijeron que iba a quedarse cojo. Cambió ese diagnóstico y reinició este viaje vital junto a Iker, que se convirtió en un mito de la escalada. Iker 'monodedo' Pou era capaz de sostenerse con un dedo cuando las peores paredes se inclinaban contra él.
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A su manera
Tocó techo. Era ya uno de los mejores del mundo en la lucha contra la ley de la gravedad. Eneko le propuso entonces buscar nuevas aventuras. En cordada. En la jerga del alpinismo, 'línea de vida' es una cuerda pequeña que se lleva en el arnés y que vas enganchando en los sitios donde te juntas con tu compañero para seguir rapelando (descender una pared). Así, unidos por ese cordón umbilical, afrontaron su gran proyecto vital, '7 Paredes 7 Continentes'. Retos. Dormir sin saco siquiera en un repisa a 600 metros del suelo en Yosemite. Tres días bajo cero en la cara oscura del Naranjo de Bulnes donde Iker quedó colgado de una cuerda e inconsciente. Paredes en Madagascar. El Totem Pole del póster juvenil. Las Torres Trango en Pakistán. La salvaje Patagonia donde tuvieron que escalar a mano desnuda a 15 grados bajo cero...
Los grandes exploradores tuvieron un mundo por descubrir. Los hermanos Pou lo han hecho, y lo hacen, y lo harán, a su manera. «Quedan cosas mucho más difíciles que subir un ochomil por una vía normal. A la base de un sietemil desconocido no sabes ni cómo llegar. Si te pasa algo, de allí no se saca ni dios. No hay mil tíos como en el Everest. Nosotros tratamos de llevar la montaña un poco más allá», defienden. Se dedican a desplazar el horizonte.
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Descubren a diario que el planeta es infinito. Y disfrutan haciéndolo. «Somos gente divertida en un mundo en el que los grandes alpinistas, disimuladamente, se las dan de superhombres. La vida hay que disfrutarla lo más posible. Si tenemos que tomarnos una cervezas, lo hacemos. Rebajamos la tensión para que esto dure y recobrar así la motivación para volver a una actividad en la que te juegas la vida». Por eso siguen en el camino. «Nos queda mucho por hacer. Otros, cuando llegan a los treinta y tantos años, se retiran porque se les complica la vida, el trabajo, la familia, porque quieren una casa más grande o un coche más grande, porque empiezan a soñar en modo material en vez de soñar con una nueva experiencia. Nosotros no haremos eso nunca». Ya soñaban con la montaña antes de nacer.
Eneko Pou. Nació en Vitoria. Tiene 47 años. Ha combinado escalada libre, alpinismo, escalada en hielo y esquí extremo. Y ha abierto rutas en paredes de las cuatro esquinas del mundo.
Iker Pou. Nació en Vitoria. Tiene 44 años. Es ya una leyenda de la escalada con una gran colección de vías de máxima dificultad.
7 paredes 7 continentes. Fue su gran proyecto, conquistar la vía más difícil de la pared más inaccesible de cada continente. Lo consiguieron en escalada libre. Y en su libro recogen todas esas experiencias, junto a sus inicios y a los viajes que han realizado luego. Les quedan capítulos por escribir.
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