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J. G. PEÑA
Lunes, 31 de mayo 2021, 00:26
Nada está más lejos que la Antártida. Mundo blanco, helado. Protegido al otro lado de las tormentas del cabo de Hornos y el mar de Drake. Sólo por obstáculos así, los hermanos Pou se fijaron como meta hollar allí una cima virgen. Otra huella. ... La aventura comenzó, y a lo bestia, en el agua, dentro de un velero que partió desde Ushuaia. «Atravesamos Hornos con los huevos en la garganta. En el mar de Drake, los dos capitanes nos dijeron que todos teníamos que trabajar a tope porque ya habían naufragado allí dos veces y les sacaron de chiripa. Mirábamos al cielo y sólo veíamos la escotilla y las olas pasando por la mitad del mástil», recuerda Eneko.
Se repartieron las guardias para no chocar contra icebergs. Pasaban horas en las literas, minúsculas y estrechas para evitar así que los golpes de mar les hicieran volar por el camarote. Ir al baño era una odisea, zarandeados por el pasillo. Y había que agarrarse a los asideros del váter como a una cuerda sobre el abismo para no salir despedido en mitad de la faena. «Íbamos con el motor a tope para llegar a la isla Decepción porque si no, palmábamos. De allí no hay quien te rescate. En la Antártida no hay nadie. Estás solo», indica Eneko, que casi vuelve a sentir aquel mareo.
Ya en tierra, el enemigo fue el frío, el mal tiempo. Hasta que el 24 de diciembre (2007), mientras preparaban la cena de Navidad, el cielo abrió una ventana. Dejaron el champán en las copas y en plena noche tiraron hacia la pared. El peligro era máximo. La ocasión, única. «Nadie quiere morirse. Pero se relativiza. Nuestra actividad es de riesgo y sabemos que haciéndolo todo muy bien, no todo depende de nosotros. La vía de la Antártida, que no se ha repetido desde 2007, es una de las más difíciles que se han hecho allí. Nos mareábamos por el frío escalando a mano desnuda. Con riesgo de congelaciones. Y en la bajada estuvimos cuatro veces a punto de matarnos», rebobina. Pero salieron de allí para contarlo. Bautizaron aquella pared como 'Zerua Peak' (Pico del Cielo) y a su ruta como 'Azken Paradisua'. El último paraíso. Aunque siguen buscando más.
Son «montañeros de alma». Mantienen encendido ese «chip» que les da el «afán de superación». Su pasión es para siempre. «Cuando no tengamos este nivel físico, seguiremos subiendo al Pagasarri o al Gorbea». Como al principio, cuando la aventura dio el primer paso.
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