Historia de un reencuentro en Nepal

Hace poco más de 25 años, tuve el privilegio de participar en la Expedición Bizkaia Medio Ambiente Everest 97. Siete alpinistas, un periodista, un técnico medioambiental y yo, como médico, viajamos a Nepal y fuimos ascendiendo bajo las lluvias del monzón, en agosto, los entonces tranquilos caminos del Khumbu, hasta alcanzar el Campo Base del Everest.

El nublado y gris paisaje daba pocas opciones a la fotografía, en la que destacaba el vistoso colorido de los paraguas, omnipresentes en casi todas las imágenes captadas. Pero la mínima presencia de extranjeros favorecía el contacto con la población local. Fueron bastantes las personas nativas retratadas durante su actividad cotidiana.

Hace solo unos meses me ofrecieron la posibilidad de volver a esos valles de la mano de una preciosa iniciativa: HimELAya, promovida por las asociaciones Dar Dar, Sala la lengua a la ELA, Dale CandELA y ADELA EH. El objetivo principal era conseguir que una persona, Miguel Angel Roldán (Mikel), afectada por la Esclerosis Lateral Amiotrófica lanzara un grito desde ese alto púlpito que es el Campo Base del Everest. Un grito de atención para que se destinen más recursos a la investigación en busca del tratamiento y curación de la ELA y a la ayuda de quienes la padecen y sus familias.

En mi equipaje guardé copias en papel de diversas fotografías de personas que conocí, 25 años antes, en el camino que iba a recorrer. Cada vez que llegaba a un lodge, posada o alojamiento, sacaba mi pequeño álbum y lo mostraba a la gente local. En varias ocasiones me dieron referencias de algunas de las personas retratadas. Alegres unas, como la del porteador que estaba bien y trabajando en Estados Unidos, y tristes otras, como las de otros dos compañeros fallecidos en la montaña.

Cuando llegamos a Tengboche, en cuyo famoso monasterio habíamos realizado las ofrendas en demanda de buena suerte para la expedición de 1997, mostré las fotografías a uno de los monjes, justo tras los rezos de primera hora de la mañana. Me confirmó que el Lama que nos había puesto los habituales cordones rojos ya había fallecido, y me fue dando distintas explicaciones de las fotografías de varios monjes a los que atendí por problemas de salud, antes de pedírmelas para el monasterio.

Uno de los encuentros que me hizo especialmente feliz ocurrió en Pangboche, a casi 4.000 metros de altitud. Durante un recorrido destinado a mejorar la adaptación a la altitud, fuera del camino al Everest, paramos en un modesto lodge a tomar un té. Mientras descansábamos, ofrecí el álbum de fotos a nuestro anfitrión local, quien fue pasando hojas sin decir nada hasta que, de pronto, me dirigió la mirada y lanzó sorprendido un «¡my wife!»

Le hice ver que eran imágenes obtenidas hacía 25 años, pero él insistió y, dirigiéndose a la puerta de la amplia habitación, llamó a alguien y apareció una pequeña mujer que, al ver la foto, nos iluminó con su sonrisa. Pasang Futí Sherpa, que es su nombre, quedó encantada por el regalo. Tras hacer algunas fotos más, depositó la suya en un espacio dedicado a las cosas queridas que tenían, junto a estampas, figuras religiosas, diplomas y fotos de su hija.

Casi con seguridad, aquella será la única imagen que tiene de aquella época, en 1997, en que nos recibió en otro lodge del camino y disipó las pesadas nubes del monzón con el brillo de sus ojos. No conseguimos la cima del Everest. De hecho, nadie la ascendió por la vertiente sur en esa temporada. Pero los recuerdos siguen grabados en la mente de quienes compartimos aventura.

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