Hace años que el Everest dejó de tener relación con el alpinismo. Su comercialización llevó hasta sus laderas la masificación y unos métodos muy alejados, cuando no opuestos, de los valores alpinos. Oxígeno artificial a discreción, colas para llegar a la cumbre, basura... han convertido ... al techo del mundo en un destino más turístico que montañero desde que Nepal se dio cuenta de los pingües beneficios que le deja su explotación comercial (y por extensión la de todos los ochomiles) hasta convertirse en la principal fuente de ingresos de uno de los países más pobres del mundo.
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Así que el cierre del país en 2020 por la pandemia mundial del Covid fue un desastre económico para Nepal. Precisamente el año en el que las autoridades tenían previsto lanzar la campaña 'Visita Nepal' con el objetivo de duplicar el millón de turistas que el país recibe anualmente, la inmensa mayoría de ellos con destino al Himalaya.
Por eso 2021 tenía que ser el de la recuperación. Y el récord de permisos concedidos para subir el Everest -más de cuatrocientos- es el más claro ejemplo de que se habían puesto a ello con ahínco. Pero los números del Covid que padece el país -y el propio Everest- empiezan a mostrar que quizás se han dado demasiada prisa. Mientras, China, que algo sabe de este virus, ha decidido mantener cerrada la vertiente norte de la montaña y esta primavera no habrá expediciones por ese lado.
Hasta el momento, Nepal suma 312.700 casos de Covid-19, de los que unos 30.200 permanecen activos, mientras que la fallecidos superan por poco los 3.200. No parecen una cifras alarmantes en una población de casi treinta millones de personas si se comparan, por ejemplo, con España (3,5 millones de contagios, de ellos 108.000 activos, y 78.200 muertos). El problema es su precario sistema sanitario, incapaz de digerir unas cifras que para sí quisieran muchos países desarrollados, y sus 1.750 kilómetros de frontera con India, donde el virus se expande desbocado y ha comenzado a llegar a los países vecinos. De hecho, el director del Departamento de Epidemiología y Control de Enfermedades de Nepal, Krishna Prasad Paudel, confirmaba hace unos días a Reuters que «hemos detectado la variante de doble mutante de India».
Así que aunque las autoridades nepalíes han endurecido esta semana las medidas contra el coronavirus, incluida la amenaza de prisión para los que no utilicen la mascarilla o violen las restricciones de movimiento, era cuestión de tiempo que el virus llegase al campo base del Everest. No hay datos oficiales, pero fuentes de toda solvencia han indicado a este periódico que el número de contagiados confirmados hasta ahora es de veinte personas, 12 sherpas y 8 extranjeros, trasladados todos ellos ya a Katmandú, lo que supone una incidencia de nada menos que 1.250 por cada 100.000, una cifra a todas luces alarmante.
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Las autoridades, conscientes de lo que ello supone para la imagen del país y su principal fuente de ingresos, han impuesto un verdadero cerrojazo informativo sobre el virus en el CB. Incluso han amenazado a las agencias con restringirles el número de permisos en los próximos años si hablan públicamente del brote a los medios o en sus redes sociales. Según el blog Everest News, se ha prohibido también el acceso al campo base a toda persona que no tenga el correspondiente permiso emitido por el ministerio de Turismo de Nepal, especialmente a periodistas.
Al parecer, los síntomas del covid a cinco mil metros de altitud son similares a los del mal agudo de altura, y cuando llegan al hospital y les hacen la correspondiente prueba se comprueba que en realidad el causante es el coronavirus. El piloto de uno de los helicópteros que realiza diariamente traslados, que prefiere guardar el anonimato, relataba a este periódico hace unos días que «los traslados son diarios. El miércoles llevé a una chica con síntomas a Katmandú y me dijo que solo en su grupo había otros ocho o diez personas más en su misma situación».
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La situación en el glaciar del Khumbu es explosiva. El campo base del Everest a estas altura de la temporada es una miniciudad de tiendas de campaña en la que se hacinan 1.600 personas -562 extranjeros (clientes y guías profesionales) y el resto nepalíes (sherpas y trabajadores de las agencias, como cocineros, ayudantes, porteadores...)- en un espacio de seiscientos de largo por cien de ancho en la morrena del glaciar de Khumbu.
Las agencias han comenzado a crear sus propias burbujas evitando el contacto con los miembros de otras compañías. Como este aislamiento es más difícil en los campos de altura, han variado incluso los planes de aclimatación para sus clientes. «Se han organizado para hacer una sola rotación en el Everest y están llevando a sus clientes a aclimatar a cumbres como las cercanas Island Peak (6.189 m) o Lobuche Peak (6.119 m)», explica Alex Txikon, que llegó al CB el pasado jueves y también ha extremado ese aislamiento.
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Aunque el alpinista de Lemoa no tiene compañeros de cordada en esta ocasión, viaja bajo la cobertura de Seven Summits Treck, la agencia local más importante. Solo ellos cuentan con más de cien clientes que sueñan con hollar el techo del mundo. Pero Txikon ha decidido aislarse de todo y de todos. Ha montado su tienda «en la parte más alta del CB», alejado del resto y no sobre la morrena, sino sobre el propio hielo. «Es un poco más incómodo, pero nos aseguramos que nadie montará sus tiendas a nuestro alrededor. La verdad es que la situación está un poco tensa aquí arriba», asegura.
El alpinista vizcaíno comparte su espacio solo con un cocinero y un ayudante de su máxima confianza, que han reducido al mínimo el contacto con el resto de habitantes del campamento y extremado las medidas de seguridad. «Estamos siempre con la mascarilla puesta e incluso hemos cogido nuestros propios platos, vasos y cubiertos y no los compartimos con nadie», añade. A ellos se unieron el viernes David Goettler y Kilian Jornet, recién llegado al CB para intentar la aún pendiente travesía Everest-Lhotse. Txikon les ha acogido en su campamento de solo tres tiendas antes de partir el fin de semana hacia la montaña para continuar la aclimatación.
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Para Alex será su segunda rotación. El viernes subió hasta los 6.000 metros atravesando la cascada de hielo. «Por el camino me crucé con unas cincuenta persona», cuenta. La mayoría de ellas eran sherpas que porteaban oxígeno a los campos altos. «Un sherpa utiliza tres bombonas en su ataque a cumbre, mientras que un cliente, entre cinco y ocho», cuenta el alpinista. «En estos porteos, cada sherpa carga con cinco botellas. Con esos datos es fácil sacar la cuenta de las bombonas que hacen falta subir y cuántos porteos son necesarios...». Solo Seven Summits Treck, que cuenta con 109 clientes, tiene una reserva de 1.100 bombonas de oxígeno.
En esta segunda rotación, Txikon quiere subir más alto, hasta al menos los 6.800 metros, «y sobre todo dormir en altitud». Y es que pese a que hace menos de dos meses estuvo en el Manaslu y mantiene parte de su aclimatación a la altura, prefiere probarse «en altura y ver cómo estoy».
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Mientras tanto, el equipo de equipadores sherpas que cada año instalan las cuerdas desde el campo base hasta la cima han llegado ya al campo 4, en el Collado Sur (7.900 metros). En cuanto el tiempo se lo permita -estos días la meteo no está siendo buena- terminarán de equipar hasta la cumbre. La ruta nepalí del Everest quedará así abierta un año más para que cientos y cientos de clientes acompañados de sus correspondientes sherpas (el ratio es ya de más de un sherpa por cliente), hagan realidad el sueño del selfie en el techo del mundo. La cifra a batir es 878, el número récord de personas que hollaron la cima en 2019, y que pocos dudan que este año se superará. Si los atascos y el Covid lo permiten.
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