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El 23 de diciembre de 2019 falleció en Hernani Mónica Larburu, a los 95 años de edad. El verano anterior había donado al Museo del Montañismo Vasco el rosario del Papa Juan Pablo II, que su hijo Martín recogió de la cumbre del Everest en 1980 para demostrar que nada de todo eso fue soñado: hubo cima. El rosario, colocado en el techo del planeta por alpinistas polacos, forma parte del imaginario del alpinismo vasco. También una chaqueta de pluma anaranjada idéntica a la que destaca en la foto que en 1980 ilustró pósters, portadas de periódicos y revistas o calendarios: Pasang Temba sujeta una bandera de Nepal y una ikurriña que ya no pueden ser colocadas más alto. Martín Zabaleta donó poco después su propia chaqueta, perfectamente conservada a instancias de su madre.
Escapar del Everest nunca será posible para Zabaleta, cuya cima no fue un punto final sino un principio, un trampolín que le permitió despegar definitivamente. Aún no ha aterrizado, y eso que cuenta tantos años de actividad puntera a sus espaldas como para reclamar una merecida jubilación. Su carrera como alpinista resulta impresionante, pero ha quedado ensombrecida por la enorme repercusión que tuvo el éxito en el Everest. El gran público considera que no existe nada más difícil que escalar el techo del planeta, confundiendo altitud con dificultad. Más alto no tiene por qué ser más difícil, aunque en 1980 la cima del Everest constituía algo parecido a un viaje a la Luna.
Hace un lustro, Zabaleta perdió los dedos de sus pies en la cara sur del Aconcagua (6.962 m) a una edad en la que la mayoría de la población divide su tiempo entre los nietos y las citas sociales. No así Zabaleta, que sigue enganchado a una pasión visceral, no solo atraído por las grandes montañas sino por la escalada en roca o en hielo, posibilidades que conjuga en su lugar de residencia en Bozeman, Montana (EE UU).
Zabaleta ya conocía el Aconcagua: en 1979, él mismo, Xabier Erro y el catalán Joan Hugas estrenaron una variante compleja a la cresta suroeste, garantizándole seguramente su billete a Nepal. Al poco de volver del Everest, el alpinista de Hernani se mudó a Estados Unidos, encontró trabajo como carpintero y combinó esta tarea con la de guía de alta montaña, moviéndose entre el Pirineo, los Alpes, los Andes o Alaska.
En esos años 80, coincidió con el alpinista norteamericano Carlos Buhler para firmar una gran ascensión en la cara noroeste del Kangchenjunga de la que también participó Peter Habeler. Fue el segundo 'ochomil' de Zabaleta, en 1988, un año antes de apuntarse, también junto a Buhler, la primera ascensión en estilo alpino de la arista oeste del Cho Oyu.
Previamente, en 1985, el guipuzcoano junto a los estadounidenses Hooman Aprin y Randy Harrington, abrió la ruta 'Lagunak' en la arista sur del Ama Dablam. Después, entre ascensiones a la Norte del Eiger, al Dru, al espolón Cassin en el Denali, Huascarán, Alpamayo o Ranrapalca, se sucedieron intentos al Annapurna, Lhotse, Makalu y K2. Una hiperactividad que solo puede entenderse desde la necesidad irreemplazable de salir al encuentro de los escenarios de montaña. La temporada pasada, Zabaleta se unió a Juan Vallejo y Juan Mari Iraola para escalar la vía Ferrari en la cara oeste del Cerro Torre, en la Patagonia argentina. Estuvieron muy cerca de alcanzar su objetivo. Días después, Zabaleta y otro compañero escalaron el vecino Fitz Roy, una de las montañas más huidizas del planeta. Martín contaba 70 años de edad.
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