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«Tengo quemadas las orejas, la nariz y hasta la lengua, apenas siento las manos y los pies, pero por suerte no tengo nada congelado». La voz de Alex Txikon suena cansada al otro lado del teléfono, pero la adrenalina de la cumbre todavía le ... dura y le impide callar. Apenas 30 horas antes estaba en la cima del Manaslu, su segundo ochomil invernal y, según reconoce, «el más exigente de los que he hecho».
Aunque en unos días volverá al campo base, el alpinista vizcaíno habla desde Katmandú, a donde viajó ayer mismo en helicóptero para recuperarse del desgaste que han supuesto las 62 horas de ataque a cumbre, desde que partieron el martes, hasta que regresaron el viernes por la noche. Dos días y medio en los que vivió una de sus experiencias alpinísticas más exigentes, si no la más.
«En todo este tiempo no he dormido más de dos horas», reconoce. El frío primero, el cansancio después, y la emoción al final le han mantenido en un estado de excitación que le ha impedido pegar ojo. «Ha sido duro, durísimo, una ascensión exigente hasta el extremo en lo físico y peligrosa en muchos momentos», rememora. «Hemos pasado por los restos de las avalanchas que en otoño mataron a varias personas y el campo dos lo tuvimos que montar debajo de un gigantesco serac que daba de todo menos seguridad», explica.
Txikon reconoce que aunque partieron del campo base con la idea de completar la segunda rotación, en su fuero interno llevaba ya la cumbre en la cabeza. «La meteorología nos ofrecía una oportunidad que no podíamos desaprovechar, y aunque quizás iba un poco justo de aclimatación, ya que no había pasado de los seis mil metros, la experiencia se nota en esos momentos y decidimos seguir adelante», recuerda.
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Pero el cuerpo le hizo notar ese punto que le faltaba, lo que unido al intenso frío y las mochilas de más de 20 kilos que llevaban a la espalda para equipar la montaña a partir del campo 2 convirtieron la ascensión en una tortura. «Nos avisaron desde el campo base que por encima de siete mil metros los mapas meteorológicos marcaban temperaturas de entre 40 y 45 grados bajo cero, pero con el viento que hacía tuvimos que tener una sensación térmica de más de menos sesenta. De hecho, por primera vez desde que escalo ochomiles, se me congeló la cantimplora que llevo metida debajo de buzo. ¡No me había pasado nunca!», relata.
62 horas es el tiempo transcurrido desde que Alex Txikon y sus compañeros salieron del campo base hacia la cumbre el martes hasta que volvieron el viernes por la noche. En ese intervalo, el alpinista apenas pudo dormir dos horas.
La noche en el campo 3, que instalaron a 6.900 metros de altitud, se bajó la cremallera del buzo «10 o 15 centímetros para estar más cómodo... ¡y ya no me la pude volver a subir porque se congeló! ¡Y eso que llevaba encima otra chaqueta!», detalla. El frío hizo que apenas tomaran fotos y vídeos. «Fue una pena, porque el amanecer del día de cumbre ha sido uno de los más bellos que he vivido y no pudimos sacar ni una imagen. Pero bueno, tiene el encanto de que es de esos momentos que han quedado grabados en mi mente para siempre».
El día de cumbre partieron a las once de la noche del C3, dejaron atrás el campo 4, que se suele montar a 7.400 y les amaneció a 7.900 metros de altitud, justo a la altura del Pináculo (7.992 m), el torreón de roca que escolta a la cima principal y considerado el sietemil más alto del planeta. «Avanzábamos y avanzábamos y no acabábamos de dejarlo atrás... ¡Joder qué largo se nos hizo!», reconoce.
Hasta que por fin alcanzaron la base de la cresta cimera, tristemente famosa en los últimos meses al descubrirse que la mayoría de los alpinistas que han 'hollado' el Manaslu en los últimos años se quedaban en una punta anterior a la más alta. «Había estudiado muy bien las fotos de la cima y no tuvimos dudas. Llegamos hasta el punto donde se quedaban las comerciales y a partir de ahí hicimos una travesía de unos treinta metros hasta la cima principal».
El momento de la cumbre, como suele pasar en esas situaciones, tuvo poco de emotivo y mucho de apresurado. «Es una cresta bastante afilada y el viento pegaba de lo lindo, así que estuvimos muy poco tiempo, cinco minutos como mucho, porque además nos quedaba lo más duro... bajar».
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