Si eres, lector (y, por supuesto, lectora), aficionado a la montaña, seguramente te habrás planteado abordar el reto de subir una cima que supere los 3.000 metros. ¿Son tan diferentes a las de 2.500 o 2.800 metros? Lo cierto es que ... no; es solo una cifra. Pero también lo es que no hay una gran diferencia entre correr 40 kilómetros y correr 42,195 kilómetros. Lo primero es una gran paliza; lo segundo, una gran paliza que recibe el heroico nombre de maratón. A los tresmiles no se les denomina de ninguna forma en especial. Es suficiente con ese número 'mágico' que hace de estos colosos un imán casi irresistible para todo montañero. Aunque solo sea una vez en la vida, hay que hacerlo (o intentarlo). Como una maratón.
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Hay casi 250 montañas en España que superan los 3.000 metros, la mayoría, en los Pirineos. 212, en concreto. La 'oferta' es más que variada. Para abordarlos se necesitan al menos dos requisitos -válidos, de hecho, para cualquier otra cima-. El primero es la prudencia. En la montaña una retirada a tiempo es siempre una victoria. Llevan miles de años ahí y no es previsible que se muevan demasiado próximamente. Seguirán en su lugar, impasibles, mañana, pasado, dentro de un año y de cientos también. Siempre habrá una próxima ocasión. Y la segunda es una buena condición física. Subir y bajar estas cumbres puede llevar el equivalente a una jornada laboral, siete, ocho horas o incluso más. Y no es sencillo caminar por fuertes desniveles durante tanto tiempo. Si además se le añade la presencia de nieve, la exigencia y el peligro son todavía mayores.
Dentro de esos dos centenares largos los hay que solo pueden subirse con material de escalada y mucha experiencia, y otros que 'solo' requieren de los dos requisitos mencionados. Siempre en verano, por supuesto. El Garmo Negro es uno de ellos. Situado en el valle de Tena, la ruta más habitual para subir sus 3.065 metros parte desde el balneario de Panticosa, a ocho kilómetros de la población del mismo nombre. Su mole se aprecia desde el ibón de Baños, el precioso lago de color verde turquesa que descansa impasible a sus pies. Basta con elevar la mirada y ahí está, 1.500 metros más arriba. Es la segunda por la derecha de la foto. A su izquierda, las tres cimas también por encima de los tres mil metros que completan el plan de la mañana: el Algas Norte (3.031 metros) , el Algas (3.036 metros) y el Argualas (3.046 metros).
La jornada empieza con los primeros rayos de sol, a las 7.10 de la mañana. La ruta desde el parking del balneario comienza sin rodeos, directamente hacia el Garmo Negro. El camino se bifurca pronto ante un cartel que indica la dirección hacia el refugio de Casa de Piedra, a la derecha. Por allí se va al refugio de Bachimaña y a los ibones azules. En otra ocasión (que no tardará en llegar). Ahora hay que ir a la izquierda. La ascensión continúa por un bonito bosque que permite contemplar también la preciosa cascada del Argualas.
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Pasados poco más de 20 minutos el paisaje se abre y se llega a la Mallata Baja, una pequeña llanura desde donde ya se divisa de nuevo el Garmo Negro. No hay duda, incluso hay una piedra con el nombre de la montaña pintado. El GPS marca ya una altitud de 2.000 metros. La senda continúa ascendiendo hasta llegar a una zona rocosa. Es la Mallata Alta. A la derecha queda el barranco de Pondiellos por el que cae una cascada nacida en las alturas. Es un momento clave para seguir la dirección correcta pues se abren dos caminos. Más recto, los hitos llevan hacia el collado de Pondiellos, por donde se accede al pico de los Infiernos, otro de los tresmiles más asequibles. El camino correcto se desvía a la izquierda, hacia el noroeste. El objetivo es el collado de Argualas, justo a la izquierda del Garmo Negro. Conviene no perder de vista esta referencia porque es fácil equivocarse.
Dos horas y media después de salir se llega al mencionado collado. 2.860 metros de altura. Queda poco, pero es el tramo de mayor inclinación, una impresionante rampa hacia la derecha que lleva a la cima del Garmo Negro. La roca descompuesta hace todavía más difícil la subida. Hay que tener cuidado con las piedras que caen tras el paso de los montañeros. Finalmente, tras 35 minutos de esfuerzo se alcanza la cima. Son las 10.20 de la mañana. El cielo azul y libre de nubes permite contemplar unas vistas inigualables. De frente, hacia el noreste, los Infiernos, con su inconfundible marmolera. Justo debajo, los ibones de Pondiellos. Girando hacia el este, el mencionado refugio de Bachimaña y su ibón. En el horizonte, un poco más al este, la imponente silueta del Vignemale. Y hacia el sur, 1.500 metros más abajo, el punto de partida, el balneario de Panticosa con los impresionantes ibones de Brazatos clamando por una próxima visita. Sobran las palabras.
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Culminado el primer tresmil de la mañana, toca continuar. Para alcanzar las otras tres cumbres se ha de seguir una cresta que impresiona a primera vista. Hay que avanzar con prudencia. No es especialmente difícil, pero no admite despistes. Tras una pequeña trepada se llega a la primera de ellas, el Algas Norte, señalada solo por un hito. Otra pequeña escalada lleva al pico principal, el Algas, este sí señalizado. Queda la última y quizás más espectacular cima de la jornada, el Argualas. A primera vista parece imposible conquistarla sin recurrir a la escalada. Una pequeña senda a la izquierda de la cresta parece indicar el camino. Después hay que bordear la pared para emprender la trepada final por la cara opuesta. Ya está. Ya solo queda caminar por la cresta hasta llegar a la cumbre. Cuatro tresmiles en una mañana. ¿Merece la pena? Hay que estar allí arriba para saberlo.
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