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«Los mecanismos de la adaptación a la hipoxia son todavía poco conocidos», reconocía el doctor Avellanas, también himalayista, en un artículo publicado en 2017 en la revista 'Medicina Intensiva'. Si un aficionado a la montaña se fija en las 14 cimas que superan ... los 8.000 metros, y escoge sus rutas normales, es decir las más accesibles, identificará enseguida un problema: la altitud, la vida en estado de hipoxia. «Se conoce como hipoxia hipobárica (HH) a la hipoxia consecutiva a la altitud, es decir, a la disminución de la presión atmosférica o barométrica (PB)».
Y es que, pese a la creencia general, la proporción de oxígeno en el aire es la misma en una playa que en la cima del Everest. Lo que cambia es la presión atmosférica. «La presión parcial del oxígeno en el aire atmosférico (PO2) se mantiene constante más allá de los 11.000 m y siempre está en una proporción del 21%. A nivel del mar, la PB es de 760mmHg y la PO2 es de 159,2mmHg. Pero, a medida que ascendemos, la PB disminuye y, consecutivamente, aunque el oxígeno continúe a la misma proporción, la PO2 también disminuye (…) Si en la cima del Mont Blanc (4.810 m) hay aproximadamente una PB de 405mmHg, la PO2 es de 84mmHg. De forma paralela, en la cima del Everest (8.848 m), la PB teórica es de 236,3mmHg y la PO2 de 49,5mmHg», explica en su artículo el doctor Avellanas.
Cualquier alpinista que haya caminado en altura puede explicar su proceso personal de adaptación, si le ha costado mucho o poco que su cuerpo se aclimate al cambio de escenario, a la hipoxia. También señalará sin problemas que aún estando correctamente aclimatado, su rendimiento, su ritmo de ascenso y sus sensaciones varían drásticamente: cuesta mucho caminar y crece el riesgo de congelaciones cuando se reduce el aporte de oxígeno en las extremidades.
Himalayistas como el desaparecido Ueli Steck, Hervé Barmassé o David Goettler defienden que una excelente planificación de los entrenamientos permite pasar el menor tiempo posible en altura, evitando así muchas de sus trampas, escapando de lo que no es obvio. Y lo que no es obvio tiene que ver con las graves consecuencias de la exposición prolongada a la hipoxia: el mal de altura y sus complicaciones mortales.
Los primeros síntomas del mal de altura tienen que ver con el dolor de cabeza, las náuseas, la dificultad para respirar durante la actividad, la fatiga inusual, los problemas para dormir y el aumento de la frecuencia cardiaca en reposo. Estas irregularidades, conocidas como Mal Agudo de Montaña suelen remitir una vez completada la aclimatación, pero esto no exime a ningún alpinista de sufrir verdaderas complicaciones mortales cuando la exposición prolongada a la altitud deriva en Edemas Pulmonares o Edemas Cerebrales.
Existen documentados muchos casos de edemas, mortales o no, que sorprendieron a Himalayistas con enorme experiencia en las montañas más elevadas de la tierra. El francés Jean Chsristophe Lafaille tuvo que ser ayudado a descender del Broad Peak en 2003, severamente afectado por el mal de altura, lo mismo que su compatriota Stéphane Benoist en la sur del Annapurna en 2013.
Peor suerte corrióIñaki Ochoa de Olza en 2008 en la arista este del Annapurna: murió a causa de un doble edema, pulmonar y cerebral. Iñaki siempre destacó por su enorme facilidad para aclimatarse y por su facilidad para pasar en altura el menor tiempo posible.
Sin duda, todos los que escalan sin ayuda de oxígeno suplementario corren riesgos similares. «Aún falta mucho por saber respecto a la respuesta fisiológica del organismo en altura», reconoce el médico Xabier Leibar, hasta hace poco Director del Centro de Perfeccionamiento Técnico del Gobierno Vasco. Los síntomas más graves recogen cuadros en los que el afectado puede padecer dificultad para respirar incluso en reposo, dolor en el pecho, tos, vómitos, confusión y desorientación, incapacidad para caminar, ceguera… y no se puede predecir porque cada organismo responde de forma diferente.
Existen montañeros fumadores lejos de su mejor condición física que funcionan perfectamente en altura… y existe el caso contrario. Los hay que se aclimatan sin problema alguno y los hay que tardan varios días en superar el proceso. Los hay que no se aclimatan correctamente y no pueden pensar en ganar más altura. Pero todos parecen sometidos al capricho de vida en hipoxia, el verdadero peligro de escalar en altura.
La mayoría de los grandes himalayistas reconocen que en las rutas normales de los ochomiles el reto no tiene que ver con la dificultad técnica sino con la exposición prolongada a altitudes extremas: ninguno puede garantizar que no vaya a sufrir por sorpresa forma alguna de edema que merme drásticamente su autonomía cognitiva y de movimiento.
En 2014, un documental de la BBC exploraba las posibilidades de ejecutar a presos condenados a muerte de la forma menos dolorosa posible. El trabajo recogía vídeos como el que ilustra este artículo, en el que puede verse la reacción de un hombre en una cabina de presurización en la que se induce una situación de hipoxia. Sereno primero, confiado más tarde, eufórico después, el sujeto se ve incapaz de manejar un juego de niños, de hacer restas sencillas (8 menos 3) y, finalmente, se ve incapaz de apretar el botón que salvará su vida inyectando un mayor flujo de oxígeno en la cabina. «Lo que recuerdo es que no tenía ni idea de que podía estar a punto de morir. Pensé que el experimento había fallado porque estaba superando todas las pruebas correctamente», explica al final del vídeo.
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