óscar gogorza
Lunes, 6 de julio 2020, 00:44
Atajando bastante y simplificando aún más, si aceptamos que ser profesional de un deporte solo es posible cuando alguien le paga a uno para que se convierta en su mejor versión, ¿cuántos alpinistas profesionales existen en España? Quien formula la pregunta no es otro que ... David Goettler, alpinista alemán que sí que puede afirmar sin miedo a equivocarse que vive como un profesional y como tal reside seis meses al año, primavera y verano principalmente, en Cantabria, unos días corriendo por lugares tan familiares para los vizcaínos como Lunada o escalando en Atxarte, Trucios, Ramales o Valdegovía. Los inviernos los pasa en Chamonix, donde mejor terreno de juego encuentra para completar sus entrenamientos.
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Lo cierto es que sobran dedos de una mano para contar los alpinistas profesionales de nuestro país. «Sé que en España es muy, muy difícil que una marca te pague un sueldo para que crezcas como alpinista», reconoce Goettler, «y sin éste apoyo fundamental es tremendamente complicado comportarte como un auténtico profesional, con lo que ello implica: entrenarse de forma seria, planificada y exhaustiva hasta alcanzar tu límite. Está claro que si tienes problemas para llegar a fin de mes, la dedicación plena al entrenamiento va a ser utópica. Si yo, como guía de montaña, tengo que trabajar para vivir, difícilmente podré entrenarme como debo».
La ciencia del entrenamiento para alpinistas es absolutamente embrionaria, nada que ver con el rigor que rige los fundamentos de cualquier disciplina de competición. «Es extraño, pero para encontrar un entrenamiento adecuado he tenido que recurrir a un preparador norteamericano, Scott Johnson. Llevo casi seis años de su mano, y estoy muy contento, pero sigue siendo cierto que hay contadísimos preparadores para alpinistas en el mundo», observa Goettler. Scott Johnson pasa por ser el gurú del entrenamiento para alpinistas que quieren rendir al máximo en las montañas más exigentes. Johnson fue nadador, compitió en esquí de fondo y fue alpinista y es coautor junto a Steve House de una gran obra que recoge los fundamentos del entrenamiento en el mundo del alpinismo.
«Tener un entrenador te obliga a ser responsable, porque todo lo que hago lo recibe en su ordenador y si un día no hago la tarea, enseguida me llama para saber por qué no he entrenado. Además, me pagan para que haga lo que hago: correr, subir escaleras, entrenar en invierno con lastre… la mayor parte del tiempo no estoy horas y horas corriendo, pero lo que hago sé que es de calidad y me va a permitir llegar al máximo a la hora de cumplir con mis objetivos en el Himalaya. Pero éste tipo de entrenamiento también serviría para mis clientes, que cada vez que tienen tres horas se machacan sin que luego nunca estén realmente en forma: es mejor menos tiempo de dedicación pero con más sentido. Ahora tengo 41 años pero no he estado tan en forma en mi vida y sé que me esperan años excelentes. En el mundo del alpinismo, se puede rendir a gran nivel a una edad en la que el resto de deportistas de élite llevan casi 20 años retirados», observa el alpinista de Munich.
Con todo, el entrenamiento es solo una parte de los deberes de un alpinista profesional. Hoy en día, alimentar las redes sociales se ha convertido en una obligación que necesita cierta creatividad para no caer en los lugares comunes. «No siento ningún tipo de presión por parte de mis patrocinadores. Hago lo que puedo en todos los ámbitos requeridos y no sé cuánto durarán a mi lado. Debo representar su imagen y eso es un campo muy amplio, desde las redes sociales a la prensa clásica, pasando por conferencias o encuentros. Sé que cuando no los tenga, tendré que trabajar más como guía, pero no sirve de nada ponerme presión para tratar de que estén siempre cerca. También es cierto que trato de ampliar y diversificar mis fuentes de ingresos para ser lo más libre posible. Durante la pandemia, por ejemplo, pude dar siete charlas telemáticas a empresas importantes. En el caso de la empresa 3 M, hablé para más de 300 de sus trabajadores de todas las partes del planeta explicando las similitudes entre estar de expedición en un campo base de una gran montaña y el confinamiento que tanto nos ha preocupado. Al pie de una gran montaña, la mayor parte del tiempo es espera y confinamiento y hay que tener herramientas psicológicas para no desesperar, como frente el coronavirus», explica.
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La pandemia ha cancelado todas sus expediciones programadas en primavera y otoño, incluida la ascensión de un 'ochomil' con tres clientes, un trabajo al alcance de poquísimos guías. La próxima primavera espera regresar al Everest, sin ayuda de oxígeno artificial. Tan solo espera no encontrar las colas que en 2019 le hicieron renunciar a 8.600 metros.
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