Fernando J. Pérez
Domingo, 8 de enero 2023, 17:32
Fueron 60 horas al límite. Las que transcurrieron desde que el miércoles día 4 salieron a las ocho de la mañana del campo base hasta que regresaron el viernes, día de Reyes, entrada la noche. Alex Txikon y sus seis compañeros sherpas vivieron situaciones extremas ... y rozaron la tragedia con la caída de más de 400 metros de uno de sus compañeros, saldada de forma milagrosa sin consecuencias. El alpinista relata una escalada al límite en la que más de una vez deseó que todo terminara. Solo su fortaleza física y mental y su experiencia le mantuvieron con vida. Este es el relato de la ascensión al Manaslu invernal de Alex Txikon, que no duda en calificar como la más dura que ha vivido en un ochomil. Lo cuenta recién llegado a Katmandú, aún sin tiempo para interiorizar lo conseguido.
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- ¿Cómo se encuentra?
- Desde luego, estoy muy contento, pero la sensación es extraña. No me quería montar en el helicóptero y marchar a Katmandu sin más. De hecho vuelvo en cuatro días porque yo quiero están en Samagaon, compartiendo con mi gente toda esta alegría. En el pueblo han estado pendientes toda la expedición y casi se alegraron más que nosotros cuando hicimos cumbre. Ha sido todo muy bonito pero muy extraño. Todo muy rápido. Cima en semana y media desde que llegamos, un ataque a cumbre muy rápido… La verdad es que todavía tengo que digerirlo.
- Ha sido una ascensión exprés...
- Me siento raro, no sé como explicarlo. Es que todavía ni me he abrazado con mis compañeros. En la cumbre no pudimos celebrarlo y luego llegamos de uno en uno al campo base, me metí directo en la tienda a descansar y por la mañana bajamos rapidísimo hasta Samagaon porque nos esperaba el helicóptero para traernos a Katmandú. Ha sido todo tan rápido que no he tenido tiempo de asimilarlo.
- ¿Ha sido el ochomil más deseado?
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- Pasa una cosa. Ni antes eramos tan malos ni ahora somos tan buenos. Cada día de cada expedición que he hecho he apretado al máximo siempre. Me he dejado el alma en cada montaña. Entonces, lo que sientes cuando haces cumbre es esa sensación de que vuelves a ser el mejor alpinista del mundo, cuando soy exactamente el mismo que el pasado invierno no pude pasar de 6.500 metros en el esta montaña que este año sí nos ha abierto sus puertas. Todo lo que hemos peleado y arriesgado en expediciones anteriores…
- Por lo que transmite ha sido especialmente duro.
- Lo que hemos hecho y arriesgado es la hostia. Como estaba la montaña entre los campos 1 y 2 era una locura. Había tramos que me recordaban la Cascada de Hielo del Khumbu. Le hemos echado bastante huevillos. No creo que haya mucho ochomiles en invierno que se han ascendido en 48 horas de base a cima…
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- ¿Cómo ha sido la ascensión?
- Salimos del campo base el miércoles a las ocho de la mañana cargados como mulas porque solo teníamos montado el campo 1. El C2 lo tuvimos que montar debajo debajo de un serac que no hacía mas que crujir… Desde el día 4 hasta ahora no he dormido dos horas. Toda esa noche no dormí ni una hora, entre el miedo, los nervios, el cansancio... Cada media hora Chhapal me preguntaba: «¿Alex, sigues despierto?» Y yo le decía: «Sí aquí sigo con más miedo que otra cosa». Al día siguiente subimos del dos a tres. Llegamos con un mochilón de puta madre. Tuvimos que hacer la repisa, preparar agua… y para las diez de la noche estábamos ya preparándonos para salir para arriba.
- Han subido en un estilo muy ligero y con solo el campo 2 montado previamente.
- No hemos montado ni cuerdas. Lo poco que hemos fijado ha sido por debajo del dos. Subimos encordados al campo 3 saltando grietas. El monte estaba de aquella manera. Hemos tenido que abrir toda la ruta e íbamos guarreando cuerda vieja que nos hemos encontrado entre los campos 3 y 4. Todo lo demás a pelo.
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- Han vivido momentos de verdadero peligro...
- En este caso lo de que estamos vivos de milagro no es una frase hecha. Tras la cumbre, bajando hacia el campo 3, de repente vimos caer por una pala de nieve a Maila Sherpa, que iba un poco más abajo de nosotros. Se nos heló la sangre. Le veíamos caer y caer, dando tumbos y saltos hasta que de repente se paró. Cayó como unos cuatrocientos metros, desde 7.200 a unos 6.800, por debajo del campo 3. El cuerpo quedó inmóvil y pensamos en lo peor. Empezamos a hablar entre nosotros para pedir un helicóptero y rescatar el cuerpo cuando al de quince minutos vimos que se empezaba a mover. Pensé «¡Hostia!, está vivo pero se ha roto todos los huesos. Menuda movida para sacarlo de aquí». Empezamos a bajar hacia él todo lo rápido que pudimos y de repente vimos que empezó a caminar y a subir hacia nosotros. Entonces alucinamos ¡No se había hecho nada! Había perdido el conocimiento unos minutos por el golpe ¡pero no se había roto nada! Estaba descojonado, como si le hubiese pasado un tren por encima, pero sin nada roto. Creo que es la mayor librada que he visto en una montaña. Fue un momento muy duro. La tensión de verle caer y caer sin poder hacer nada… Pero tuvo un inesperado final feliz. Viéndole caer pensaba que bajaba hasta el campo base. Alguien ahí arriba le paró.
- El que no tengan ni foto de cumbre quizás es el mejor reflejo de lo duro que ha sido.
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Ha sido el ochomil en el que menos he grabado. No pude sacar nada hasta la cumbre. Y allí arriba unos segundos que grabaron mis compañeros. Llegué el quinto por delante de Chaapal, y del acojone que tenía ni le esperé para sacar fotos. Estuve un ratito y rápidamente tiré para abajo. Para que te hagas una idea, se me congelaron las cremalleras de todos los bolsillos, el agua, que llevaba litro y medio dentro del mono de plumas… Todo congelado. No me había pasado nunca. No podíamos ni abrir las cremalleras. No hablé con el campo base hasta estar de vuelta en el campo 3, cuando más o menos ya sabía que librábamos y tuvimos un poco de protección dentro de la tienda. ¡Lo hemos pasado muy mal!
- Volvamos a la ascensión…
- En el campo 3 montamos dos tiendas, una sin el doble techo para economizar peso en la mochila y la otra completa. Nos metimos cuatro en una y tres en la otra y descansamos como pudimos. A las diez y media salimos ya para arriba con un frío y un viento inhumanos. El viento nos ha machacado. No he pasado tanto frío en mi vida. El ataque a cumbre ha sido bastante más duro que el del Nanga Parbat, bastante más comprometido.
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-Y llega el día de cima.
- Sobre las diez y media de la noche salimos del campo 3 a pelo, sin cuerdas fijas, por un terreno muy pendiente totalmente helado y duro como una roca. Yo me imagino a los gladiadores cuando les echaban a la arena del circo sin saber lo que se iban encontrar y la sensación era la misma. De que te vas a encontrar con problemas pero no sabes ni dónde ni cuándo. Llegamos al campo 4 guarreando cuerdas viejas, porque si hubiésemos tenido que equipar no habríamos llegado nunca. Y lo que nos encontramos fue dantesco, todo destrozado y envuelto en hielo cristal. A partir de ahí accedes a un inmenso plateau donde hay que hacer una travesía larguísima, que no se acaba nunca. Y ahí me encontré algo que no había visto nunca en un ochomil. Una zona de socavones hechos por el viento, tubos de hielo, donde teníamos que estar continuamente subiendo y bajando. Era como la cascada de nieve pero en casi plano.
- Y por fin amaneció.
- Dejamos atrás esa zona y nuestra izquierda se abrió todo el plateau del Tibet con una luz gigantesca que salía de su horizonte. Nos quedamos sobrecogidos. Ha sido uno de los amaneceres, uno de los paisajes más maravillosos que he disfrutado en un ochomil. No encuentro adjetivos para calificar tanta belleza. Por un lado siento pena de no haberlo grabado pero por otra pienso «¡Qué afortunados hemos sido de haber podido vivir ese instante tan precioso!». Se va a quedar grabado en mis retinas para toda la vida. Es de los momentos más bonitos que recuerdo en un ochomil. Uno de esos que sirve para darte cuenta luego de por qué te gusta tanto subir a estas montañas. Un momento irrepetible, el que más he disfrutado en esta expedición, y probablemente el único.
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- Con la salida del sol las condiciones mejorarían.
- No creas. Cuando llegamos ya a ochomil metros, muy cerca de la ariste cimera, recordé perfectamente cuando estuve con Edurne (Pasaban) y sus compañeros. Pero fue un tramo que se nos hizo larguísimo porque no acabábamos de dejar por debajo el Pináculo. Iba ya bastante cansado, cada paso me costaba un mundo y además hacía muchísimo frío.
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- Ha conseguido evitar las congelaciones.
- No me he congelado nada porque me he puesto en manos y pies unos parches de pimienta cayena que son una bomba, pero tengo quemadas la nariz, los labios, las orejas… Y todavía tengo insensibles las manos y los pies.
- ¿Los sherpas utilizaron oxígeno?
- Se pusieron oxígeno a partir del campo cuatro, pero es como si no lo hubiesen usado. Tuvieron muchos problemas con los reguladores por el frío. A alguno no le llegó a funcionar y al que más, le duró poco más de una hora. No los quiero excusar, porque si usas oxígeno un minuto ya te cuenta como ascensión con él, pero es una pena porque las estadísticas dirán que subieron con oxígeno y apenas lo usaron. Alguno lo cargó a la espalda todo el rato para al final subir sin oxígeno, como yo.
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- Y por fin llegan a la famosa cresta que tanta polémica ha generado porque desde hace años las expediciones se quedan en una punta anterior a la más alta. ¿Ofrece tantas dudas esa arista?
- Llegas a una zona que es como una cuenca en la que no hace viento y desde allí te aúpas a la arista. Cuando estás en ella tienes diez metros como mucho en la que vas a caballo por ella para llegar a la punta en la que se quedaban las expediciones comerciales. Luego bajas un poco y ya por uno de los lados de la cresta haces una travesía hasta una roca y por una franja de roca subes ya hasta la punta principal. Son como mucho treinta metros lineales desde donde se paraba la gente hasta la cima principal. En las fotos parece mucho más pero no lo es.
- ¿Estuvo mucho tiempo en la cumbre?
- Ufff, tres minutos, cinco como mucho. No estaba para celebraciones. He sufrido tanto que hubo algunos momentos… En la cumbre pensé «joder ahora hay que bajar de aquí» y me dije «solo quiero dejar de sufrir». Ahí me pasó una primera vez. Luego, como a 7.800 metros, no me quedaban fuerzas y pensé «mecuagüen dios, me voy a morir aquí». Es que no me tenía en pie. Se juntó todo, el frío, el cansancio, que llevaba sin beber agua desde que habíamos salido de la tienda. De hecho, desde que salí del campo base no comí nada. Mi primera comida solida ha sido hoy (por el sábado) cuando he llegado a Katmandú.
- Pero no ha sufrido congelaciones.
-La clave ha estado en que todos los días, salvo el último, me he obligado a beber cinco litros. No tengo dudas que esa disciplina de los días anteriores es lo que me mantuvo con vida el día de cima. Y a eso se sumó el cansancio, porque ha sido una ascensión por hielo vivo, duro como la roca. Tengo las piernas agarrotadas de la fuerza que teníamos que hacer para que los crampones se clavasen en él. Casi no puedo andar.
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- Volvamos a ese momento crítico a 7.800 metros…
- Siento que me falta el aire y me falta de todo. Estoy vivo porque rompí de un cramponazo la cantimplora y por el agujero que hice pude pegarle tres sorbos al hilillo de agua que no se había congelado. Eso me dio algo de vida, junto al hielo que iba mentiéndome en la boca para chuparlo durante el descenso. Por eso, tengo la lengua quemada. Así conseguí llegar al campo 4 y seguir para abajo.
- Estuvo realmente al límite.
- Llegó un momento en que el único pensamiento era «tengo que seguir, tengo que seguir. No quiero que me dejen aquí abandonado ni agonizando». En otros momentos piensas «ojalá me patine, me caiga para abajo y me mate de un golpe para terminar rápido con todo este sufrimiento». Solo quieres dejar de sufrir. No llegué a tirar la toalla, pero desde luego sí fueron los momentos más duros que he vivido en un ochomil. En la subida sufres pero aguantas y aguantas por el premio de la cumbre, pero en la bajada al cansancio y el frío se le suma esa relajación de que ya tienes el objetivo y la cabeza te empieza a decir cosas raras… Solo quieres que todo termine y descansar. Fueron 48 horas desde el campo base hasta la cumbre sin dormir ni comer y casi sin beber.
- ¿Ha sido el ochomil que más le ha costado?
- Para mí, ha sido el más exigente de los que he hecho. Más que en Nanga Parbat. Mucho más. Los desniveles, los horarios… Apenas setenta horas de CB a CB, siempre con el mochilón cargado… Sin duda, el más duro. Lo he pasado mal, muy mal. Y autoengañándote en todo momento. Cuando subes porque cada metro que avanzas estás más lejos de la salvación y la mente se resiste y piensas «donde cojones me estoy metiendo» y tienes que resistir los impulsos de darte la vuelta. Y cuando bajas porque ya no puedes más. Mi salvación fue marcarme pequeños objetivos. Dar cuatro o cinco pasos, llegar a un punto que veía unos pocos metros delante. Con esas pequeñas metas engañaba a mi mente y me permitía seguir adelante.
- Tras la polémica de la cumbre verdadera destapada por Eberhard Jurgalski, el nuevo notario del Himalaya tras la muerte del Mss Hawley, hay quien dice que en realidad son los primeros alpinistas en hollar el Manaslu.
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- Bueno, prefiero no meterme en esos líos. No merece la pena. Cada uno sabe lo que ha hecho en su momento y en su circunstancia. Cuando estuve aquí en 2008 con Edurne y compañía, por ejemplo, estaba convencido de que había subido a lo más alto. Esas polémicas quedan para otros como el Jurgalski ese.
- ¿Cuáles cree que han sido las claves para haber hecho cima este año y los anteriores no?
-La experiencia es fundamental. La personal y la de conocer la montaña. Para que te hagas una idea. El primer año tardábamos casi ocho horas en llegar al campo 2. Y este lo hemos hecho en tres y con mochilas de 20 kilos a la espalda. El equipo creo sinceramente que este año ha sido también más bueno y nos hemos compenetrado mejor y luego, por supuesto, está el tema de la climatología. Hace dos años dejamos pasar demasiadas oportunidades y el pasado no nos dio ni una. Esta vez hemos estado atentos y hemos aprovechado la primera que nos ha dado.
- Y ahora qué.
-Pues con ganas de hacer cosillas…
- ¿A qué le llama 'cosillas'? ¿A otro ochomil?
- Me encantaría volver a un ochomil pero en primavera porque estoy un poco cansado de pasar tanto frío. Con lo de este año he cubierto el cupo de forma definitiva. Pero me da pereza por tener que empezar otra vez con todo el tema de los patrocinios, de los preparativos… Pero la verdad es que con 40 años me siento fuerte físicamente y con una experiencia que me apetece aprovechar. Aunque también te digo que no va a ser por mucho tiempo. Son ya muchos años sufriendo. Y eso cansa, sobre todo a nivel mental. Quizás intentar alguna cosa chula aprovechando que el año que viene es el centenario de la Federación vasca de montaña.
- ¿Dedica a alguien esta cima?
- Patrocinadores aparte, sin los que este reto no sería imposible, y ahora que comentamos lo del centenario de la Federación, me gustaría dedicárselo a todos los clubes de montaña de Euskalherria, y muy especialmente a los del entorno de mi pueblo, que conozco muy bien: Ganzabal, que va a cumplir 50 años, Padura, Baskonia, Ganguren, Tabira, Erreka… Tantos clubes y tanta gente anónima que hacen que la montaña sea lo que es en Euskadi. Un trabajo de base fundamental y muy poco reconocido sin el que el alpinismo vasco nunca hubiera podido llegar a donde está. Sin uno de esos clubes en los que me eduqué como montañero y alpinista jamas hubiera llegado a la cumbre del Manaslu, ni a ningún otro ochomil. Va para todos ellos.
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