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Miércoles, 5 de febrero 2020, 22:04
El 2 de febrero fallecía en San Sebastián Loli López Goñi, pionera del alpinismo femenino en Euskal Herria. Al final de la década de los años cincuenta del pasado siglo, cuando las mujeres apenas se atrevían a afrontar ascensiones de mediana dificultad. Loli fue la primera mujer capaz de superar un quinto grado, y la única que llegó a codearse con los alpinistas vascos de primera línea de aquellos tiempos. También fue pionera en cimas tan emblemáticas como el Cervino o el Mont Blanc.
Loli se inició en el montañismo muy joven, en el club Amaika Bat. Allí conoció a Imanol Goikoetxea, su compañero de cordada en la montaña y en la vida, con el que recorrió en los años posteriores los Pirineos y Alpes. Algo inédito para una mujer su época. Fue pionera también en las costumbres, en un tiempo en el que simplemente que una mujer vistiera pantalones era una barbaridad y en el que las mujeres casadas usaban el apellido de su marido precedido de un posesivo 'de'.
Sus escaladas en Pirineos y Alpes la convirtieron en un referente y su dedicación durante toda su vida al montañismo en un ejemplo para todas las mujeres. Actualmente, en su honor, el premio que cada año concede la EMF a la mejor actividad femenina lleva su nombre.
Y también en su honor, EMMOA, el museo vasco del alpinismo, en su empeño de poner en valor nuestra historia alpina, ha evocado en su página web algunas de sus mejores ascensiones en los Alpes, relatadas en su momento por su compañero Imanol Goikoetexea.
El 15 de agosto de 1958, a las tres y media de la madrugada, tras haber escuchado la misa celebrada en el interior mismo refugio, Loli López Goñi e Imanol Goikoetxea se encordaron al pie de la arista de Hörnli para acometer la ascensión del Cervino. Así unidos, como en la propia vida real, iban a permanecer hasta que, quince horas más tarde, retornasen al punto de partida.
Escalaron, escalaron, entre bloques y muros. «En las últimas cuerdas, las más fatigosas, Loli me sustituye en cabeza, soportando el enfriamiento de las manos al agarrar éstas cubiertas de hielo...».
Y, más arriba, la cumbre. Era la primera mujer vasca que alcanzaba la cima de la gran pirámide alpina, al igual que había sido pionera unos días antes en la cima de Mont Blanc.
La sensación de elevación y plenitud en este vértice perfecto sería para Loli e Imanol siempre la misma y siempre renovadamente distinta para cada uno de los alpinistas que llegaban hasta él. «Diez y cuarto de la mañana, 4505 metros de altura, en un día en que el mundo era nuestro......», escribiría Imanol al regreso recordando la magia de aquellos momentos.
(Goikoetxea, I, «Los Alpes de Saboya y el Cervino». Pyrenaica, nº 4 (1958):188-121).
Desde entonces habían pasado cuatro años y Loli López Goñi e Imanol Goikoetxea han vuelto a los Alpes. Ella luce ya en el pecho el distintivo que le acredita como miembro del GAM vasconavarro. Es la primera dama que ostenta este título. La joven donostiarra no es el prototipo de mujer alpinista que sigue la estela de su compañero. Quienes le veían escalar sabían que tenía iniciativa y recursos como para encabezar la cordada en igualdad de condiciones con cualquiera de ellos.
Loli e Imanol Goikoetxea se encuentran en la terraza del Refugio Requin, dominado el caótico desfile de seracs del glaciar du Géant. Ambos escuchan con atención las precisiones que les está haciendo un escalador inglés que el día anterior ha escalado la vía Mayer-Dibona al Dent du Requin.
A la madrugada siguiente, unas velas alumbran con indecisión las fiambreras mientras los alpinistas calientan el desayuno. Los hornillos de alcohol van mezclando la ovomaltina con la leche condensada con más lentitud de la que la impaciencia de todos quisiera. Cumplido el trámite de engañar al estómago, cada cordada parte del refugio hacia su propia aventura. Pronto las luces de las linternas frontales se pierden en los vericuetos de los glaciares.
El Dent du Requin es un gigantesco gendarme que se desprende de la cresta de L´Aiguille du Plan, al que Mummery había dado fama con su primera escalada en 1893. La ruta que Loli e Imanol han escogido es la que Angelo Dibona y Guido Mayer habían trazado en la arista nordeste del monolito de Requin en 1913.
Absortos en la pared, el tiempo pasa con rapidez inusitada. No les resta mucho para concluir la vía, pero queda poca claridad al día. «Encontramos una pequeña plataforma inclinada; casi ha oscurecido y optamos por quedarnos (...). Pronto sólo permanecerá la luz de nuestra lámpara frontal. A lo lejos, sobre las agujas de Grépon se vislumbran destellos que pertenecen a otra cordada que se ha quedado en la pared».
Cada una de esas lucecitas en medio de las verticales es un nido aislado de incertidumbres y de ilusiones con plazo de caducidad en la mañana siguiente. «Resulta extraordinariamente bella la noche de los Alpes, más bella todavía en este vivac, asegurados por una sólida clavija, junto a un vacío de centenares de metros. Es un mundo aparte, casi desconocido, donde estamos refundidos con la montaña y pasamos a formar parte de ella».
Las horas heladas transcurren lentas. Cuanto más enfría la madrugada, más brillan las estrellas. A las seis de la mañana se sacuden del destemple de una noche a la intemperie y reanudan la escalada. «Ataca Loli directamente la vía, salva algún pequeño desplome y me grita: «¡Cumbre!». Les queda todavía el inquietante descenso en rápel por una chimenea vertical de roca y hielo de más de 150 metros.
Pero ahora es el momento de soltar amarras a las tensiones y disfrutar de instantes de levitación en el aire fino de la altura. «Unos metros más bajos que la cima tomamos el sol recostados sobre unas rocas; es un rinconcito agradable. Allí pasaremos un buen rato contemplando la magnífica belleza de los Alpes, este mundo de nieve y roca, donde las estrellas brillan al mediodía, según lo han definido los guías de Chamonix...»
---(Goikoetxea, I. «El Diente de Requin, vía Mayer-Dibona». Rimaya, (1963): 32-38)
Fotografía: Loli López Goñi, bajo la Aiguille du Midi en 1958 (I. Goikoetxea)
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