El Naranjo y la conquista de lo imposible

Hoy se cumplen cincuenta años de la primera escalada invernal en la temida cara oeste del Picu Urriellu, que tuvo en vilo a toda España

Leila Bensghaiyar

Santander

Miércoles, 8 de febrero 2023, 12:48

«Cuatro hombres y una fecha. José Ángel Lucas y Miguel Ángel García Gallego, César Pérez de Tudela y Pedro Antonio Ortega 'El Ardilla'. Seis de la tarde del día 8 de febrero de 1973. Todo quedará inscrito con letras de oro en la historia ... del alpinismo español». Así contaba El Diario Montañés hace hoy 50 años una de las hazañas del montañismo que tuvo en vilo a media España y también a buena parte de la prensa internacional, que no pudo evitar por aquellos días estar pendiente de lo que ocurría en el Picu Urriellu, el Naranjo de Bulnes, situado en el Macizo de los Urrieles, en los Picos de Europa, y con una altitud de 2519 metros. La invernal por la cara oeste se convirtió en ejemplo de montañismo como espectáculo de masas. «Recuerdo que había más periodistas allí que en la Vuelta Ciclista a España», desempolva de su memoria César Pérez de Tudela, una figura inolvidable del alpinismo español y uno de los protagonistas de esta historia.

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Cobertura, hace cinco décadas, en El Diario Montañés

Y es que allí se llegaron a reunir decenas de redactores, locutores, fotógrafos y cámaras de televisión, ansiosos por recibir alguna noticia de lo que sucedía más arriba. Era comprensible. La primera ascensión invernal por la inexpugnable cara oeste del macizo ya se había cobrado la vida de otros escaladores que se atrevieron a desafiar años atrás a esta montaña, magnética y amenazante. «Cuando lo pienso digo: '¡Jo! le echamos valor', porque, efectivamente, varios habían muerto», admite Pérez de Tudela. Pero este es el final de una historia que había empezado mucho antes, con Rabadá y Navarro.

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En la década de los cincuenta Alberto Rabadá y Ernesto Navarro eran los mejores escaladores de España en roca. Aragoneses, habían escalado por el Pirineo y abierto numerosas vías por toda la geografía española, pero tenían en mente romper la imbatibilidad de la que era, hasta el momento, la pared más complicada de España. Esa cara, la oeste, del Picu Urriellu era inconquistable. Quienes trataban de doblegarla perecían en el intento. Pero precisamente ese aura de imposible la hacía aún más deseable. Estaba hecha «del material con que se forjan los sueños», como decía Humphrey Bogart en la escena final de 'El Halcón Maltés'. Y como algunos sueños la montaña comenzó a obsesionar a Rabadá, que ya en 1958 empezó a darle vueltas a la idea de coronarla por donde nunca antes nadie lo había hecho. Y es que las caras norte, sur –la más sencilla y la que suelen usar los guías para realizar sus rutas, además de estar equipada para los rescates– y la este, ya estaban abiertas hace años y solo restaba la temida cara oeste por batir. La ruta más mítica de la escalada española.

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Rabadá convenció a Navarro. No le hizo falta mucho para que su amigo y compañero de aventuras aceptase el ofrecimiento y, no sin luchar contra sus más de 600 metros de pared vertical y desplomada, los dos escaladores conquistaron su cima el 21 de agosto de 1962. «La vía soñada», como decía Rabadá. Habían logrado una proeza. Abrir un camino: La vía Rabadá-Navarro. La única que llegaba a la cima por la cara oeste. Los dos escaladores pasaron a la historia del alpinismo español, y tan solo un año después, el 16 de agosto de 1963, sufrieron una solitaria muerte en su intento por vencer la cara norte del Eiger (Suiza).

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Con la vía Rabadá-Navarro la cara oeste del Naranjo había dado su brazo a torcer. Pero en el alpinismo siempre hay una barrera más que romper. Un paso más que dar. Un 'más difícil todavía'. Y más en el siglo pasado, cuando la valía de un escalador se medía en pionerismo. Se trataba de ser el primero en algo. Llegar antes que nadie y en condiciones más duras que el anterior. Y la cara oeste del Naranjo no fue una excepción. Su pared vertical todavía guardaba un desafío para quien osase retarla. Rabadá y Navarro la conquistaron en verano, pero todavía no había valiente que lo hubiera logrado en invierno, cuando las tormentas arrecian y la meteorología es cruel. La invernal estaba inédita. Eso la hacía tentadora. El temor mezclado con la ilusión sirvió de llamada para los más intrépidos. Y con los intentos fallidos y las consiguientes muertes comenzó a forjarse también la leyenda negra.

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El primer accidente mortal tuvo lugar en el año 1969. Los guipuzcoanos Patxi Berrio y Ramón Ortiz intentaron la primera invernal por la pared oeste. Desaparecieron y nada se sabe de ellos. Se inició un operativo de rescate en el que participó César Pérez de Tudela, que fue además, quien encontró los cadáveres. Esto no desanimó a cordadas posteriores. Al revés. Las ganas por doblegar la pared vertical crecieron y un año después, en 1970, Gervasio Lastra y José Luis Arrabal desafiaron al Pico y su intento se saldó con un mediático rescate y un final mucho menos satisfactorio de lo que parecía en un principio. «El mayor despliegue de medios y equipos de socorro jamás conocido en España hasta la fecha», se leía en los periódicos para describir su rescate, en el que también participó César Pérez de Tudela. Lastra consiguió sobrevivir, pero Arrabal falleció una semana después en el Hospital General de Oviedo, donde fue evacuado en helicóptero tras ser rescatados. Hasta llegar a ese trágico desenlace, los dos jóvenes vivieron una auténtica odisea. Trece días pasaron en una repisa de un metro cuadrado aguantando el mordisco del frío, entre la angustia y la zozobra, hasta que fueron rescatados. Arrabal lo pagó con su vida. Lastra juró no regresar al Urriellu, pero tan solo tres años después rompió su promesa.

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El Naranjo se cobró todavía otro tributo más. Fue en 1973, cuando Antonio Mayral y Félix Ruiz fallecieron tras desistir de escalarlo. El Urriellu se convirtió entonces en un pico mediático. Y todos esos acontecimientos hicieron que otro personaje mediático posase sus ojos en él. César Pérez de Tudela ya lo había visitado varias veces, las dos últimas para efectuar sendos rescates, y el aura de peligrosidad y gloria comenzó a hechizarlo. El influjo del Naranjo se hizo cada vez más poderoso y para un aventurero como él, que ya se había paseado por el Himalaya, Suiza, las cumbres más encrespadas y los salones de casa de media España, ya que era la cara visible del alpinismo para el gran público por sus apariciones en televisión, sumar este logró a su historial era algo que no iba a dejar pasar.

Ya había sido pionero en otras montañas y esta no iba a ser una excepción. La invernal iba a ser suya. «Lograrlo era una acción de las más heroicas», recita convencido. Pero, ¿qué es lo que empuja a un montañero a arriesgar su vida en cada empresa? A lo mejor espera que, cualquier día, superando un desplome o subiendo una arista, le venga a la mente la respuesta de todas sus dudas, a esta insatisfacción permanente que lleva dentro por ascender y rozar el cielo. Algo similar es lo que le sucedía al infatigable César Pérez de Tudela, que no lo pensó mucho y poco después de la tragedia de Mayral y Ruiz decidió desafiar al Naranjo en lo que se convirtió en una carrera por alcanzar la cima y pasar a la historia con tres cordadas diferentes compitiendo entre sí.

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Los primeros en llegar en aquel frío mes de febrero al refugio de Vega de Urriellu fueron César Pérez de Tudela, Pedro Antonio Ortega 'El Ardilla' y Juan Manuel García 'El Torrijas'. César y 'El Ardilla' habían participado tan solo un mes antes en el rescate de los cuerpos de Mayral y Ruiz y tenían fresco el recuerdo de esa temible montaña. Pérez de Tudela también participó en el rescate de Lastra y Arrabal y no quería pasar por lo mismo que los otros dos escaladores, así que 'El Ardilla', puso en marcha un plan. Equipó con rapeles, anclajes metálicos y buriles la cara sur para facilitar el descenso. «No queríamos que nadie nos rescatara e hicimos esa técnica de hacer unos tramos de cuerda y algún taco», explica César. «Fue 'El Ardilla' y lo hizo muy bien. Era un escalador muy técnico y muy entrenado. Todo un personaje de las montañas», recuerda.

«Cuando bajamos había gente con pancartas, bailando en nuestro honor... Fue una bella aventura»

César Pérez de Tudela

Alpinista

Mientras los tres colegas estaban en el refugio se presentó de repente otra cordada. Gervasio Lastra y Fernando Martínez 'El Brujo'. Lastra, que tenía su propia historia trágica ligada al Picu Urriellu, no quería que nadie se le adelantase. Deseaba la invernal para sí, y en cuanto supo que Pérez de Tudela estaba en el refugio para acometer la ascensión, empacó sus enseres y no dudó ni un instante. «Lastra vivía en Potes y él quería completar su ciclo y escalar el Naranjo, pero yo también tenía derecho. Era la gran montaña, porque las hay más altas, pero no tienen el perfil y la dificultad que tiene el Picu Urriellu», dice César rebuscando en su memoria para echar mano de un buen puñado de recuerdos.

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Los cinco pasaron unos días en el refugio, pero entonces una gran tormenta puso en peligro la empresa. El viento azotaba feroz y cortante, y el mal tiempo se convirtió en un enemigo peligroso. César, 'El Ardilla' y 'El Torrijas' se fueron del refugio mientras que Lastra y 'El Brujo' permanecieron allí, aguardando. Según Tudela, una mala elección. «Cuando empezó el temporal nos bajamos porque vimos que el mal tiempo y la tormenta se nos echaba encima. En cambio, los otros se quedaron, gastaron allí energías y pasaron incomodidades, porque los refugios de montaña son incómodos, sobre todo aquel en aquellos años». Pero el temporal no fue el único actor inesperado. La gran repercusión mediática del evento atrajo a una cordada más al refugio. Un tercer equipo rival para disputar la invernal. José Ángel Lucas, «un escalador estupendo que murió meses después con una avalancha de nieve», recuerda César; y Miguel Ángel García Gallego, 'El Murciano', también querían la gloria para sí.

«Nuestra escalada fue más heróica que técnica. Lo hicimos en tres días. Era inaccesible, por eso pasamos a la historia»

César Pérez de Tudela

Alpinista

La cosa se complicaba y el equipo de Pérez de Tudela regresó al refugio unos días después dispuesto a todo, coincidiendo con la marcha de Lastra a Madrid, puesto que iban a intervenir a su mujer y deseaba estar presente. «Había tanto ambiente periodístico que esa tensión de los medios nos animó a que nos metiéramos en la pared», reconoce Pérez de Tudela. Al enterarse por los medios de comunicación de que la cordada de César preparaba ya su ascensión, a Lastra no le quedó más remedio que volver apresurado. Nadie se le iba a adelantar si él podía impedirlo. Y allí, en el refugio, se juntaron los siete alpinistas en la jornada previa a la escalada. Cada uno rumiando sus miedos, sus motivos y ese fuego interior que les empujaba a llegar a lo más alto. Conversando entre ellos y mirando nerviosos la cara de la muerte, la salvaje compañera. «Hablábamos de lo que podía pasar si nos quedábamos sin clavijas, si venía otra vez la tormenta… Todos conocían la oeste en buen tiempo, todos menos yo, que solo había estado en los salvamentos, en los fallecidos...», dice César, que también reconoce que «charlábamos y nos echábamos la culpa uno a otro de esto y de lo otro. Fue una escalada en la que pudimos superar ese mito de inaccesibilidad que tenía la invernal».

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Lastra lo sabía bien y propuso una ascensión conjunta. Solo Lucas y 'El Murciano' aceptaron. Tudela, 'El Ardilla' y 'El Torrijas' lo tenían claro. Ellos al día siguiente iniciaban la escalada. Solos. Y así lo hicieron el 5 de febrero de 1973. Con el corazón saltando dentro del pecho, sintiendo los músculos tensos como el acero y preparados para luchar contra cada resalte del impenetrable muro. «Nuestra escalada fue más heroica que técnica. Lo hicimos en tres días. Era inaccesible, por eso pasamos a la historia», advierte César. Uno de ellos no pudo continuar. 'El Torrijas' tuvo que retirarse por una lesión en el tobillo, pero los otros dos continuaron veloces y seguros con 'El Ardilla' a la cabeza.

Cuando llegaron a los Tiros de la Torca, oyeron por radio que la otra cordada había comenzado también la ascensión. Iban muy rápidos. Podían alcanzarlos. El trato entre Lastra, 'El Brujo', 'El Murciano' y Lucas consistía en que los dos últimos ascenderían primero, ligeros de equipaje. Sin mochilas ni material para ganar en velocidad. Mientras, Lastra y 'El Brujo' lo llevarían todo a la espalda y se encontrarían de noche en Los Tiros de la Torca. Algo que nunca ocurrió. La montaña fue escenario de su propio 'Juego de Tronos'. Llegar a la cima era lo que más importaba. A cualquier precio. Y se fraguó la traición. César y 'El Ardilla' siguieron escalando y cuando llegaron a La Guitarra 'El Murciano' estaba unos 40 metros por debajo de ellos. Rompió su pacto y les pidió una cuerda más fuerte que su palabra. 'El Ardilla' se la lanzó. A partir de ahí escalaron los cuatro juntos. Una nueva alianza. «Sí, eso fue así. Era lógico. Nosotros llevábamos la delantera y ellos tenían que hacer una travesía muy arriesgada y fueron muy inteligentes. Nos pidieron una cuerda, se la tiramos e hicimos el 'vivac' juntos», admite Tudela. Tuvieron que compartir víveres y ropa de abrigo, pues los dos nuevos integrantes de la cordada subían con la espalda desnuda.

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Mientras, Lastra y 'El Brujo' esperaban en Los Tiros a sus compañeros. Pronto se dieron cuenta de lo que había pasado. No iba a llegar nadie. Además, por radio les avisaron de que se avecinaba una nueva tormenta. Por si fuera poco, a la distancia que ya les aventajan sus rivales se suma el temporal, un nuevo escollo al que enfrentarse. Desistieron apesadumbrados y emprendieron el descenso cabizbajos. «Lastra era un hombre muy especial, muy buen escalador, pero se retira el primer día junto a Fernando Martínez», reconoce César. A la mañana siguiente su cordada sigue ascendiendo, persiguiendo lo imposible. Conduciendo su cuerpo allá donde una día soñaron sus ojos. Y la montaña respondió a su búsqueda en medio de un avieso temporal. «Yo iba delante y me confundí, entonces me adelantó 'El Murciano', que fue abriendo vía junto con Lucas».

Un centímetro, una sola gota, un paso más. A las seis de la tarde del 8 de febrero de 1973, azotados por un tiempo infernal, pusieron sus pies en la cima. La invernal de la cara oeste, esa que era inexpugnable, había sido conquistada. «Llegamos y nos planteamos el descenso con la tormenta, pero 'El Ardilla', que era un artista en el montaje, había dispuesto ya todo. Estábamos muy contentos y muy cansados. Fue un acontecimiento que siguió toda España con mucha pasión». Es cierto, los medios habían cubierto la hazaña y el propio José María García daba seguimiento radiofónico diario de la aventura. «Cuando bajamos y nos recibieron fue un acontecimiento. Había gente con pancartas, otros bailando en nuestro honor, el Abad del monasterio de Covadonga… Fue una bella aventura», revive César. Lo habían logrado. Y el resto no es más que guijarros que caen al vacío.

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Créditos

  • Texto: Leila Bensghaiyar

  • Gráficos: David Vázquez Mata

  • Narrativa digital: Ana Isabel Cordobés

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