
«Tenía mucho miedo y no salió tan mal»
Jero Lete Expresidente de la plaza de toros ·
La máxima autoridad en el palco elige 1991, el año de su debut al frente del ciclo taurinoSecciones
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Jero Lete Expresidente de la plaza de toros ·
La máxima autoridad en el palco elige 1991, el año de su debut al frente del ciclo taurinoJero Lete no escoge el año por casualidad. Elige 1991 porque debutó en el palco de la plaza de toros, la vieja mientras aguantó en pie y el Iradier Arena después, hasta que se cortó la coleta en 2006. Presidió su primer festejo, un cartel de matadores-banderilleros que emitió TVE, el Día del Blusa. Y manteniendo una charla reposada con él, no puede suceder de otro modo por el carácter calmado del protagonista, entiende uno que huelgan las enciclopedias antiguas o las actuales búsquedas en Google. Si quieren documentación taurina infalible pregunten a este señor de nombre con reminiscencias a jefe de tribu india. Recuerda cómo se llamaban los animales de bravo, los números del costillar, las capas… Ahí va un ejemplo. «El primer toro que presidí era 'Delicao', de los Herederos del Conde de la Corte, burraco. Tengo la testuz en casa». Y el disco duro, reseteado, añado.
Lete fichaba cada día del ciclo de La Blanca como se hacía antes a la entrada de las fábricas. A las nueve de la mañana, con la fresca, ya entraba en el coso antiguo aquel año de memoria imborrable. Y allí permanecía hasta pasadas las dos de la tarde, después de asistir a ese cruce de intereses que representa el apartado y enchiqueramientos de las reses. Con sus más y menos ante los 'resabiaos' representantes de los diestros. Para antes de las cinco y media regresaba, sesenta minutos largos antes de empezar la corrida, y no abandonaba las dependencias hasta casi las once de la noche. Lo dicho, una jornada laboral con horas extraordinarias.
Un híbrido entre el trabajo y la devoción porque Jero acudía a los toros con su difunto padre desde chaval, con sólo ocho añitos. Un lustro después se colaba para alimentar su querencia irremediable a cuanto acontecía sobre el albero. Después, abonado, máxima autoridad en el palco, responsable de la selección de ganaderías en Vitauri, emblema que lleva prendido en la solapa… Pero el mejor escribano salpica un borrón y en él hay que escudriñar para encontrárselo. Me refiero a que durante dieciséis temporadas sólo falló a un festejo. Se dio de baja y sin presentar parte facultativo, según el argot del mundillo. Motivo había. Nada menos que el medio siglo de Los Txismes, su cuadrilla, el 6 de agosto del 2000.
- ¿Qué sabor de boca le dejaron las fiestas del 91?
- Pues no lo pasé nada bien por los nervios del debut y porque cada tarde había un problema. El primer día, un toro de El Litri al corral y salió de la plaza escoltado. El segundo, casi se le va otro a Ojeda. El tercero se rechazó la corrida entera de Carlos Núñez por falta de trapío… Tenía mucho miedo y el balance es que no salió tan mal, aunque la crítica me dio leña porque decía que era muy duro.
Y la conversación termina con referencias a los encastes y ganaderías de su gusto (Albaserrada, Santa Coloma, Saltillo…) y a los diestros que le han removido: Camino, Manzanares padre, Juan Mora, Joselito, Antoñete… «Cuando quieras hablar de toros me llamas». Sea, maestro.
Tranquilidad y en casa «Andaré por aquí, por Vitoria, tomando unos blancos al mediodía y comiendo fuera de casa con la familia o los amigos. Muy tranquilo».
LA BLANCA 1991
Las disensiones entre los blusas no vienen de ahora. Hunden sus raíces hace ya casi tres décadas, cuando seis cuadrillas salieron de la comisión por la puerta de atrás en 1991. Presidía el cónclave festivo de aquellos mozos sin neskas Roberto Martínez de Bujo, que meditaba su dimisión por el enquistamiento de posiciones dentro del colectivo. Y para demostrar que Vitoria es una ciudad de debates recurrentes y asuntos cíclicos van dos ejemplos. En una entrevista a Joaquín Jiménez para presentar las fiestas agosteñas de aquel año, el ilustre guardián de las esencias locales se quejaba de dos asuntos concretos. De los cuales, una batalla (y no me refiero a la del monumento vertical en la plaza) se perdió hace tiempo. Decía el hombre: «Tirar champán no es típico de La Blanca» y «el día del guarro carece de todo sentido».
Repasando la hemeroteca de aquella época resalta una foto que centraba la atención en la portada del cuadernillo de una de aquellas fechas de júbilo y jarana. Una imagen que hoy engrosaría el contenedor de las estampas indebidas. La de un blusa colocando una pegatina con el emblema de su cuadrilla en la camiseta de una chica poco encima del pecho. Pobre de él si le pillaran ahora en ese renuncio socialmente reprobado.
Los reclamos musicales de 1991 anunciaban al televisivo Emilio Aragón, que surfeaba entonces la cresta más alta y espumosa de la ola catódica, junto al grupo Danza Invisible y ese Dúo Dinámico eterno. La pareja que jamás muere, ni en los momentos buenos ni en los malos ratos, el matrimonio de convivencia que las terrazas y los balcones han devuelto al escaparate por obra y desgracia de la pandemia. 'Resistiré'. Mientras, la Plaza de España acogía un concierto de Barricada con 'El Drogas', referente vecinal de la Txantrea, a la cabeza.
Hay asuntos en esta capital alavesa que nunca terminan de irse y siempre piden otro retorno a los ruedos, ¿verdad? Y no escribo ahora del de Paco Ojeda tras dos temporadas en barbecho por agotamiento mental en la misma feria que encumbró a Enrique Ponce. Hablo de Rafaela Aparicio como única actriz anunciada en La Blanca del 91 porque el Teatro Principal andaba metido en reformas. Como las que pretendía otra vez el Ayuntamiento antes del virus de mierda. Bueno, a ver, que también vino el Lido con su andamiaje portátil y humor de trazo grueso.
Los carteles de la feria de pelota en el complejo de Mendizorroza eran de tronío, según el argot del periodismo antiguo, con estrellas de la talla deportiva de Retegi II, Galarza III, Eugi y Arretxe, nada menos. Fue el año de los 'pies negros' como tribu urbana con carta de naturaleza y la nunca novedad del Casco Viejo a modo de urinario enorme a cielo abierto. Ah, y el de las quejas eternas de los barraqueros, para quienes esta feria era «una ruina». Cuando venía la noria, ¿recuerdan?
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