
«Antes las campanadas las dábamos a mano»
Pedro y Alfonso Suescun | Relojeros de Vitoria ·
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Pedro y Alfonso Suescun | Relojeros de Vitoria ·
La primera vez que subieron a la torre les impresionó la «marea humana» en la plazaSergio Carracedo
Lunes, 27 de julio 2020
El trabajo de los hermanos Suescun está reflejado en el 'skyline' de Vitoria y es parte importante de las fiestas de La Blanca. El reloj de la torre de San Miguel marca cada año el preciso instante del lanzamiento del Chupinazo y el comienzo a seis días de diversión y desenfreno, con sus respectivas noches. Juerga, algarabía y bullicio, ajenos por completo a la precisa e imperturbable actividad mecánica de los engranajes que marcan los tiempos en la ciudad.
Desde 1994, Pedro y Alfonso son los responsables de la puntualidad del lanzamiento del primer cohete de fiestas. Desde ese año se encargan de mimar cada pieza de la vetusta maquinaria de los relojes de la ciudad. No sólo eso. Además, les dan cuerda, a alguno de ellos «cada cien horas», y controlan «que funcionan, que estén puntuales y que las campanas suenan». «El mejor lugar para comprobarlo es en los jardines de la calle Fray Zacarías», asegura Alfonso Suescun. Desde ese punto se perciben los toques de los cercanos San Miguel y San Vicente, pero también de San Pedro y del Ayuntamiento. Con todo ello realizan un informe mensual que remiten al Consistorio. Si hay que poner alguno en hora toca ascender a lo más alto de las torres y remangarse en sentido literal, porque a veces no sólo es maña sino que hay que emplear energía física.
Para ellos, el 4 de agosto es un día más, pero todas las miradas se fijan en la aguja grande del reloj de San Miguel. Cuando apunta a lo más alto, y la pequeña marca las seis, las campanas suenan, aunque sólo ellos, presentes en la torre por si algo falla, las oyen. «Este año se van a oír en la plaza», aseguran. El jaleo habitual durante el Chupinazo ensordece las campanadas procedentes de la torre y hasta las grabadas que difunde el sistema de megafonía. Sin embargo, no siempre ha sido así de fácil. «Hasta el año 2000, las campanadas se daban a mano». Ello se debía a que al reloj «le faltaban palancas de sonería y no daba las señales horarias». Los Suescun se encargaron de diseñarlas y fabricarlas y consiguieron poner el mazo en marcha para las fiestas de 2000. Su antecesor en el cargo «daba las campanadas con un martillo», aseguran.
Pero en estos 26 años, desde su particular atalaya festiva, estos dos hermanos han vivido de todo. «La primera vez nos impresionó la marea humana, que se mueve como una masa de agua, todos en la misma dirección». También «el humo que había, sobre todo antes, claro, y la cantidad de gente». Pero la imagen que se les quedó grabada en la memoria fue la del primer Chupinazo desde la torre, en 1994. «Hacía una tarde excepcional y el sol brillaba. Vimos que se acercaba una nube negra desde La Puebla de Arganzón». Desde su privilegiado observatorio meteorológico vieron cómo «vino rapidísimo, en 20 minutos la teníamos encima. Y descargó una gran tromba de agua en pleno chupinazo, aunque no consiguió apagar la fiesta».
«Subiremos a darle cuerda» La ausencia de actos festivos no evitará que realicen el protocolo de siempre. «A las diez subiremos a darle cuerda». Por la tarde, volverán para comprobar que todo funciona bien.
LA BLANCA 1994
Las fiestas de 1994 no empezaron de la mejor manera posible. Media hora antes de la bajada de Celedón, el cielo ennegreció y descargó una tromba de agua que a punto estuvo de mojar la pólvora del Chupinazo. El vendaval de lluvia y viento no desanimó a los miles de vitorianos que aguardaban la llegada del aldeano de Zalduondo. Ni a la Banda Municipal, que se temía lo peor. El músico del bombo, que llevaba 35 años en la banda, aseguró que nunca había llovido en el momento de la bajada. Pero hace 26 años llovió y mucho. Caídas de ramas, corte de las líneas ferroviarias en Las Trianas y accidentes de tráfico fueron algunos de los daños colaterales del intenso aguacero. Sin embargo, a las seis en punto, el reloj de San Miguel señaló la hora del inicio, y el cohete, que permaneció a resguardo bajo la camisa del hijo del pirotécnico, marcó el comienzo del jolgorio. La lluvia, que no se detuvo tras el decimosexto chupinazo del alcalde José Ángel Cuerda (1979-99), obligó a cancelar algunos actos festivos de la tarde y la noche. A pesar de las similares previsiones meteorológicas para toda la semana, el resto de días las celebraciones transcurrieron con normalidad.
«Las fiestas no cambian, cambia la forma de divertirse», decía ese mismo año Mari Carmen García, la mujer del entonces Celedón, Iñaki Landa.
Manolo Tena cantaba su 'Tocar madera' en la plaza de los Fueros ante 11.000 almas, Los del Río, con su popular 'Macarena', reunieron a 9.000 fieles, y Los Ronaldos, y su 'Adiós Papá', a unos 8.000, mientras que la plaza del Machete, por décimo año consecutivo, acogió las muestras más auténticas de la cultura vasca.
Las txosnas se trasladaron de La Florida a la zona ajardinada de las traseras de Catedral Nueva, quince años después, para dejar sitio en el céntrico parque a los bailables en torno al quiosco y a otras actividades para todas las edades.
El cómico Quique Camoiras, las hermanas Irene y Julia Gutiérrez Caba o Pedro Osinaga subieron al escenario del Principal como grandes figuras del teatro de la época.
No faltó la esencia de la fiesta. Fanfarres y cuadrillas de blusas tomaron un año más las calles de la capital. Eso sí, con pocas neskas. La representación femenina en el conjunto de las veintiocho cuadrillas se reducía a un centenar de mujeres, frente a un colectivo de casi 2.000 hombres. Se estrenó el primer Concurso Gastronómico para cuadrillas organizado por Bereziak. Desde entonces, blusas y pucheros han quedado unidos para siempre en La Blanca.
Pero los 50 millones de pesetas, poco más de 300.000 euros, del presupuesto municipal para las fiestas dieron para más. Actividades infantiles, actuaciones musicales, verbenas, vaquillas y toros, con Ortega Cano, Jesulín de Ubrique o Finito de Córdoba, completaron el programa. Tenía razón Mari Carmen: «Las fiestas no cambian, cambia la forma de divertirse».
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