No estamos para fiestas

EL ANÁLISIS ·

La pandemia está dejando un rastro atroz en nuestra ciudad, un panorama desolador del que solo parecen librarse esa legión de infectados por el virus de la insolidaridad

Lunes, 27 de julio 2020

Este año la situación generada por la pandemia nos impide celebrar las fiestas en honor de la Virgen Blanca como nuestra tradición marca. Los rituales festivos van a quedar reducidos a la mínima expresión y serán pocas las actuaciones que puedan recordar, siquiera de lejos, que hace un año celebrábamos nuestras fiestas patronales. Se desarrollarán algunas funciones teatrales; la entrega del Celedón de Oro a Txema Blasco y Pilar López tendrá lugar el día 4 de agosto con un aforo reducido y estrictas medidas de seguridad sanitaria; el día 5 de agosto, diez integrantes de algunas cuadrillas de blusas y neskas, con gel, mascarillas y dos metros de distancia ofrecerán aurresku y ramo de flores a nuestra patrona ante una hornacina sin público y… eso será todo.

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Y es que, queridos conciudadanos y conciudadanas, este año no toca. La pandemia está dejando un rastro terrible en nuestra ciudad: muchas familias lloran aún a sus seres queridos fallecidos a causa del coronavirus; nuestros profesionales de la sanidad, exhaustos, están recuperándose a duras penas del gran esfuerzo realizado y temblando por si esa terrible situación pudiera repetirse a medio plazo; numerosos ancianos han vuelto a ver limitadas sus posibilidades de ver a sus hijos y nietos, con el profundo dolor que ello les causa; cientos de alaveses han visto como su puesto de trabajo se esfuma y el futuro se presenta pintado de negro; no pocos emprendedores, empresarios y autónomos ven cada día más cerca la quiebra; las distintas administraciones prevén una reducción drástica de la recaudación, cuestión ésta que afectará nuestro sistema de bienestar y el próximo curso escolar no se sabe cómo iniciará su andadura, lo que genera no pocas incertidumbres en la conciliación familiar de muchas parejas. Un panorama desolador, del que tan sólo parecen librarse esa legión de infectados, no por el Covid 19 sino por el virus de la insolidaridad, que pretenden llevar una vida epicúrea, sin respetar las normas sanitarias, burlando la vigilancia y exigiendo disfrutar como siempre de bares, discotecas y, cómo no, de nuestras fiestas como si nada pasara. Ese tipo de ciudadanos, que yo comparo con los 'terraplanistas', que defienden que todo es una conspiración internacional, que nuestros gobernantes nos quieren fastidiar la vida y que el virus es poco más o menos que un sarampión de nada.

Más que nunca necesitábamos resarcirnos, 'desmadrarnos', recuperar las libertades perdidas

Dicho esto, si la fiesta, como reconocía Julio Caro Baroja, es fundamentalmente un tiempo de exceso, de pasión, un tiempo extraordinario en definitiva, que rompe con el tiempo cotidiano y nos libera de las tensiones impuestas por la rutina social para recomponernos y prepararnos para la vida en comunidad el resto del año, es decir en el tiempo ordinario, cabe hacerse dos preguntas fundamentales: ¿esto que vamos a vivir durante la semana del 4 al 9 de agosto de 2020 se puede calificar de fiesta? Y si no hay fiesta, ¿cómo vamos a 'resetearnos' para la correcta vida social a partir de septiembre? Con respecto a la primera cuestión la respuesta es de una sencillez radical: No. Esto que vamos a vivir este verano no es una fiesta. Puede ser muchas cosas, pero una fiesta no es pues carece de los elementos fundamentales de la misma y se va a desarrollar en un tiempo que se puede calificar de todo menos de mágico. Respondiendo a la segunda interrogante, hemos de constatar que es mucho más problemático aventurar las consecuencias que puede tener en todo grupo humano la ausencia de ese tiempo de catarsis que es la fiesta.

Es problemático aventurar las consecuencias de la ausencia de este tiempo de catarsis

Ciertamente nuestra sociedad ha pasado por una situación de confinamiento, de limitación de movimientos, de restricción de libertades, de pérdidas múltiples (no sólo de vidas humanas) que necesitan un adecuado proceso de duelo. No resulta exagerado afirmar que este año más que nunca necesitábamos resarcirnos, 'desmadrarnos', recuperar esas libertades perdidas que el exceso festivo permite y que nos procuran, además de una oportunidad de articulación grupal, una mayor capacidad de resiliencia. El hecho de que no podamos hacerlo tendrá, sin duda, consecuencias en nuestra vida laboral, familiar, amical y finalmente en nuestra vida social. A buen seguro que psiquiatras, y amigos, como los doctores Miguel Gutiérrez o Edorta Elizagarate podrían añadir mucho más a estos apuntes y no me cabe la menor duda que los meses venideros se verán cargados de trabajo para ellos. Y es que la realidad se impone y esto significa que, por mucho que nos duela, este año nuestro cuerpo social está profundamente afectado y como dicen los castizos 'no tenemos el asunto pá farolillos'. Aceptémoslo… ¡no estamos para fiestas!

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