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Cuatro manos. Veteranas, expertas, curtidas por el paso del tiempo y el trabajo. Y sin embargo, debutantes, pero firmes. Cuatro manos sujetando la mecha más esperada, la que prende el cohete que sale disparado hacia el cielo de Vitoria cuando las campanas de San Miguel ... dan el último tañido que avisa de que son las seis de la tarde del 4 de agosto. Son las manos de Juan Luis Soriguren, Andrea Corres, Tita Izquierdo y Daniel Uriondo. Es su primera vez. Su estreno por partida doble. «Y la última, claro», dicen. Porque ninguno de ellos se había visto nunca como chupinero. Ni siquiera había estado en la balconada. «Siempre lo habíamos vivido desde abajo. Cuando éramos jóvenes, que ahora ya no tenemos edad», reconocía Juan Luis Soriguren, uno de los elegidos por el azar para dar la salida a las fiestas de La Blanca.
El momento de prender la mecha del cohete los dejó sin palabras para describir lo que sentían. «Una preciosidad», admitía Tita Izquierdo, asociada como sus compañeros de tarea a los centros socioculturales para mayores. En ese instante, ella sintió «mucha emoción, como un cosquilleo por dentro». Aunque coincidió con el resto en que estaba «más tranquilo de lo que me esperaba», resumía Daniel Uriondo, que bien pensaba con antelación que incluso podría escapársele alguna lagrimilla. «Me he mantenido firme», anunciaba con orgullo aún en la balconada, donde a cada paso eran reclamados igual para fotografiarse con los políticos que con los invitados que para atender a los medios de comunicación.
«No sabía yo que había tantos periodistas y tantos medios aquí en Vitoria», dejaba caer rodeada de micrófonos Andrea Corres, que admitía que en algunos momentos incluso se sintió «desbordada» por la falta de costumbre. Pasada ya toda la vorágine, el protagonismo queda para otros y a ellos les llega el momento de disfrutar de la fiesta, «con tranquilidad, con la familia», decían. Pero sin olvidar esta experiencia «que ahora se la contaré a mis nietos», añadía Daniel.
Aunque a los primeros que les tuvieron que contar su experiencia «fenomenal» fue a los periodistas. El adjetivo que más repitieron fue el de «inimaginable». Y la imagen con la que se quedaron todos, la misma: «La vista de la plaza es inimaginable». «¡Qué ambiente!». «Si no lo ves, no te puedes hacer una idea, no te lo crees». Esa fotografía quedará en su retina para siempre. «Mira que yo soy blusa, he estado muchas veces en la bajada, pero ante esto, no hay palabras», afirmaba Juan Luis, que se autodefinía, esbozando una sonrisa, como «cohetero».
Y como buenos chupineros cantaron -«se me ha quedado la garganta seca», decía Tita mientras agradecía el agua fresquita que le ofrecían desde el otro lado de la valla-, saltaron y dieron rienda suelta a la alegría, a la suya y a las de las 40.000 almas que esperaban que a esas cuatro manos veteranas no les temblara el pulso y que el sonido del cohete, como si de un resorte se tratara, les hiciera mirar al cielo para ver bajar a Celedón .
Juan Luis, Andrea, Tita y Daniel fueron los primeros en verlo a menos distancia de sus cabezas. Para entonces ya respiraban con la tranquilidad del deber cumplido. Y ya podían pensar en qué hacer a partir de ese momento. «Yo tengo un par de citas que son ineludibles», avanzaba Daniel: «La procesión de los faroles y el Rosario de la Aurora».
La cita inexcusable de Juan Luis es la de su familia, hasta el punto de que «todos los años salgo el día 6 con Los Txismes, pero éste se lo voy a dedicar a la familia», aunque no por ello dejará de vestirse de blusa. Entre las costumbres de Andrea se encuentra la de «ir alguna noche al teatro, a la verbena», y disfrutar de la fiesta como ayer lo hizo del Chupinazo. «No me imaginaba que todo fuera a resultar tan fácil». Igual que tampoco podía imaginar ninguno «cómo se ve la plaza desde arriba. Inimaginable».
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