En 'El señor de las moscas', son los niños los que se ven obligados a ejercer la autoridad. Y la cosa sale regulín, claro. La novela de William Golding refleja que la más bendita inocencia puede también derivar en el despotismo más autoritario. Aquí este ... miércoles también mandaban ellos. Fue su día. Los críos se convirtieron en los reyes de la fiesta, representados por sus menudas majestades Edurne (Alazne Rubio) y Celedón Txiki (Joritz Esperanza). No sonó ninguna caracola para que ellos tomaran la palabra. En su lugar, puntual, a mediodía, explotó el cohete que decretó el inicio de 24 horas de gobierno infantil en La Blanca.
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A una hora para el 'Txikichupinazo', a la Virgen Blanca ya comenzaron a llegar las primeras familias. Como esos que madrugan para llegar a la playa con el objetivo de clavar la sombrilla en la arena y asegurarse el sitio perfecto, Santiago García de Vicuña y Maider Segura eligieron el lugar ideal, a la sombra del Monumento, ni muy cerca ni muy lejos y con una visibilidad perfecta del asunto. Allí colocaron el carrito y se hicieron fuertes en sus tres metros cuadrados de ardiente hormigón mientras el pequeño Lander, dos años recién cumplidos de puro nervio, correteaba vestidito de blusa. «Lo traemos desde recién nacido, para nosotros es el día más bonito de las fiestas y no nos lo perdemos», comentaban los padres, cargados hasta los topes ante cualquier eventualidad: agua, aspitos, toallitas, pañales y también la tablet «por si resulta que se aburre y se pone a dar el tostón». Ay.
«¿Cuáaaaaanto faaaaalta?», berreaba una canija por allí -es increíble cómo unos pulmones tan pequeñitos pueden llegar a alcanzar unas notas tan, pero que tan altas- mientras sus sufridos aitas respondían con un socorrido «poco», que a la criatura no pareció convencerle ni lo más mínimo. Entre el calorazo y la espera, a más de uno le dio por ponerse a llorar y ya se sabe que el llanto infantil tiende a provocar un inquietante 'efecto llamada'. «Se quería quedar en casa viendo los dibujos», reconocía Amaia Redondo, tratando de consolar al pequeño Hodei. En una situación de crisis demográfica como la actual, las parejas que se estén planteando traer hijos al mundo deberían tener prohibido acercarse a menos de 200 metros de la Virgen Blanca en un día así.
Poco a poco, esa plaza que este miércoles olía más a Nenunco que a kalimotxo y sudor hiperhormonado se fue llenando más y más, con muchas criaturas, muchos padres y también multitud de sufridos abuelos. «A la hija le tocaba trabajar y nos ha dejado a los críos...», comentaba, resignado, Antonio Ortiz de Mendibil mientras sus dos nietos, la mar de formales ellos, daban cuenta de un buen bolsón de chucherías que, desde luego, no aprobarían nueve de cada diez dentistas.
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Y llegó el momento. Dieron las doce, la alcaldesa, Maider Etxebarria, y la concejala de Cultura, Sonia Díaz de Corcuera prendieron la mecha del cohete. Los muñecos de Edurne y Celedón Txiki comenzaron a descender, ella por delante de él, mientras la Banda Municipal interpretaba en bucle el Pasacalles de Celedón, este año bajo la batuta de un niño. Ander Azcarraga, fan de la comparsa de Gigantes y Cabezudos y de la Banda Municipal cumplió su sueño y dirigió a la formación. Ya habíamos quedado en que ayer mandaban los pequeños.
Se abrió el banderón blanco y rojo de Vitoria y asomaron ellos, Joritz Esperanza y Alazne Rubio, encarnando a Celedón Txiki y Edurne. Los dos chavales -13 años tienen las criaturitas, unos preadolescentes de manual ya- de las cuadrillas Txolintxo y Gautarrak, se tomaron su tiempo en atravesar toda la plaza, jaleados como auténticas estrellas del pop infantil y escoltados por blusas y neskas.
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En la Balconada, infinitamente menos abarrotada que en la tarde del 4 de agosto, les esperaban las autoridades y también él, nuestro Celedón. Iñaki Kerejazu les recibió con un fuerte abrazo y les cedió a Joritz y a Alazne el cargo de excelentísimo presidente festivo por unas horas. Y, a juzgar por el aplomo de los dos chavales, quizás alguno de los dos (él o ella) siga sus pasos y, algún día, se llegue a convertir en Celedón titular. Tienen madera.
Hablar ante miles de personas pone de los nervios hasta al más templado, pero Jortiz y Alazne no se amilanaron. Los chavales reivindicaron su derecho a «disfrutar, hoy y todos los días», llamaron a «saltar y a bailar». No se trabaron ni titubearon. Todo iba como la seda salvo por un pequeño detalle: se iban a retirar ya cuando alguien les recordó que, cosas del directo, se estaban olvidando de cantar la canción de Celedón. Fue en ese momento cuando Edurne protagonizó la divertida anécdota de la mañana. Al reparar en el descuido, a la muchacha se le escapó un «hostia, es verdad», que -maldita megafonía- se escuchó en toda la plaza. Y el personal estalló en una carcajada. Tranquila, Alazne. Hasta a los mandatarios más experimentados les puede traicionar un inoportuno micrófono abierto.
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