«Hay que protegerse, pero también consumir»

Parada obligada para Celedón cada previa del 4 de agosto. Quintasencia del vitorianismo. Meta volante de las cuadrillas de blusas y neskas. Todo eso y mucho más es el bar Bujanda. El que fundó Primi, aquel albiazul de Beasain que una tarde secó al mismísimo Di Stefano. Y que desde su pérdida gobiernan su hijo Miguel Ángel y su pareja, Raquel Manzanos. La capitana de la calle Independencia.

Querida por todos, esta hostelera siempre pizpireta y alegre también sucumbe por momentos al nubarrón del coronavirus. Sobre todo en puertas de esta semana de 'nofiestas'. «Veo estos días con tristeza. Los blusas son mi vida. Son la alegría de estas fechas. Sin ellos, no son fiestas. Imagínate unos sanfermines sin encierro. Pero no toca. Eso está claro. El próximo año lo celebraremos el doble», radiografía de una tacada.

Observa de reojo la caja registradora de su local, de los más antiguos de la ciudad y con una solera de Primera División. «Son fechas muy importantes para nosotros, para los hosteleros. Se anima la gente, presencias anécdotas que te partes y que no pasan el resto del año. Todos nos venimos un poco arriba, ¿verdad?», se pregunta en voz alta.

El Bujanda fue de los últimos en subir la persiana. «Abrimos en la tercera fase. No tenemos terraza. Esta calle es una chapuza. Pasa el tranvía, los autobuses urbanos, coches... Si pusiéramos terraza se la llevarían por delante», exagera.

Tras el llamamiento institucional al comedimiento, Raquel se pondrá al frente de la barra este día 4. Como los anteriores 17 años. «Este local es de los blusas. Se abrirá y se hará lo que se pueda. Todo será mucho más relajado, eso está claro», analiza. Brujilla ella, vaticina «mucha menos gente» que en ediciones anteriores. «El 4 y el 5 habrá movimiento y luego operación salida. Muchos ya se han ido a sus segundas residencias. También hay que entender que si hay rebrote prefieran ver el mar. ¿O tú no?». Pues sí, yo también.

El Bujanda es esa invasión de blusas para cantarle a Raquel. Esa fanfarre que le imploró ayuda al quedarse sin alojamiento. A 22 encontró catre. O esos camareros que sirvieron el primer café barbilampiños y ahora peinan canas. «A algunos los conocí de niños y ahora son papás, vienen con los novios, los hijos». O esa pareja que intimó en un baño durante más de media hora. «Pensé que había un borracho dentro y no», ríe.

Chasquea los labios cuando recuerda tanto sufrimiento por el insaciable Covid-19. «Parece que estamos en una película de ciencia ficción. Tengo mis años y jamás había vivido una como ésta», se sincera. De ahí que para estas 'nofiestas' reclame «respeto y que la gente se lo tome como se lo tiene que tomar».

Sobre la polémica de los horarios y las restricciones, Raquel maneja su propia visión. «Aprovecho para pedir a la gente que tengan cuidado, que salgan protegidos, que respeten, pero también que se animen a salir, que no tengan miedo».

Faltan diez minutos para que Gatillazo desafíe las leyes de lo políticamente correcto en la Plaza de los Fueros. Son las 23.50 horas del 7 de agosto del año pasado. 9.500 fieles de todas las edades claman por Evaristo Páramos, icono de Salvatierra, apóstol del punk patrio. Lo que pocos saben es que en vez de enfilar hacia el escenario tiró directo a la calle Independencia. Tenía una deuda pendiente con Raquel, amiga de toda la vida, que elige esa visita como el momento más especial de todas sus vivencias en La Blanca.

«Tengo amistad de siempre con Evaristo. Nunca he podido ir a un concierto en las Fiestas de la Virgen Blanca porque me ha pillado trabajando. Él me prometió que vendría a hacerme una visita la tarde del concierto y a firmarme su libro», enfatiza la capitana dellegendario Bujanda. Lo que no le dijo quien fuera alma máter de La Polla Records es que apuraría tanto la agenda.

«Miré el reloj. Eran las doce menos veinte. Pensé que se le habría olvidado. A menos diez oí gritos de 'Evaristo, Evaristo'. Entonces apareció. ¡Ay mi madre! Estuvo haciéndose fotos, charlamos. Fue muy agradable como siempre», rebobina la tasquera.

«Es una persona encantadora, su mujer igual, y es un artistazo. Me hablaba y yo de los nervios. 'Vete, vete. Marcha que te llaman', le decía». Cuando logró su propósito, el reloj ya había anunciado el cambio de día. «Vi cómo se fue. La gente se le acercaba de camino al escenario y yo pensando 'que no llega'. Cuando por fin escuché los gritos del público y los primeros acordes me relajé. Me decía;'madre mía que tenga que pasar más nervios que este hombre'».

Ese 2019, el último año normal, Raquel volvió a gastar pequeñas bromas –«travesuras», según su definición– a los camareros nuevos. «Siempre les mandamos a por un pelagambas al Sokoa, y como ellos ya se lo saben pues siguen con el vacile».

No fue Evaristo el único VIP de la edición pasada. Gorka Celedón, ya transmutado en blusa raso de los Bereziak, también le hizo varias visitas. En realidad lo hace todos los años. En esta ocasión llenó el estómago y refrescó el gaznate con los Alprojak, esa animosa cuadrilla que baila al margen de la Comisión y de la Federación de blusas y neskas. «También hacemos travesuras con Gorka, mejor no desvelarlas».

Los blusas son la pasión de Raquel. Sus niños, su vida. «Sin ellos las fiestas no serían lo mismo, en mi opinión», tercia. «El día de Santiago, que es mi cumpleaños, me la lían. El año pasado tres cuadrillas me engañaron para que saliera a la calle. Allí fui, me rodearon y me cantaron el cumpleaños feliz. ¡Qué llorera tú!». De felicidad.