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Un extraño vacío. Asun Gorospe se asoma a la terraza que cada año se llena de invitados durante la Bajada de Celedón. Igor Martín
«Mi bandera llevará un crespón negro»

«Mi bandera llevará un crespón negro»

Asun Gorospe | Neska veterana ·

Rememora una fiesta más simbólica que fervorosa. «Si me llaman pueblerina es que cuido nuestra esencia»

Lunes, 27 de julio 2020

«Berasaluce, Sanz, Erezuma, Gorospe, Ibarra, Primi, Bolado, Echeandia, Echaniz, Remacha y Arbaizar». Asun Gorospe (Maestu, 1937) recita de carrerilla y sin tomar resuello el once que llevó al Alavés a Primera División en 1954. Desligar el equipo de albiazul de esta neska veterana es casi tan difícil como recordar La Blanca sin su figura. Vivió las fiestas cuando comenzaban en la plaza de España, experimentó el caos en el epicentro del jolgorio cuando regentó el bar Deportivo Alavés y, desde su jubilación, es la reina entre las anfitrionas en la terraza de su casa, en plena plaza de la Virgen Blanca. Allí despliega, durante la Bajada de Celedón, una gran bandera albiazul. Este año volverá a hacerlo, aunque de manera mucho más sentida y «con un crespón negro».

Será el pequeño homenaje a las víctimas vitorianas de la pandemia. Pero para Asun, las fiestas de La Blanca nunca han dejado de tener cierto carácter litúrgico. A veces incluso añora el poder de lo simbólico que tenían los festejos durante su juventud, en las décadas de 1950 y 1960. «Es verdad que desde el punto de vista cultural tienen más valor, pero a nivel de fervor, se está perdiendo un poco la identidad», afirma con nostalgia. «Me gusta que las fiestas sean algo pueblerino en el buen sentido. Si me llaman pueblerina, es que cuido nuestra esencia», defiende.

«Mi padre nos llevaba a las barracas hasta que nos cansábamos de ellas»

La protagonista recuerda cuando su padre le llevaba a las barracas, que en aquel 1954 se encontraban junto a la Catedral Nueva. «Nos llevaba el 25 (de julio) hasta cansarnos de ellas. Nos quedábamos hasta el inicio de las fiestas y después marchábamos a Maeztu», afirma. Asun funde en un mismo repaso aquel ascenso del Alavés, que no conoció otro regreso a la élite hasta 44 años después (1998) con las ediciones de La Blanca que le siguieron. No es sencillo rebobinar hasta un año exacto, más allá del marco temporal que le concede aquel éxito del equipo albiazul, pero abruma el nivel de detalle que ofrecen algunos retazos de su memoria.

«Ese año fue el de la coronación de la Virgen Blanca... En octubre. Recuerdo estar yo sentada en un banco y que hacía mucho calor», asegura. En aquella ocasión, los blusas portaron dos tallas de la Virgen en el Rosario de la Aurora. De la Procesión de los Faroles de la víspera, que en aquella época tenía ya rango de actividad imprescindible, Asun evoca la «oscuridad total» que le rodeaba. «Dame la mano, ¡que me des la mano!», le repetía su padre la noche del 4 de agosto.

A aquel año le siguió después (desde 1959) el desenfreno del bar Deportivo Alavés (cuál si no), ubicado en la zona cero del terremoto festivo vitoriano y antigua sede social del club. «La primera vez subí a dar una caladita a un puro Rössli, el que tenía un caballito en el paquete, y un sorbo de champán. Cuando bajé otra vez tenía un mareo...». El trajín que seguía a la explosión de éxtasis rozaba las 24 horas diarias. «Cerrábamos casi cuando queríamos, pero no nos daba tiempo ni para limpiar, porque a las 5 había que ponerse de nuevo en marcha». Visto así, no es de extrañar que desde su jubilación convirtiera su terraza en un auténtico salón de estar con vistas al jolgorio.

¿Y estas fiestas?

  • Sentido homenaje Asun desplegará como cada año su inmensa bandera del Alavés, aunque esta vez como recuerdo a las víctimas de la pandemia

LA BLANCA 1954

La efímera nube de humo que cubría Vitoria

Celedón aún debió de esperar tres años más para tener un aspecto reconocible. En la imagen, sus creadores.

Todavía sin Celedón, las fiestas arrancaron en la plaza de España en un año marcado por el ascenso del Alavés a Primera División. No volvió a lograrlo hasta 1998

Pasadas las 18.00 horas del 4 de agosto de 1954, la plaza de España de Vitoria se cubrió con una efímera nube de humo que incluso podía verse desde cierta distancia. Aquella formación oscura no despertaba una pizca de preocupación en la recién estallada fiesta, pues no amenazaba con dejar caer una sola de lluvia. Era producto de los miles de puros que se encendieron segundos después del Chupinazo.

El fenómeno llegó a rozar la categoría de leyenda, sobre todo cuando la presencia del alcohol fue desplazando la tradición de aquel encendido colectivo. No obstante, las crónicas de la época, y hasta el NO-Do, resaltaron aquella nube de 1954, que sobrevoló a las 12.000 personas que se dieron cita en el arranque festivo. El cohete se lanzó desde la Casa Consistorial, que todavía respondía al nombre de Casa de la Ciudad. Aunque la cifra de asistentes parezca una menudencia comparada con los cerca de 50.000 vitorianos que se congregaron el pasado año para ver la Bajada, no fue un registro nada desdeñable para una ciudad en pleno proceso de industrialización y expansión.

Al Chupinazo le siguieron el repique de campanas, el izado de banderas de España y de la ciudad y la interpretación de Celedón por parte de la Banda Municipal. Al rey de la fiesta, por cierto, aún le quedaban tres años de espera (fue en 1957) para adoptar su aspecto actual. Había que imaginárselo. Los testigos debían conformarse entonces con la presencia de gigantes, cabezudos y el gargantúa.

Las fiestas tenían un carácter religioso y folclórico más marcado.

Aunque ya se lanzaban fuegos artificiales desde el Polvorín Viejo, aquellas fiestas poco tenían que ver con el éxtasis que se desata ahora en la plaza de la Virgen Blanca. El régimen era todavía severo, hasta el punto de que el alcalde, Gonzalo de Lacalle, puso en valor el «buen comportamiento» de los blusas. La celebración estaba vinculada de forma estrecha a la religión, los bailes y los toros. Durante la feria taurina, precedida por el paseíllo de los blusas y de notable reconocimiento nacional, cuatro toreros salieron por la puerta grande. Girón cortó cuatro orejas en el estreno, y Antoñete otras dos. Al día siguiente, Antonio Ordóñez y Chicuelo II replicaron con seis orejas y dos rabos.

Pero los principales reclamos sociales eran sin duda los bailes del Parque de La Florida y de los salones privados, como el del Círculo Vitoriano, la Peña y el Casino Artista Vitoriano. También el teatro, cuyo cartel iba encabezado por la obra 'Malvaloca' y su actriz principal, Amparo Rivelles. «El público teatral de Vitoria no es frío, sino muy cariñoso», afirmó a su marcha la intérprete.

Los organizadores de las fiestas, sin embargo, debían de pensar con buen criterio que toda aquella oferta cultural podía ser algo abrumadora o de escaso atractivo para los niños, y quizás por eso, a los alumnos de las escuelas públicas se les repartió la merienda el 4 de agosto. Pan, galletas y chocolate.

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