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¿Cómo pasar un día de fiesta con 20 euros?
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¿Cómo pasar un día de fiesta con 20 euros?
Esto no lo arregla ni el ibuprofenoUn día eres joven y al otro te despiertas hecho puré, con la boca como un estropajo, con el estómago en rompan filas y un dolor de cabeza que ni que te estuvieran clavando diez millones de agujas afiladas en el cerebro. Un día eres ese vigoroso chaval de la redacción capaz de encadenar gaupasas sin despeinarte y al otro, la noche se te va un poco de las manos y te presentas en el curro como si te hubiera pasado un mercancías por encima, sudando birra y tintorro por cada uno de los poros de tu piel y con los ojos inyectados en sangre. De pronto, son otros, los muy hijos de los 2000, esos que se saben todas las canciones de Karol G y de un tal Feid (una confesión: hasta hace un minuto, ni idea de quién era este fulano), los que te han relevado, los que con su despiadada lozanía te están diciendo 'estás acabado ya, maldito millennial, retírate'. Y cuánta razón llevan.
El plan era regresar a aquella época feliz en la que apañabas una noche con cuatro duros: sí, ya, la expresión ya denota un tic de viejoven de manual. La idea era volver a esos tiempos en los que hacías alarde de unas dotes de prestidigitador para, tachán, estirar tu esmirriado presupuesto hasta el absurdo. Con 20 pavazos en el bolsillo eras capaz de llegar al fin del mundo; es decir, hasta el amanecer.
Parar lograr tal hazaña, cualquier jovenzano farrero que se precie sabe que ha de seguir una regla de oro basiquísima: destinar lo mínimo imprescindible para una manutención (muy) básica, lo justo y nada más para engañar el estómago y generar un efecto esponja. La propuesta gastronómica más de batalla que pueda haber, lo más asequible de la pirámide alimentaria noctábula pasa por un kebab... que no llega ni a los cinco euros.
Pero uno, sibarita y remilgado, tiene sus límites y se dice que ya va a castigar el cuerpo lo suficiente más tarde. Así que enfila hacia la plaza del Matxete, hacia esa barra atestada donde sirven los mejores bocatas de toda La Blanca. Y esto no admite discusión alguna: pan calentito, lomo abundante y unos pimientitos que, de tan dulces, parecen mermelada. Con una cerveza, la cena sale a diez euros. Vamos mal, no llevamos en la calle ni una hora y ya nos hemos zampado la mitad del presupuesto.
Toca ser creativo para tirar el resto de la noche. De pronto, nos vemos en la cola del súper con varios bricks de ¿vino? -al menos, eso pone en la caja- y refresco de cola... de marca blanca. Al pagar, la cajera nos mira con un gesto de desaprobación. Esto no va a ser buena idea. El primer retortijón lo confirma. El kalimotxo en excesivas dosis tiene una edad. Y tú ya no la tienes. Pero, como todo es susceptible de empeorar, de pronto te ves en las txosnas, rodeado unos seres hiperestimulados que bien podrían ser tus hijos. Ahora son ellos los que te lanzan miradas extrañas, confusas. Y te dices que seguro que alguno de esos muchachos todavía a medio hacer está escribiendo en su whatsapp: «chavales, acabo de ver a un ppureta con pintas muy raras con un pedo considerable». Demostrado: a cierta edad, con 20 euros para toda una noche por delante solo puedes aspirar ya a dar bastante vergüenza ajena.
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