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Mucha mierda. Esto se suele decir mucho por aquí antes de un estreno. Pero Lourdes, Sonia, sus mochos y sus escobas sólo conocen la acepción menos farandulera y más prosaica del término. Con el patio de butacas en penumbra, en un silencio un poquitín sobrecogedor, ... ellas se afanan en retirar esa erupción de confeti que dejaron los de La Cubana tras su paso, cual elefante en una cacharrería, por el achacoso escenario de la calle San Prudencio. Saben que todo tiene que quedar impoluto. En sus cien años de historia, el Teatro Principal ha programado grandes montajes, con los directores más prestigiosos y los actores más aplaudidos. Pero este es muy especial. Políticos, artistas, deportistas y empresarios -vitorianísimos todos- acuden al ensayo general que dirige EL CORREO antes del gran estreno del año. Ya no quedan entradas. Los focos se encienden. El público aguarda. Hoy se abre el telón. Y aparece La Blanca.
La compañía lleva el guion bien aprendido. Ellos no necesitan método Stanislavski ni zarandajas de esas para meterse en el papel de profundos amantes de la fiesta. Puntuales, los protagonistas del sainete jaranero que ha organizado este diario van llegando. Algunas, estupendísimas ellas, se plantan con el vestuario ya de casa. «La gente nos ha mirado un poco raro», reconocen, con cierto sonrojo, la campeona de esgrima María Ascasso y la artista Irantzu Lekue. La misma sensación, como de estar fuera de contexto entre la gente de paisano, la acaba de compartir, por la calle, el secretario general de Podemos en Álava, Fernando López Castillo, con su txapela bien calada.
Como los verdaderos actores, el resto del reparto prefiere cambiarse en los camerinos, que son un hervidero. El alcalde, Gorka Urtaran, se abrocha el chaleco adamascado frente al espejo y formula su deseo para estos días: «Que todos nos lo pasemos muy bien, que nos divirtamos al máximo, pero siempre desde el respeto. Que no haya ningún tipo de agresión ni violencia».
En otro vestidor, la líder de la oposición, la popular Leticia Comerón, se calza las abarcas; la concejala de Fiestas, Estíbaliz Canto, se atusa un esmeradísimo moño que se ha hecho peinar para la ocasión y la capitana del Araski, Laura Pardo, se alisa esa falda suya para la que hicieron falta unos centímetros de tela más de la cuenta. Todos ya caracterizados de blusas y neskas -no podía ser de otro modo-, lo cierto es que no cuesta percibir cómo a, algunos, el traje les tira un poco de la sisa. Como si no se acabaran de ver de esa guisa. No es el caso del director de la Fundación Vital, Jon Urresti. Tampoco del empresario Josu Sánchez, blusa pata negra, que reconoce que participar en esta pequeña función le hace «especial ilusión». Al fin y al cabo, su constructora intervino en la última reforma a la que se sometió la gran bombonera vitoriana.
¡A escena! Solícito, el reparto sale a las tablas con el encargo de interpretar una estampa tradicional de fiesta: una pequeña romería, con dantzas, brindis y música de txistu y tamboril que acompasa el concejal de EH Bildu Félix González San Vicente. Seguro que al escritor superventas Álvaro Arbina se le habría ocurrido una trama mucho más original, algo así como un thriller histórico con conspiraciones para acabar con Celedón. Y quizás la directora Maite Ruiz de Austri habría imaginado una de sus premiadas historias de animación.
Entre los fogonazos de los flashes del fotógrafo -el auténtico maestro de escena del montaje-, así, todos tan colocaditos en sus posiciones, más que en una escena, uno piensa en una de esas obras, a pinceladas de tradición, de Aurelio Arteta o Díaz Olano. O, mejor, en una de los trabajos hiperrealistas del pintor Eduardo Alsasua, pupilo vitoriano de Antonio López. Vaya cuadro este. Para enmarcar.
Esta suerte de loca romería bajo los focos -menos mal que ha venido el prestigioso psiquiatra Miguel Gutiérrez para imponer algo de cordura en todo esto- consigue algo más o menos inédito entre la municipalidad. Al despojarse del disfraz de político para vestirse de fiesta, todos consiguen quitarse los corsés. Y con ellos, también dejan atrás las rivalidades y esa tensión, también un poquitín teatral, que suelen representar en el Salón de Plenos. El edil de Irabazi Óscar Fernández no duda en posar dándose buena maña con la bota de vino -«¡Pero si está vacía!», evidencia, algo defraudado, en tono jocoso-. «¿Pero esto no sería una muestra excesiva de consumo de alcohol?», pregunta alguien, con tono socarrón. «Sí, sí, cuidado, que la concejala te quita la subvención», bromea el alcalde, provocando una sonrisa de la propia edil, enhebrada del brazo de Amaia Castresana, de la directiva del Araski.
Y en esas, el edil abertzale sigue entonando el asunto con el txistu. «A ver si te animas y empiezas a tocar el 'tu-tu-tu-tu-tururu-tu-tu'», suelta la concejala conservadora, en referencia al archiconocido himno pepero. La fiesta une mucho. Y esto no, no es (sólo) puro teatro.
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