Pasión, convicción y preparación son las tres principales condiciones que reúnen los árbitros de cualquier deporte. «Se nos tiene que considerar como otro deportista más ... con una misión importante», sostiene Pedro Montoya, árbitro de rugby. La responsabilidad y la profesionalidad les hace entrenar tanto o más que los jugadores, pero sus reconocimientos quedan eclipsados por la histórica ojeriza que rodea a su profesión.
«Somos el blanco fácil. No se acepta nuestro error humano», considera Eriz Apiñaniz, de baloncesto. Haizea Castresana, de fútbol, recuerda que «las decisiones no van a ser ni a favor ni en contra de ningún equipo». «Nos tienen que dar un voto de confianza y ante un error, pensar o no lo ha visto, o se ha equivocado», apunta Patxi Miguel, de balonmano. Los cuatro coinciden en que aún falta para llegar a ese punto. «Pero vamos a mejor», insisten. Mientras tanto, reclaman el derecho a equivocarse, son autocríticos y muestran una asombrosa capacidad para naturalizar los insultos. «Hay que pasar de ellos».
Kirolean Errespetuz es una iniciativa que promueve EL CORREO con el patrocinio de la Diputación Foral de Álava cuyo objetivo es mentalizar a todos los actores del deporte alavés sobre la necesidad de poner en primera línea de foco el respeto entre deportistas, árbitros, entrenadores, público y padres. https://www.elcorreo.com/kirolean-errespetuz
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Patxi Miguel I Balonmano
«Una vez, los lugareños andaban con guadañas»
«Cuando empecé, estaba a la orden del día que intentaran agredirnos casi cada fin de semana», manifiesta este veterano colegiado de balonmano en su último año de arbitraje. La trayectoria de Patxi Miguel (1960, 64 años) arranca en 1975 y vivió sus peores episodios en aquella primera etapa. «Tendría 17 años cuando me tiraron al río en Llodio. Habían perdido y bueno…», reconstruye. Las consecuencias fueron una sanción económica al club y el cierre de la única pista que había entonces en la localidad. «Tuvieron que ir a Vitoria a jugar y así aprendieron», observa con el paso de los años.
«Otra vez, en el colegio de Izarra, ganó el equipo visitante y tuvimos que salir por patas porque los lugareños andaban con guadañas», rememora. «Yo eso no he vuelto a vivirlo ni a sentir amenaza en los últimos veinte años», defiende un colegiado formado con la recomendación de que «los insultos entran por una oreja y salen por otra». «A veces ni te enteras. Una vez vino mi padre a verme y dijo que no volvía por todo lo que había escuchado. Se levantó y le dijo a uno 'soy el padre del que has llamado hijo de puta'.
– ¿Y qué le respondieron?
– Usted perdone. Es cosa del partido.
A Miguel, que advierte que «la mayoría del público que va a ver un partido de balonmano no tienen ni idea» –«me han llegado a pedir campo atrás»–, le estremeció lo ocurrido en Gipuzkoa el año pasado. «Un entrenador pegó un puñetazo a un colegiado joven. Yo le conocía de hace muchos años siendo jugador y nunca habría previsto algo así», asegura. El club le retiró la licencia y dejó de ejercer. «Al menos reconoció el fallo, se fueron a comer y el árbitro le 'perdonó', entre comillas», relata sobre el final de la historia. Este exfuncionario municipal realiza cursillos en colegios en busca de jóvenes dispuestos a seguir su camino. «Un sábado pitas cuatro escolares, un cadete federado, te compras un bocadillo y empalmas con la tarde. Llegas al lunes reventado».
El de Haizea Castresana (2001, 23 años) es un ejemplo claro de vocación arbitral. «Me encanta el fútbol desde pequeña y me fijaba en los jugadores y en el árbitro. Cómo se movía, cómo gesticulaba... todo». La alavesa, criada en Llodio pero ahora afincada en Orduña, empezó con 13 años en categorías inferiores, «donde más insultos y situaciones desagradables hay». «En uno de mis primeros partidos de fútbol once expulsé del campo a un delegado que era el abuelo de un jugador porque me estaba haciendo comentarios machistas», evoca sobre la única vez que tuvo que aplicar el protocolo establecido ya en todas las federaciones deportivas.
«Al año siguiente me lo encontré tomando un café y me vino a pedir disculpas, pero a la vez me decía que no había hecho nada malo. No tenía sentido. Si no haces nada, no pides disculpas», defiende con toda lógica. Por suerte, el episodio apenas le afectó y siguió ascendiendo categorías. A sus 23 años es asistente de Primera División Femenina y Segunda RFEF masculina y persigue el sueño de convertirse en internacional a partir de los 25.
Castresana aboga por implementar «un entorno positivo y colaborativo, nos ayudamos entre todos mutuamente» a base de charlas. Así, percibe que «el comportamiento de los jugadores es mucho mejor», mientras que en la élite, el enemigo se esconde en las redes sociales. «Cuando terminamos el partido no nos metemos porque muchas veces se nos dan bastante caña».
Desde la banda, la joven apenas aprecia faltas de respeto. «Y cuando oyes comentarios de refilón, mayormente son de mujeres. Nuestras mayores críticas suelen venir del género femenino», afirma antes de reivindicar el papel de la mujer en el deporte y en el arbitraje. «Estamos acabando con las barreras y estereotipos. Demostrando que podemos y hacemos igual de bien las cosas. Así que haría la reflexión de '¿por qué no ser árbitro?'. Somos otra figura necesaria y bonita para ejercer».
«En los 1.500 partidos que llevaré dirigidos en mi vida jamás he salido con la idea de ayudar o de pitar una falta que no veo. Hacemos el mejor trabajo posible», defiende Eriz Apiñaniz (1981, 43 años). El colegiado de baloncesto se muestra incrédulo ante la mala fama reinante sobre la figura de los árbitros y de la actitud de los padres en los partidos escolares.
«He vivido algunos insultos y amenazas. He oído un 'te voy a romper la cara' y alguna cosa así, pero no me han bajado desde la grada ni me han esperado fuera ni nada raro», declara el vitoriano, con 14 de años de experiencia con el silbato. «Ese tipo de insultos, el 95% de las veces, por no decir casi siempre, se dan en partidos de edad escolar. 16, 17, 18 años, en ligas vascas y normalmente son los padres», analiza. «Es preocupante por el ejemplo que da ver a un padre insultando...».
Lo que más le molesta a Apiñaniz es la superioridad moral de los adultos con los árbitros que están empezando. «A mí, si me dicen algo, pues bueno. Pero he visto a gente de 50 años meterse con árbitros de 18 años por su nombre. Y claro, el chaval se hace muy pequeño», lamenta. «Luego nos quejamos de que no hay árbitros, pero hay que cuidarlos», sostiene. Una cuestión de educación que envidia de su experiencia viendo partidos de la NBA. «Allí eso no existe. Si tú insultas y te ven los de seguridad, te vas a la calle enseguida».
El exjugador reitera que es normal equivocarse. «Si un árbitro acierta en un 80% es buenísimo. Es lo que pitas y lo que piensas que no tienes que pitar, calmar a una persona, a un entrenador que está nervioso... y todo en décimas de segundo. ¿Cómo no me voy a equivocar? Pero hay que aceptarlo como el jugador que falla un tiro o el entrenador que se lía con los cambios», asevera. Además, apunta algo que muchos desconocen. «Cuando arbitramos tenemos unos técnicos haciendo un informe y que nos dicen lo que hacemos bien y mal. Son ellos los que nos tienen que valorar».
La campaña de EL CORREO Kirolean Errespetuz refuerza la promovida por la Diputación Foral de Álava ¡El insultar se va a acabar! contra los insultos y faltas de respeto en las gradas: web.araba.eus/es/deporte
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Pedro Montoya I Rugby
«En el rugby casi nunca he notado animadversión»
Pedro Montoya (1967, 57 años) tiene muy grabado un partido en su cabeza. «Madrid 2012-Salvador. Hice una actuación horrorosa. No sé si por no preparar bien el partido o porque tenía demasiados nervios por ser el primero contra el segundo de la liga», recuerda. «La cosa es que el que luego fue seleccionador español me llamó inútil. Lo puse en el acta y luego me pidió perdón y yo le tuve que decir 'tienes razón'. Lo pasé fatal en el viaje de vuelta. Iba solo en el coche, pensando en el partido y no estaba ni para conducir».
La cosa derivó en que el entrenador vino a Vitoria a repasar el partido junto a Montoya, árbitro internacional. «Le tuve que dar la razón en un 80% de las decisiones erróneas que él creía», rememora en un claro caso de autocrítica rara vez vista entre los jugadores. «Te lo tomas como muy tuyo y cuando lo haces bien tampoco te das aplausos a ti mismo. Debería ser lo normal. Me preparo para esto y cuando lo haces mal te sientes súper culpable».
En una extensa carrera que incluye partidos en Malta, Croacia, Suiza, Dinamarca, Alemania, Hungría, Lituania, Polonia... solo recuerda otro episodio 'crítico'. «Acabó un partido bronco en Granada pero que creo que resolví bien, y cuando iba al túnel de vestuarios dijo uno 'venga, un fuerte aplauso para el árbitro por lo mal que lo ha hecho', con ese gracejo andaluz. Y hubo una pequeña ovación retórica».
El rugby es el deporte del respeto. «Será muy manido pero no noto esa animadversión. A los jugadores se les inculcan desde pequeños que tiene que ser así y se mantiene esos valores». Ahora, nota que aumenta la práctica y con ello la afluencia de un público más «forofo» que «no entiende tanto el espíritu del rugby». «Pero aquí la gente no encuentra apoyos para recriminar. En Gamarra he escuchado a alguno pedirle que se calle al que protesta». En Mendizorroza o el Buesa Arena ocurre al revés. «Las hijas de los de mi alrededor hacen gimnasia artística y allí ni se les ocurre decir nada».
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