
Vitoria, el potismo y los potistas
Historias de tripasais ·
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Historias de tripasais ·
Antes de que el txikiteo o el poteo se instalaran en el vocabulario gasteiztarra, lo que se estilaba era ser aficionado al 'potismo', una clásica tradición de la ciudadAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 21 de febrero 2020, 11:31
No sé si en Vitoria quedará alguien que aún utilice la palabra 'potista' con asiduidad. Es un término tristemente tan olvidado que en 2007, cuando ... Amado López de Ipiña (1930-2014) dio una entrevista hablando sobre la primera bajada del Celedón de 1957, en la que participó, tuvo que explicar su significado. «Celedón representaba al típico vasco recio, honrado, tenaz, trabajador, con buen humor y potista. ¿Sabes qué significa? Que le da a los potes».
Las palabras, ya lo saben ustedes, cambian, evolucionan y se transforman. En teoría el lenguaje es un ser vivo que se sabe adaptar a las circunstancias de cada momento y va refinándose, economizando, para que todos nos entendamos de la mejor manera posible. Pero cada término concreto tiene (o tuvo) unas connotaciones especiales que no tienen por qué estar en sus supuestos sinónimos, de modo que aunque hoy en día 'potista' y 'potismo' hayan sido sustituidos por «txikitero», 'txikitear', 'txikiteo' o 'poteo', me temo que no son lo mismo.
Primero porque eso del chiquiteo o txikiteo -para gustos las grafías- fue siempre un vocablo de uso netamente vizcaíno y Álava tuvo siempre a bien distinguirse de los chimbos hasta en el hablar. Y segundo, porque salir de poteo o ir de potes puede ser algo ocasional, opcional, de jueves con pintxo-pote o de domingo con rabas, pero el potismo… ¡Ay, el potismo! Aquello era algo serio, comprometido, casi una religión.
«Soy babazorro, soy vitoriano, soy de este pueblo noble y leal; yo nunca miento, yo siempre llamo al vino, vino, y al pan, pan». Así sonaba la letra del pasacalles Celedón en 1921, pidiéndole a la Virgen Blanca que conservara «salud y vida para seguir, con devoción, yendo a los toros, bebiendo vino, corriendo juergas más de mil». Celedones reales hubo dos, el aldeano de Zalduendo Celedonio Alzola y el de la famosa casa nueva, el vecino de Andagoia Celedonio Iturralde, pero seguro que a los dos les gustaba el vino porque el personaje siempre fue identificado con el típico blusa, potista a mucha honra, que a la salida del trabajo o en las romerías trasegaba potes con alegría.
El término «potista» ya fue usado por Becerro de Bengoa en 1891 y a lo largo del siglo XX apareció recurrentemente en prensa y literatura relacionado con la que se creía una actividad inequívocamente vitoriana, inmutable y prácticamente inmortal: salir diariamente y en compañía a tomar unos tragos, que dependiendo del bolsillo del consumidor o de sus inclinaciones podían ser de ron, de vino caro o simplemente peleón.
El potismo formaba parte de la idiosincrasia de la ciudad, y a poco se montó una revolución en 1924 cuando una ordenanza municipal ordenó que las tabernas echaran el cierre a las 10 de la noche. Desde los diarios locales 'La Libertad' y 'El Heraldo Alavés' se lanzaron furibundas protestas recalcando el carácter típico y pacífico que tenían los seguidores del potismo, verdaderos símbolos de la democracia y la fraternidad, hombres capaces de olvidar clases sociales, diferencias ideológicas y otros problemas con un vaso en la mano.
«¿Manía, enfermedad, rito? Es difícil de averiguar a qué obedece el babazorro culto al pote. Sea lo que quiera, lo cierto es que resulta pintoresco, lo poco pintoresco que va quedando y que no tiene por qué desaparecer», decía un artículo del Heraldo el 16 de junio de 1928. «No es rémora -a pesar de ser tradicional, no es obstáculo-, no es traba para el progreso. El 'potista' es el individuo más genuinamente vitoriano y el «potismo» la institución más vitoriana que va sosteniéndose en estos tiempos. La congregación de 'potistas' es una secta que nada tiene de heterodoxa, que conserva el fuego sagrado de la tradición. Una asociación sin estatutos, sin directivos, sin caciques; algo espontáneo, consuetudinario, acaso ancestral. No se sabe cuántos individuos la componen, tantos como se inician en los secretos del pote delante del mostrador de cualquier tasca. En su seno están refugiados todos los hombres típicos de la ciudad: es condición indispensable para ser típico pertenecer a la secta vínica de los libadores de potes».
El potismo era algo respetable, un arte que requería autocontrol y templanza para no caer en el alcoholismo o en la sórdida y ridícula borrachera. A un potista nunca le temblaba el pulso, nunca se tambaleaba por las calles de manera vergonzosa porque a lo que se dedicaba era, si acaso, a «medicinar sus melancolías» en un día gris, justo lo suficiente como para que la charla y la compañía le hicieran olvidar por un rato sus problemas.
El fraternal potismo servía de ansiolítico y antidepresivo en una época en la que aún no existían los fármacos psicotrópicos. Tal y como rezaba otro texto del Heraldo Alavés en 1929, «usted y yo, aquel y el de más allá, todos nos sentimos cansados, tristes, agrios… Y al fin, nuestro malhumor nos deja junto al pote. Ni siquiera ante la botella y la merienda, ni tampoco ante el licor que sugiere y arde… Simplemente ante el vasito humilde, de base gorda, que se llama pote. Se diluye nuestro malestar en su aroma. La conversación se desata, el espíritu se despierta. Viene el comentario ágil de las cosas del día, de lo que pasó ayer y de lo que vendrá mañana».
No queda sitio para incluir aquí hoy el mejor elogio a los potistas de Gasteiz, escrito por Gregorio de Altube en los años 40. Vayan a buscarlo en su libro 'Vitoria… o así' o espérenme, que volveré sobre el tema. Potismo hay que decirlo más.
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