Vendeja y vendejeras
Historias de tripasais ·
La venta de fruta y verdura en los mercados estuvo antiguamente en manos de aldeanas que acarreaban diariamente el producto desde sus caseríosSecciones
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Historias de tripasais ·
La venta de fruta y verdura en los mercados estuvo antiguamente en manos de aldeanas que acarreaban diariamente el producto desde sus caseríosAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 8 de mayo 2020
El pintor tolosarra Antonio Lecuona Echániz (1831-1907) tiene varias obras íntimamente relacionadas con la alimentación. Quien fuera profesor de dibujo de Unamuno o Anselmo Guinea fue también autor de numerosas escenas costumbristas que incluyen, entre pincelada y pincelada, detalles gastronómicos como la txosna ... con cuchipanda de romería de 'Costumbres vascongadas' (1860, Museo de Bellas Artes de Bilbao) o la familia dispuesta para cenar en su 'Bendición de la mesa en un caserío de Vizcaya' (ca. 1870, Museo de Bellas Artes de Álava). Estos y otros cuadros 'alimenticios' de Lecuona nos ayudan a captar la realidad culinaria de la época, pero sin duda mi preferido es 'Aldeana vizcaína en el mercado', un óleo de 1871 de la pinacoteca bilbaíno en el que brilla una guapa vendedora del mercado de la Ribera.
Por aquel entonces no existía ni el actual edificio del mercado y tampoco su antecesor de hierro forjado y cristal. Cuando el maestro de Tolosa retrató a su aldeana, lo único que había para resguardar a compradores y alimentos era un par de tejavanas junto a la iglesia de San Antón. Allí, en la explanada entre la iglesia, el viejo puente arqueado sobre la ría y el mismo Nervión se sentaban a ofrecer sus productos chicas como la que pintó Lecuona, mujeres de aspecto pulcro y melena empañuelada que lo mismo tenían un gallo en el regazo que cestas con huevos, cebollas, acelgas o fruta. Ese conjunto de cosas es lo que antiguamente se llamaba 'vendeja' y a quien la vendía, venida directamente desde el caserío, 'vendejera'.
Aunque vendeja se entendía como todo aquello que los campesinos llevaban y vendían personalmente en la ciudad o en pueblos grandes, generalmente el término se aplicaba a 'las verduras y hortalizas que las aldeanas traen en grandes cestas a la plaza del mercado para a venta'. Así definió el término en 1896 el escritor Emiliano de Arriaga en su famoso 'Lexicón etimológico, naturalista y popular del bilbaíno neto', en donde explicó también que las vendejeras eran, lógicamente, aquellas que traían y expendían la vendeja en sus puestos de la plaza. Curiosamente y aunque no sea una palabra de origen vasco, la 'vendeja' está vinculada desde antiguo con Euskadi y así es como siempre se denominó en tierras alavesas y vizcaínas a las delicias artesanas (leche, embutidos, pan, vegetales y carne) que bajaban de los montes a las urbes.
Vendejeros con 'o' no había, ya que los hombres se quedaban cultivando el campo mientras que su esposa o hijas hacían el largo camino de ida y vuelta desde Lezama, Loiu, Larrabetzu, Amorebieta, Basauri o Plentzia hasta Bilbao. A pie o en burro, pero siempre levantándose a las 3 o 4 de la madrugada para llegar pronto al mercado y vender toda la mercancía a buen precio, antes de que llegaran las competidoras.
También hubo vendejeras alavesas, claro. De ellas, o más bien de la prototípica campesina de Álava se habla en el libro 'Las mujeres españolas, portuguesas y americanas' (1872), que contiene un capítulo dedicado a las aldeanas de la llanada. Al menos un día a la semana se despertaban aún más temprano que de costumbre, dejaban hechos los quehaceres domésticos y se acercaban a la villa más cercana «vestidas con traje casi dominguero, llevando en la cabeza un cesto cuyo contenido consiste en algunas docenas de peras o manzanas escogidas, un par de docenas de huevos, un par de pollos o gallinas y algún cordero o cabrito». Era bastante carga, y no todas tenían la suerte de ir a lomos de burro como las vendejeras de Zaldibar de la imagen, fotografiadas por Ojanguren en los años 20: muchas sufrían de cervicales por acarrear pesadas cestas sobre la cabeza con la sola ayuda de un pequeño rodete acolchado. Menos mal –léase irónicamente– que don Teleforo Aranzadi dijo que llevar la vendeja en lo alto contribuía a a la esbeltez y aire erguido de las mujeres vascongadas. Coitado…
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