Tres restaurantes para gozar en Lisboa

Tres eran las hijas de Andrés y mis recomendaciones para gozar como cocodrilos, pues sabrán que en lo alto de la misma torre Vasco de Gama, a orillas del Tajo, desembarcó hace un año Martín Berasategui. Allí pilota el Fifty Seconds, local de ensueño con una cocina prodigiosa y sala y sumillería de pedigrí. Juego en casa, cierto es, pero se escapa a toda lógica la capacidad de entusiasmo que muestran todos y cada uno de los integrantes de su equipo, ¡orgullosísimos portugueses de pura cepa!, capaces de brillar en su tarea.

Alucinarán con las posibilidades que ofrece su menú degustación o los platos de la carta, entre los que destacan la brandada crocante de bacalao con mahonesa de manzanilla, el milhojas de foie gras, manzana y anguila, la vieira con coliflor, mantequilla avellana y caviar oscietra, el cordero lechal con berenjena, parmesano y setas y ese apartado dulce y panadero de relumbrón en el que luce un postre cum laude de manzana asada con helado de vainilla y trufa negra, caramelo salado y nueces pecanas.

Si quieren menear el bullarengue, píntense el ojo y visiten el JNcQUOI, un garito explosivo y peripuesto en el que podrán soltarse la melena como sodomitas, pues el lugar es un bombazo a caballo entre un bistró, sala de fiestas, boutique de moda, fumadero, barra despendolada, librería, pastelería y fogón reventón. Podrán comer y beber lo que les plazca, con el único inconveniente de una música discotequera a todo volumen y una grandiosa selección de botellas de toda suerte y condición, algunas inalcanzables para el común de los mortales.

En la carta, burrata con jamón ibérico, tagliatelle con morillas, lenguado a la meuniére, pescados y mariscos cocinados con guarniciones clásicas y todo tipo de carne asada, paletillas a la cuchara, chateaubriand, chuletas de vaca y ternera o tournedós enterrados en arroz, puré de patatas, espinacas a la crema, grelos, patatas fritas y ensalada verde. De postre, quesos afinados, pastelillos merengones de chez Ladurée y la posibilidad de encontrarse en el baño a JP Gaulthier, David Guetta o al batería de los Simple Minds.

Si desean una dosis de japonés vayan al Go Juu y a su demoledora barra de golosinas al alcance de todos sus socios y clientes, pues en este garito se dan cita muchos de los chefs de la ciudad adictos al nigiri y al alga kombu para ponerse ciegos de todos esos platos inspirados por el maestro Takashi Yoshitake, fallecido en 2009, pero que sobrevive y colea en los gestos de todos los máquinas que empuñan cuchillos y bolean el arroz glutinoso al otro lado del mostrador.

Prueben los pescados y las pequeñas piezas de gran categoría, prestando atención a los carabineros aliñados con el jugo de sus cabezas, al sashimi de pargo sobre hielo, al calamar crudo aliñado con huevas de bacalao, esa anguila chirasi asada en robata, una finísima tempura de langostinos y verdura o ese pedazo de maki-rollo que no entra en la boca y preparan para pelotaris de apetito voraz. El suflé de té verde horneado en papel con helado es el mejor remate para volar de vuelta a casa repanchingados en el último avión con la mascarilla puesta por encima de la nariz.