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Las visitas a las bodegas de vino son una soberana pelmada porque la brasa es estratosférica y uno no tiene ya la paciencia que atesorabas con veinte años, cuando te llevaban a pasear entre tinos y burbujeo maloláctico, deseando llenar la copa una y otra vez hasta cantar Asturias, patria querida. Si estuvieron en una bodega, vieron ya todas o casi todas, pues no hay nada peor que un vinatero justificando los tragos que embotella. Casi tan plomizos como los cocineros, empeñados en descifrarte las claves de un plato y esas moléculas que forman la coraza de un buñuelito líquido, que explota e inunda tu boca de sensaciones fascinantes, difíciles de describir. Pues eso, si son difíciles de explicar, no aburras y deja masticar, ya lo decían las madres, «come y calla».
Muchas veces fabulo, metiéndome en el pellejo de ese vino que aguarda en la copa a ser pimplado y espera el pobre a que termine el discursito de marras, y me da lástima porque lo imagino abochornado y ruborizado atento a que su patrón termine de largar que lo vendimiaron en luna menguante con capazos decimonónicos. Dicen aquello de «dejar que el vino se exprese», pues eso, que se apliquen el cuento, ¡haciendo amigos!, ¡viva el vino! Sin vinos, también hay que decirlo, viviríamos tristes, porque sin ellos no hay cocina que aguante el tipo y sin cocina no hay salvación posible, ni en este mundo ni en ningún otro. Tengo amigos que afirman estar seguros de que no hay vinateros en el infierno, cosa que yo creo improbable, pues méritos para ello no les faltan.
Les largo este sermón de Josafat de Judá y resulta que de vez en cuando se abre el cielo y consigues salir vivo y feliz de una bodega, pues visitando San Vicente de la Sonsierra y Macán, quedé impresionado porque parece la fábrica de bólidos McLaren. Elaboran sus vinos dejando que se cuele en depósitos, tinos y barricas para terminar embotellado en una cámara acorazada que parece el Serapeum de Saqqara, esa necrópolis subterránea cercana a Menfis en la que enterraron toros sagrados en increíbles sarcófagos. Aquello es algo parecido, pero mucho más divertido, porque los vinazos de Pablo Álvarez están buenos que te cagas y su equipo no te da la murga porque no es la marca de la casa. Ora et labora. Y punto pelota.
Por la zona hay hostelería de postín porque Rioja está llena de turismo de calidad, de compromisos de la industria y bodegueros que agasajan constantemente a sus clientes, distribuidores y amigos. De entre todos ellos, destaca el Alameda, en el cogollito de Fuenmayor, especie de Zuberoa riojano de mucho pedigrí que algún día desaparecerá y maldita la gracia, porque dejará huérfanos a puñados. El asunto estremece, porque echas la vista atrás y te das cuenta de que muchos locales en los que disfrutaste, cerraron para siempre. Te comerías todos sus platillos, de principio a fin, y mientras ojeas las especialidades y escuchas los fuera de carta, aterrizan y se apalancan a tu alrededor gentes que llegan allá en peregrinación, buscando los guisos de Esther y la mano y la santa paciencia de Tomás en la brasa, pues no se le resisten las carnes y los pescados seleccionados con esmero. Son un templo del mejor producto, su único dios verdadero.
No faltan croquetas reventonas, jamón ibérico, salpicón de bogavante o las distintas ensaladas, del norte con lechuga y cebolleta o las ilustradas con cigalas, almejas o lo que en cocina dispongan. La ensaladilla, las alegrías aliñadas, los caparrones, las patatas a la riojana o los garbanzos con bogavante están de muerte.
El despelote verde adquiere en temporada forma de guisantes, habas, espárragos, cebolletas, alcachofas o pimienticos. Triunfan la romana de lomos de merluza en tacos y las almejas al vapor o en salsa verde. Petan con los guisos de rabo de vaca, patitas de cabrito a la riojana, callos y morros o el cabrito asado, que sirven de encargo y es tierno y sabroso, con su jugo rubio. Los gorrines, las terneritas y los corderos de leche terminan irremediablemente en el fondo del puchero, estofados en menestra con sus menudillos y empapados de abundante salsa rehogada con mucho ajo y cebollas. Las salsas son densas, gelatinosas, masticables y pegajosas.
La parrilla es un infierno y Tomás se deja allí la vida, así que justifiquen su esfuerzo atizándole al mero, a la merluza que es la reina del Cantábrico, al lenguado, al rodaballo salvaje, al besugo, al bogavante abierto en dos, a las chuletas o a las chuletillas de leche que se agarran por el palo y se comen como pipas. Para que los vinateros no se enfaden, la selección de vinos es de órdago, ¡bodeguero bebe otros vinos que no sean los tuyos!, ¡cojones!, y entre los postres destacan la tarta de queso o la fina de manzana, la leche frita, el pastel cremoso de chocolate, la torrija, el arroz con leche, la cuajada con guayaba, el sorbete de limón al cava y el platillo de quesos y membrillo. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Dirección: Felix Azpilicueta 1. Fuenmayor
Teléfono: 941450044.
Precios: Croquetas de jamón Ibérico 14 €. Garbanzos con bogavante 28 €. Cabrito asado (por encargo) 30 €. Patitas de cabrito a la riojana 28 €. Nuestros callos y morros 28 €.
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