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GUILLERMO ELEJABEITIA
Domingo, 25 de septiembre 2022, 01:35
Imaginemos a un turista japonés, belga o australiano, que sale del Guggenheim al filo del mediodía. Tras deambular por las salas del museo, escrudriña el ... entorno en busca de un lugar donde aliviar la gazuza. Un despacho de sushi, un restaurante mexicano, otro asiático, una pizzería, una heladería italiana... De pronto divisa un barcito de aspecto modesto que parece haberse quedado anclado en el tiempo, como un vestigio de lo que era esta ciudad antes de que fuera tocada por la varita mágica de Frank Gehry. Es exactamente lo que busca.
Dirección Dirección Iparraguirre, 7.
Teléfono 944248505
No perderse: Los huevos estrellados en tomate.
Las paredes están forradas de estampas de barcos, paisajes costeros e imágenes del Bilbao de ayer y hoy. Sobre la cornisa, llama poderosamente la atención una colección de cascos de obra. Dondequiera que uno pose la mirada, encuentra detalles que sirven para trazar la historia de una casa que hoy regentan tres hermanos, Amaia, Juan e Iñigo Palacio. La mayor relata con agrado las anécdotas que esconde cada rincón del Zuretzat.
Lo fundó su tío Juan, marino mercante, hará cerca de treinta años, cuando al final de la calle Iparraguirre comenzaban a dibujarse las sinuosas líneas del 'Guggen'. Eso explica la pasión marinera y también la colección de cascos de obra, que pertenecieron a los ingenieros que trabajaban en la construcción del museo. Atraídos por la cocina casera y el ambiente familiar del Zuretzat, comieron aquí casi cada día y, al rematar la obra, quisieron dejar un recuerdo que hoy es parte de la historia de Bilbao.
Después de aquello, todo cambió. La calle se convirtió en un hervidero de turistas y los establecimientos de toda la vida fueron dando paso a otros negocios, orientados a atraer la atención de los extranjeros. Uno de los pocos que ha permanecido imperturbable ha sido el Zuretzat y quizá sea esa la clave de su supervivencia.
Por lo demás sigue una fórmula tan sencilla como efectiva. Desayunos desde primera hora de la mañana –no dejen de probar sus rosquillas de hojaldre mojadas en el café–, pinchos a media mañana, cañas y unas deliciosas rabas a la hora del aperitivo y un puñado de platos con fundamento para comer.
Lo mejor, la calidad de los ingredientes y la honestidad de las elaboraciones. Un tomate de la huerta familiar de Zalla para abrir boca o unos huevos estrellados en salsa de tomate casera con patatas fritas de verdad pueden ser suficientes para alegrarle a uno el día. Lo sabe su fiel clientela autóctona y los forasteros que tienen el buen ojo de caer en su mesa. «Es como estar en el salón de casa», dicen algunos. Es el mejor piropo que pueden echarles.
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