¿Cómo es posible que una humilde casa de comidas de uno de los pueblos más remotos de La Rioja haya aparecido esta semana en las páginas de The New York Times? Caprichos del mundo globalizado, siempre a la búsqueda del último descubrimiento que compartir en las redes. Irene Sobrón se lo toma con humor y la misma modestia con la que habla de sus platos. Una anécdota para bromear entre amigos y poco más. A ella lo que le preocupa es que le llegue el pan hasta que vuelva a aparecer la furgoneta del panadero en Viniegra de Abajo o que este año haya una buena cosecha de alubias con las que llenar sus pucheritos.
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La suya es una hostelería heroica, alejada de las redes de distribución y separada de sus clientes naturales por una serpenteante carretera que se adentra en los más profundo del valle del Najerilla. Sin embargo Irene ha sabido hacer de la necesidad virtud y convertir esa dependencia de los productores cercanos y esa ubicación remota en los mayores alicientes de su casa de comidas.
Parece acostumbrada a darle la vuelta a situaciones adversas. Su negocio es fruto «de una mala inversión», confiesa. Un proyecto junto a su marido veterinario para montar una escuela de ganadería que no terminó de prosperar por vaivenes de la administración. «Al final me vi dando comidas para sobrevivir y pagar los estudios de los hijos». De eso hace ya diez años.
Ayudada por un equipo de aguerridas mujeres rurales, Irene le saca chispas a la temporada, que alarga durante el exuberante otoño riojano, hasta bien entrado el mes de diciembre. En lo más duro del invierno, enciende el fogón solo los fines de semana, pero en estos últimos días del estío alimenta cada día a familias y cuadrillas de amigos que despiden con un banquete el veraneo.
Su menú de la casa, cinco primeros y cinco segundos a elegir entre un repertorio de guisos con fundamento, se ofrece por unos generosísimos 22 euros. Menos de lo que cuesta la gasolina necesaria para llegar hasta las Viniegras desde el centro de Bilbao, pero les aseguro que el viaje merece la pena.
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Para la menestra seca tira «cuando se puede» de las huertas del pueblo –calabacín, acelga, borraja, remolacha o judías que cuece por separado y albarda con esmero maternal–, si no le llega, aguarda el runrún de la furgoneta de Félix, el frutero. Las alubias rojas –caparrones en lengua vernácula– también son del valle. Guisa con primor carne de cierva con setas, prepara unas deliciosas albóndigas con naranja y menta y sigue conservando recetas antiguas como la sangrecilla. Jamás cocina con prisa. ¿Para qué? Esto es Viniegra de Abajo, no Times Square.
Un reportaje sobre casas de comidas familiares en La Rioja la ha situado esta semana en el radar del prestigioso diario The New York Times, pero Irene Sobrón lleva una década haciéndose un nombre entre los veraneantes de la comarca gracias a su buena mano en la cocina y una atención digna del apelativo 'familiar'. Aprovecha lo que le brindan los productores cercanos y cuida los detalles, como esos pucheritos de la ilustradora y ceramista Tamara Mendaza donde sirve las alubias de Anguiano. Le acompañan en el equipo Vanesa Blasco y Ana Montero. También la perrita Chabela, que ejerce de centinela del pueblo.
Dirección: Josefa Martínez, 10. Viniegra de Abajo.
Teléfono: 941378221
Precios: Menú de la casa: 22 €. Croquetas: 5 €. Embutido de Viniegra: 8 €. Alubias: 9 €.
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