guillermo elejabeitia
Sábado, 20 de noviembre 2021, 00:29
A Roberto Briones le gusta lucir corbata –«y alfiler»– cuando sus clientes se la aflojan. «Si no la llevo puesta detrás de la barra me siento incómodo», confiesa. La lazada al cuello es para él algo más que un detalle elegantón; es un símbolo de ... respeto hacia el que entra por la puerta del Estoril y sabe, desde el primer vistazo, que está en un sitio de categoría.
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Dirección Plaza Campuzano, 3
Teléfono 944411033
Precios Vermu preparado: 3 €. Bacalao pilpil: 2,75 €. Foie: 4,25 €
Este singular café de la plaza Campuzano abrió sus puertas en noviembre de 1956, mientras leen estas líneas cumple 65 otoños. Desde el primer día ofreció un servicio distinguido envuelto en una decoración de tintes marineros. Pronto se ganaría el favor del público de Indautxu, que hizo de él escenario de sus aperitivos peripuestos o de interminables partidas de cartas después de comer.
Cuando Roberto, que venía de trabajar en el Atlanta, se hizo con las riendas del local en 1989 junto a su socio Pele, éste ya tenía una solera que convenía respetar. Han pasado tres décadas de aquello y ahí sigue Briones detrás de la barra exhibiendo un 'savoir faire' a prueba de mascarillas. «Me quedan un par de años para jubilarme y me quiero despedir con alegría», afirma este profesional que hace grande el oficio de camarero. A sus discípulos solo les pide «actitud, educación y limpieza, el resto ya se lo enseño yo», incluido cómo hacerse el nudo de la corbata.
Lejos de dar muestras de agotamiento, Rober encara la recta final de su trayectoria con ganas de disfrutar de su trabajo. Incluso ha estrenado recientemente una reforma impecable de la mano de la interiorista Raquel Lázaro que mantiene intacto el aire clásico del viejo café, pero lo hace más confortable para su selecta clientela.
Señoras estupendas, caballeros de teba y pañuelo en el bolsillo, ejecutivos encorbatados... y cada vez más gente joven, atraída por el encanto 'old school' que derrochan lugares como el Estoril. Les recibe pasado el mediodía una barra engalanada con bocados cargados de tradición.
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Imprescindibles los fritos de la casa, sea la sustanciosa croqueta de jamón, una gamba Orly tan demodé como exquisita o esa merluza de rebozado níveo y carnes aplastaditas, a la antigua usanza. El bacalao al pilpil, capaz de aguantar jugoso un breve garbeo por el micro, es de notable alto. Y de sobresaliente el medallón de foie con compota de manzana, clavado de punto a pesar del trajín que se vive en la cocina.
Para beber, son célebres sus marianitos preparados, de receta secreta, pero el aperitivo admite otras variantes. Un negroni intachable, una manzanilla de Sanlúcar o una copita de champagne, que no cumple el Estoril 65 años todos los días.
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