Ya les dije muchas veces que aquello de conseguir lo que te propones es una soberana chuminada, porque por mucho que aporree las teclas de mi ordenador para servirles a ustedes estas crónicas frescas, ni por asomo me acercaré jamás a la soltura de la Fisher, Perucho o Robert J. Courtine, ¡no pasa nada, tenemos a Arconada! Nunca lograré hacer el pino puente, ganar el campeonato del mundo de curling, hacer un largo de piscina sin sacar la cabeza del agua, correr los encierros de San Fermín o calzarme una mochila a la espalda y atacar el camino de Santiago. Hay peña que lo recorre una y mil veces porque la aventura engancha y algunos desarrollan una adicción que los empuja a aventurarse por la ruta francesa, inglesa, portuguesa, primitiva, del norte o todas esas combinaciones que ofrece la odisea compostelana desde cualquier punto del planeta. De locos.
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Dicen que Santiago es la ciudad más húmeda de Europa y pasearse por ella, a pesar de las marabuntas, sugiere episodios novelescos de estudiantes del medievo, curas con su teja calzada sobre la chaveta, espadachines embozados en su capa, tiraboleiros, novicios de seminario, nodrizas empujando sus capazos o cualquier otra actividad ligada a la tradición universitaria de una ciudad que regó la ciudad de libreros, correctores, impresores y todo tipo disciplinas relacionadas con el mundo editorial. La historia del camino es el perfil dentado de un sierra, con sus puntas y sus cuencas, pues hubo siglos de auténtico esplendor y otros de deterioro y penurias, en los que la ciudad mantuvo el pulso a duras penas. Hoy, aquello es un hervidero de gente venida desde todos los confines del planeta a los que miras con envidia sana, pues todos atesoran salud, empeño, fortaleza de hierro y unas rodillas inoxidables y engrasadas para aterrizar hasta allá a pata, ¡menudos titanes!
Después de besar al santo, sienten irremediables ganas de descalzarse, largar los calcetines y meter los 'quesos' a remojar, mandar al carajo la ropa deportiva, pegarle fuego a la capa de agua y sumergirse en un baño reconfortante. Luego asoman por las tabernas del barrio antiguo y se refugian en sus pasadizos porticados llenos de tienduchas de recuerdos, franquicias, ventanucos que despachan refrescos, dulces, bocatas y tentempiés infectos, pero encuentran también barras y pequeños restoranes que mantienen la dignidad moliendo buen café, horneando pan o guisando bien de mañana todos los productos que ofrece el coqueto mercado de abastos. La oferta hotelera es tan variada como alegre o triste tengas la cartera, pero los guiris más emperifollados y los vecinos más sibaritas corren hasta el impresionante edificio que alberga el hotel A Quinta da Auga, joya de granito levantada en el siglo dieciocho a orillas del río Sar que fue fábrica de papel, lazareto, batán para encurtir tejidos, aserradero de piedra y madera e incluso fábrica de hielo y cerveza.
Sus actuales propietarios rescataron aquello del abandono y lo convirtieron en un delicioso pazo de inspiración inglesa, pues si dejas volar la imaginación podrías estar en el Club Pickwick, el gabinete de curiosidades de Pierre-Augustin de Beaumarchais o la casa de verano de la mismísima Margaret Thatcher. No hay rincón en el que no luzca algún objeto inverosímil, el horror vacui es marca de la casa y desmedido el interés por agradarte, pues no hay habitación, salón o rincón descuidado y todos y cada uno de los espacios sugieren descanso y hermosura, invitándote a disfrutar y a vivir la vida. Los jardines son de ensueño y esconden ejemplares de gran porte, camelias gigantescas, robledales, eucaliptos...
Las señoras de la casa son las «Luisas» y el cocinero residente se llama Fede López, un chaval espigado que comparte su trabajo con un tropel de mujeres en cocina y sala y qué quieren que les diga, la mayoría femenina ilumina la casa cosa fina. Los desayunos son pantagruélicos e incluyen chacina, quesos, fiambre de categoría y todas esas especialidades locales que ponen los ojos del revés, filloas, tostadas, bicas de nata, bizcochos o rosquillas.
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Pueden picotear a cualquier hora y si necesitan sentir el tacto de un mullido mantel, siéntense cómodamente en un salón abierto a una preciosa terraza, presidido por una majestuosa pata de jamón que hace los ojos chiribitas a todos los guiris, ¡no hay mejor embajador que el cochino negro español! Sirven gazpachos ilustrados, huevos de Vila Cruces con San Simón y panceta ibérica, anchoas del Cantábrico, zamburiñas, croquetas, pulpo a feira y ese tipo de golosinas que apetecen a todo pichichi.
Son palabras mayores los platos de bacalao o de merluza de pincho, los pescados a la sal, los arroces caldosos o la clásica ternera asada. Los postres están currados y puedes prolongar la charleta en el salón de la chimenea o en el jardín, apurando algún aguardiente y disfrutando con el tabaco habano o el cigarrillo rastrero. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
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Dirección: Paseo de Amaia, 23b, Urbanización Brandia. Vidán. Santiago de Compostela.
Teléfono: 981534636.
Web: aquintadaauga.com
Precios: Huevo de Vila Cruces y crujiente ibérico: 16 €. Jamón ibérico de bellota con pan y tomate: 32 €. Zamburiñas al aceite de ajo y perejil: 18 €. Merluza de pincho al vapor con crema de guisantes: 26 €. Ternera asada con mostaza de hierbas: 28 €.
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