El almuerzo en Etxebarri aparece en primer lugar de la lista de las mejores 25 experiencias para un viajero por delante de actividades como contemplar auroras boreales en Noruega, viajar en el Transiberiano o a través de la Panamericana, nadar con los rarísimos mamíferos marinos ... dudongs en la costa oeste de Mozambique, celebrar la Navidad en Addis Abeba, rodear junto a los peregrinos budistas el Palacio de Potala en Lhasa (Tíbet), contemplar los paisajes del desierto de Atacama, caminar por el sendero Kumano Kodo, en Japón o descubir las huellas de la herencia musulmana en la Península Ibérica, entre otros.
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«Víctor Arguinzoniz se crió en medio de las verdes colinas de Atxondo. La cocina de su familia no tenía electricidad ni gas. Quizás por eso el fuego del hogar le provoca ahora a realizar tanta magia. No estudió para cocinero, pero durante 30 años ha sido capaz de crear un templo del humo y de las llamas en Etxebarri. Llegar hasta allí, viendo al ganado pastar en las faldas de las montañas, es como detener el tiempo. Pero en la cocina, el reloj ha avanzado muy rápido: las seis parrillas hechas a medida, diseñadas por el propio Arguinzoniz, y ajustables con poleas, son las herramientas de su alquimia culinaria», se lee en el artículo que redacta Debra Kamin y que desgrana la lista de las «aventuras más extraordinarias» que un viajero debería buscar en la vida. La selección ha sido elaborada para el Style Magazine del 'The New York Times' por los escritores Pilo Iyer y Aatish Taasar, por el arquitecto japonés Toshiko Mori, por el chef y científico culinario David Ziber y por la fotógrafo especializada en paisajes Victoria Sambunaris.
«Las comidas son algunos de los recuerdos que más persisten en la memoria, y comer en Etxebarri fue, definitivamente, una de las tres mejores comidas de mi vida», resalta David Ziber, que formó parte del equipo de Noma, el mejor restaurante del mundo para la lista The 50 Best Restaurants.
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El diario estadounidense destaca la dedicación al trabajo de una persona que decidió cocinar, crear empleo y dar forma a una marca conocida universalmente a pocos metros del caserío familiar, ubicado a los pies de Anboto, donde nació.
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«El chef prepara sus propias brasas. Para cada producto combina las distintas maderas con la precisión de un sommelier. La comida, servida en 15 platos, es una sinfonía que se construye como un crescendo: desde la mantequilla de cabra ahumada con trufa de Périgord a las anchoas saladas y curadas en casa servidas sobre pan casero tostado a la parrilla o a la chuleta de vaca a la brasa con la superficie dorada, tostada y crujiente, mientras que el centro permanece de un púrpura brillante, Y, finalmente, como en una sinfonía, la coda aparece en forma de helado de leche ahumada sobre una infusión de remolacha dulce«, escribe la redactora Debra Karim, de The New York Times Style Magazine.
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