
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guillermo elejabeitia
Jueves, 14 de enero 2021, 20:52
Unas gambas, un trago de manzanilla y flamenquito sonando en el hilo musical. A primera vista el garito da el pego. Su nombre –La Venta del Romerete– evoca una típica taberna del Sur, pero donde cabría esperar un derroche de gracia andaluza detrás de la barra, encontramos a un clan de industriosos hosteleros oriundos de... ¡Nepal! ¿Qué más da, si consiguen afinar el punto de unas gambas a la plancha como si hubieran nacido en Huelva?
Dirección Arbolantxa, 2-4
Teléfono 695292476
Precios Gambas: 9 €. Cigalitas: 16 €. Txangurro con huevos y patatas: 24 €.
Tras la sorpresa inicial averiguamos que sobre este insólito ejemplo de fusión culinaria planea la sombra de La Casita de Sabino, todo un referente de la restauración marinera en Bilbao. «Los nepalís son buena gente, tienen ganas de trabajar y son muy metódicos; si les dices como tiene que ser el punto exacto, lo clavan», asegura el empresario, con sucursales en Madrid y Valencia.
A él deben Santosh Mishra y Santosh Koiralasta –primos y socios en el proyecto– la idea de negocio, la formación recibida y hasta el nombre del establecimiento, que rinde homenaje a un hermano pequeño del mero, común en las costas gaditanas. Con ese bagaje y los dineros de una herencia familiar, los dos primos se hicieron con el local que antes ocupaba un restaurante chino donde apenas hicieron cambios, más allá de un letrero luminoso que reza 'Se venden gambas'.
Abrieron el pasado mes de febrero y cuando se disponían a hacer caja vendiendo marisco barato y vino por copas la pandemia se cruzó en su camino y les obligó a cambiar de rumbo. Las restricciones que vive la hostelería desde entonces les han obligado a renunciar al picoteo informal que inspiró el negocio para tratar de ofrecer un servicio en mesa que se queda en la versión 'low cost' de una marisquería clásica.
Los manteles son de papel y no se les ocurra preguntar por el sumiller –la brigada se nutre de parientes para abaratar costes– pero a cambio la hoja de precios resulta de lo más competitiva. ¿Cómo lo consiguen? No parece que sea a costa de un género mediocre, puesto que comparten proveedores con Sabino, aunque a veces se detecte un paseo por el congelador. Probamos las nécoras, los carabineros y unas volandeiras que la carta quiere hacer pasar por zamburiñas. Todo esta tratado con pericia, los puntos de cocción bien ajustados y la sal exacta. Se nota la obediencia que elogiaba Sabino.
Pero donde más se disfruta el banquete es al rebañar un plato de txangurro con huevos fritos y patatas. Una guarrería deliciosa que se antoja más coherente con la vocación asequible del establecimiento. Ideal para olvidarse por momentos de la cuesta de enero y soñar con unas vacaciones en el Sur.
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