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Julián Méndez
Jueves, 16 de marzo 2023
Es entrar en La Huerta Vieja de Laguardia y notar que penetra uno en un ámbito acogedor y confortable, de animadas conversiones y trabajo honrado. Siempre está de bote en bote (dan unos 150 menús del día de martes a viernes) pues no en balde este suele ser puerto de recalada para viajantes, viñadores y agricultores riojanos tras darse el tute atendiendo a sus cosas. Amplio aparcamiento entre olivos chaparros, lo que siempre es de agradecer en la amurallada villa medieval riojanoalavesa, e impresionantes vistas a Sierra Cantabria, a bodegas con firma como Ysios y, si uno tuerce convenientemente el pescuezo, a los campos ocres donde aflora el impresionante Poblado de La Hoya (1200 a. C -250 a .C) donde algunos dimos nuestros primeros pasos como estudiantes de Historias.
El último día llegamos acompañados de un viñador fuera del circuito de la DOCa, un «maldito» en Rioja, como lo calificó un amigo cordobés. El sumiller Adrián López se hizo cargo de la situación de inmediato para que pudiéramos probar alguna etiqueta diferente. Atentos a la bodega que maneja la familia del antiguo puntista en el Jai Alai de Miami José Ramón Santamaría, que llevó doce años el batzoki de Biasteri y, luego, Las Postas, para abrir La Huerta en 2008. El botellero, decíamos, custodia joyitas alavesas, pero también interesantes vinos españoles e internacionales.
Tiramos de menú: llegaron los garbanzos en puchero de barro, que quedó depositado sobre la mesa, como es costumbre inveterada en la comarca. Hubo pintona sopa de ajo, carrilleras de ternera guisadas con salsa de hongos y un sabroso ajoarriero coronado por su huevo frito. Había también cordero al chilindrón, secreto a la brasa y cordero asado con patatas. Todo bien. Con ese pan de verdad, con corteza crujiente y blanca miga, agua y botella de vino cosechero para tres pagamos 19 boniatos por cabeza.
Álvaro Melero (35), formado en la escuela de Santo Domingo de la Calzada, siete años en el Alameda de Fuenmayor y curtido en Venta Moncalvillo e Ikaro, pilota a esta tropa (son diez entre cocina y sala) que reparte alegría riojana a raudales.
Para otra visita más calmada dejamos el espacio gastronómico que con el nombre El rincón de los Follones (Follones llamaban al padre del propietario, detrás de un mote así tiene que haber una buena historia), promete cancha.
«Lo que me gusta es la cocina mimada, sea de producto o de vanguardia; hacer lo que a mí me gusta, vaya», dice Melero. Nos habló de una triada de gambón, vieira y sopa de marisco, del tartar de atún rojo, de un trampantojo (¡ay!) bautizado Café, copa y puro, de un pichón en dos cocciones con guiso de lentejas y una reducción de sus interiores, de un medallón de rape y de ese ciervo asado con crema de castañas y salsa de chocolate que lleva el otoño al plato.
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