La cocina divertida de un discípulo del Guria

El local está decorado con un mural que ocupa una de las paredes, con diferentes grafitis realizados por jóvenes artistas. Cuenta con una capacidad para 40 comensales en el interior y 16 personas en la terraza. En el Kokken se come magníficamente bien y el cliente puede escoger, a unos precios muy asequibles, entre un menú corto de cinco platos –las cantidades son moderadas–, uno medio de siete platos y uno largo de nueve. Lo recomendable es pedir el menú de cinco platos e ir pidieron más comanda a medida de la apetencia de cada uno. La carta cambia cada tres meses.

Su cocina tiene como base los guisos clásicos, bien elaborados, a los que se les acompaña con productos que le dan un toque diferente, divertido, y que componen una agradable sinfonía de sabores. Así encontramos platos como calabacín asado, que está y su punto y resulta muy jugoso, con crema de queso San Simón, salmón marinado y gel de mandarina. Su croqueta de begihandi lleva una bechamel muy cremosa y un rebozado muy ligero y crujiente. Además ofrecen sepia a la plancha sobre alioli y teriyaki, alga wakame y crocanti de cacahuete o un dim sum de bacalao, sopa de ajo y huevas de tobiko, plato basado en la zurrukutuna de toda la vida y cuya sopa de ajo alcanza niveles excelsos.

Para continuar, guiso de lenteja caviar, seta shiitake, pato, con un agradable toque, y calabaza encurtida, que contrasta perfectamente con el guiso. Un plato que apenas se encuentra ya en los restaurantes es la brocheta de falda de ternera a la plancha que la preparan con cuscús y tximitxurri. Con un sabor magnífico, destaca su sam de carrillera ibérica en harina de maíz con salsa de tamarindo y gochuyan, envuelta en una hoja de lechuga (a modo de un burrito) y que le aporta frescor al plato. También el pimiento relleno de morcilla sobre una base de crema de calabaza y vainilla, coco y almendra. Para terminar, torrija brioche con espuma de café, delicada la torrija y etérea la espuma de café.