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DAVID de jorge
Lunes, 29 de enero 2018, 23:07
En cierta ocasión, volviendo desde Italia en automóvil camino de casa, tuvimos la ocurrencia de detener la marcha en Montecarlo a echar un piscolabis y estirar las piernas, como supongo que haría también el percha de Cary Grant en la obra maestra de Hitchcock ‘Atrapa ... a un ladrón’. Detuve mi carro en el hotel Metropole y me di de bruces con el azote Robuchon, Joël para los amigos, que como ya sabrán es uno de los cocineros del siglo XX y al paso que va lo será también del XXI. Ya por entonces, llevado al límite del cansancio de la vanguardia y la alta cocina, tuvo la feliz idea de sentar sus reales en la costa alicantina.
El muy gañán se jubiló anticipadamente pero sintió ganas de volver al ruedo tras cortarse la coleta y no dudó en reunir a su cuadrilla, que pedían marcha para sentirse de nuevo partícipes de sus restoranes, inspirados en imagen y semejanza al local que hoy les presento, el Nou Manolín, que dejó boquiabierto hace ya muchos años al chef francés el mismo día que se sentó en su barra a zampar a dos carrillos sus especialidades.
Por Nou Manolín pasó todo pichichi en busca de verdinas y fideuà los lunes, marmitako el martes, canelones y arroz meloso de patas y morros los miércoles, lentejas el jueves, gnochis con setas los viernes, sábado de bacalao ajoarriero y domingos de arroz con pato. Podrían comer y cenar todos los días de su vida en Nou Manolín y eso, amigos, es algo que puede hacerse en pocos lugares, ¡menuda mano la de César Marquiegui!
La barra la atienden con rigor y alegría fuera de serie unos camareros atentos y rápidos que colocan uno a uno y con destreza a los que cruzan la puerta, sin caer jamás en el compadreo habitual que tanto abunda, aquí es oro todo lo que reluce, ¡usted al fondo de la barra!, ¿qué le parece?, o mejor ¡súbanse, que su señora estará más cómoda!, o síganme y no pierdan de vista el marisco de la barra, ¡lo trajimos todito para ustedes! Respiren bien hondo y no se precipiten, piensen bien la estrategia y aterricen con apetito, no se les ocurra entrar muy desayunados o apáticos porque el lugar no admite las medias tintas. Como suele decir mi hermano Álvaro: «los que no queráis beber ni comer, marchaos lejos de esta fiesta, aquí no hay lugar para los tímidos».
Pues eso. No caigan rendidos a los montaditos, es bien importante que no los miren a los ojos para no tentar al diablo, porque el Calimero lleva panceta y huevo, el Catalanet esconde jamón y anchoas, el minipepito está de muerte, el Manolete luce ternera y alioli, el Rabioso es de morcilla picante, el Piripi escupe queso con beicon y lomo adobado y el Perrito blanco va forrado de salchicha ‘abutifarrá’, ¡madre mía!
Si decidieron marchar de este mundo y aún no probaron las pipas Facundo, pueden hacerlo atizando la gloriosa ensaladilla rusa, muy sevillana por su abundancia de gamba y patatas, el jamón ibérico de bellota y la caña de lomo, la hueva de pescado o la mojama negra. Sigan con los buñuelos de bacalao inmaculados, tiernos y quebradizos, el tártaro de pescado, los cardos y las alcachofas con panceta, los calamarcitos de Denia encebollados, las sepietas planchadas a la brutesca con todos sus avíos y aliolis, el pescaíto frito o esos calamares a la romana, que son gloria divina. Todo el mundo muere por la gamba roja de Santa Pola hervida.
Si pueden echen mano a las cigalas y métanse un carro de ellas entre pecho y espalda porque jamás de los jamases las comí mejores, ¡ qué corales! Encarguen la esquela y dense boleto con riñoncitos al Jerez y el mejor postre, ¡arroz seco a banda! ¡Impepinable! Descansen en paz.
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