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guillermo elejabeitia
Viernes, 13 de diciembre 2019, 18:57
Lleva el nombre de un río que nace en la Sierra de la Demanda, la barra en el centro del local le da cierto aire de taberna madrileña y las mesas del comedor suelen estar llenas de ingleses, japoneses o americanos. Y sin embargo existen ... pocos lugares tan genuinamente bilbaínos como esta casa de comidas de la calle del Perro. El Río Oja es uno de los escasos feudos que les quedan a los txikiteros de la vieja escuela, esos que aún no se han rendido al imperio del pintxo y siguen despachando sus delicias en cazuela de barro. La cocina no es precisamente sofisticada, los camareros puede que no sepan decir lisonjas en cinco idiomas, pero este sitio tiene algo imposible de manufacturar: autenticidad. Y eso entusiasma a los guiris y fideliza a los indígenas.
Dirección Perro, 4
Teléfono 944150871
Precios Bacalao al pilpil: 10 €. Chipirones en su tinta: 9,50 €. Casquería: 7,50 €.
La suya es una historia tan bilbaína que se repite en buena parte de los bares y restaurantes fundados en la villa en torno a los años 50. En este caso los protagonistas son Gabriel y Petra. Él, de Cenicero; ella, de Elciego. Sus familias tienen algunas viñas, pero al parecer no las suficientes, así que emigran a Bilbao en busca de un futuro mejor. Consiguen juntar unos ahorros trabajando en una imprenta, hasta que deciden montar un negocio propio. Se hacen con un local en una de las calles con más pedigrí del Casco Viejo. Él se pone detrás de la barra y ella toma posesión de la cocina. ¿Les suena, verdad?
Eso fue en 1959 pero 60 años después la casa sigue prácticamente igual, salgo algunos lavados de cara. El primero en el 73 para modernizarse un poco tras el éxito obtenido. Después en el 83, aunque aquello fue bastante más que un lavado de cara. Mes y medio después de las inundaciones el Río Oja fue uno de los primeros en volver a abrir y desde entonces luce en la fachada una placa que indica el nivel alcanzado por las aguas. La última reforma –un exquisito trabajo de baldosas pintadas por Juan Carlos Eguilleor– es del 98, para dar la bienvenida al Guggenheim.
Bueno, y a la riada de extranjeros que han llegado gracias a él. «En la vida hubiera yo pensado que ibamos a dar de comer a tantos americanos», bromea Joserra Sáenz, hijo de los fundadores, que ha gestionado el negocio durante las últimas décadas junto a su hermano Gabriel, fallecido el pasado mes de agosto. Sus respectivos hijos aseguran el relevo generacional, «pero que no tengan prisa», dice Joserra, que disfruta como pocos del oficio de tabernero.
Perdón, apenas hemos hablado de cocina, pero hay veces que la historia también es parte del menú. Resumiendo, este es un templo del guisote casero donde bordan el bacalao a la riojana, las albóndigas o los chipirones en su tinta. Pero si me permiten, les sugiero que se lancen a por la casquería: morros, callos, patas, asadurilla y toda esa ristra de recetas de honda tradición que poco a poco van desapareciendo de las cartas de los restaurantes del Casco Viejo. Riéguenlo con una botella de Rioja y brinden por esa tierra que ha dado a Bilbao tantos nobles hosteleros.
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