Atarrabi (Sondika)

Un wine bar para caprichosos donde tomar 50 vinos por copas

Llegamos un día entre semana a la hora del aperitivo y el local está de bote en bote. Suena música de jazz, una impresionante colección de vinos y licores decoran las vitrinas y la barra despacha anchoas como rosquillas. Nos acomodan en un acogedor rincón del comedor, bajo un curioso monumento al txakoli. Unai sirve una copita de Magalarte y Lydia ofrece una anchoa rebozada sobre pimientos rojos de Tormantos y coronada por uno verde de Lezama, «los primeros de la temporada». A partir de aquí, carta blanca.

El Atarrabi nació en 1999 pero ha sido a partir de 2014 cuando, tras una reforma que se deshizo de la decoración irlandesa original, la pareja ha conseguido materializar el ideal de negocio que tenía en mente. Lo que hasta entonces había sido un garito más de trago largo y cerveceo se orientó hacia lo gastronómico, maridando su propuesta con una envidiable carta de vinos, donde más de 50 referencias se ofrecen por copas.

Ese es probablemente el mayor aliciente de un wine bar en el que uno puede probar desde las pequeñas producciones de txakolineros de la zona –fue premiado hace unos años por su buen trato al vino local– hasta un Kalamity o un Vega Sicilia Único, sin necesidad de descorchar una botella entera. Bendito Coravin que permite a Unai satisfacer los caprichos de la parroquia.

En la cocina, Lydia trata el género como si estuviera en casa: «Yo soñaba con dedicarme a cocinar para mi familia, pero ya ves», bromea. Su carta incluye mariscos, ensaladas, laterío fino, picoteo de la tierra y un capítulo entero dedicado a los huevos, pero en estas fechas la recomendación es lanzarse a probar las verduras «de la huerta de mi madre» que les llegan recién cogidas y ofrecen fuera de carta. Eso es lujo y lo demás son tonterías.

Espectaculares los espárragos blancos, las caserísimas pencas de acelga rellenas o los guisantitos con jamón y huevo poché. Para la sobremesa, tabla de quesos regada con un esplendoroso Sablettes bordelés.